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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

33. Cecilio



Michael se le quedó observando mientras volvía a pensar en lo que estaba haciendo allí. La voz de Cecilio se cubrió como si un terciopelo la hubiera apagado un poco. Pero lo más curioso era que sentía que su proceso de pensamiento volvía sobre lo mismo. Una y otra vez.
¿Qué estaba haciendo ahí…? ¿Qué estaba haciendo ahí…? ¿Qué estaba…?
Todo se había convertido en un verdadero mantra. No podía evitarlo. La pregunta era la misma: ¿por qué la recurrencia? En una ráfaga aislada de percepción sintió que ya había pasado un rato dentro de lo mismo y, de un modo extraño se percató de que ya llevaba tiempo de no poder pensar en nada más. Lo curioso era que todo le era familiar en un modo muy agradable.
De algún modo difuso estaba en su casa en la Ciudad de México, y tenía que irse ya a la escuela. La señora Alcira le estaba insistiendo en que se despertara y él, sin razón aparente, no terminaba de hacerlo… porque se quedaba viendo hacia un punto en el espacio de su recámara por minutos completos, como congelado, esperando por el próximo evento externo, que ojalá fuera poderoso lo suficiente como para que le sacara de su absurda concentración.
Sí, una más de sus usuales salidas de la realidad de adolescente… pero ahora la señora Alcira estaba muy lejos, ¿no?
De hecho, ya hacía mucho tiempo que no le hablaba y sería bueno que lo hiciera… para saber cómo se encontraba de salud… y también para saber cómo estaba… la vieja casona de allá por la antigua Avenida de los Insurgentes Sur… y… es que sentía qué…
—¡MICHAEL! ¡ MICHAEL! ¡DESPIERTA!
La señora Alcira, ordenándole que se levantara. Pero algo le estaba pasando, sus gritos sonaban demasiado lejos. Despertaría a todo el mundo.
Como si fuera un abrir de ojos después de haberse quedado dormido por muchas horas, Michael vio con toda su incredulidad a Cecilio a no menos de cuatro centímetros de distancia. Y le estaba gritando.
La mirada de Michael también se posó en las manos de Cecilio golpeándolo en sus mejillas una y otra vez. Pero la voz del agente digital seguía casi sin escucharse, como si estuviera detrás de una ventana y entre ellos hubiera un cristal de más de diez centímetros.
Y eso era lo raro. No debería gritarle. El dolor de las bofetadas empezaba a llegar a su cerebro y a su conciencia.
Michael gritó:
—¡CECILIO! ¡BASTA! ¡¿QUÉ ME HACES?!
Cecilio no contestaba y encima de eso, insistía en abofetearle.
—¡¿NO ME ESCUCHAS?!
Michael, incrédulo, se dio cuenta en ese momento de que no estaba moviendo la boca. Intentó levantar las manos hasta que, después de un gran esfuerzo, pudo interponerlas entre Cecilio y él.
Cecilio se detuvo y dijo:
—¿Ya me oyes? ¿Estás despierto?
Michael reunió fuerzas y recordó, en toda su extensión, su dolor de garganta.
—S-sí. ¿Qué te pasa? ¿Por qué me estás golpeando?
La voz de Michael se oía con cierta sensación de ira, decepción y tristeza.
A diferencia de la de Michael, la voz de Cecilio se oía con un tono de alivio:
—Estuviste como ido mucho tiempo. No podía despertarte. Empecé a tener miedo, Michael, ¿Sabes lo que te estoy diciendo? Empecé a sentir miedo. Miedo, por ti, Michael, de que no pudieras volver del freeze en el que caíste...
—¿Freeze? ¿Estuve congelado? ¿Por cuánto tiempo?
—Un buen tiempo… ¿cómo te sientes?
—Mejor, supongo. Y qué curioso —Michael se estiró y suspiró—. Ya no me siento tan cansado, excepto por las bofetadas. Ya no perdamos el tiempo. Sigamos buscando.
Cecilio se le quedó viendo. Al cabo de un instante dijo:
—Espera, Michael, creo que ya lo tenemos…
—¿Cómo? Si nada más te dejé por… poco rato, ¿no?
—Estuve buscando mientras esperaba en vano que te despertaras. Y por otro lado, también pensé que tu «congelamiento» te daría oportunidad para descansar. Y, de hecho, ya encontré casi con certeza lo que buscamos… Ven…
—Te sigo. Oye, ¿y él… o los agentes?
—No hay más señales de ellos, además, lo tengo todo resuelto.
—¿Qué hiciste?
—Al rato te lo digo… Vamos, son como cien pasos hacia abajo —dijo señalando el rumbo. Empezó a caminar y Michael lo siguió, obediente, estirándose un poco al hacerlo…
Bajaron la galería cubriendo la amplia curva del pasillo. Michael no podía evitar preguntarse qué más información contendrían los diversos cajones. No quería detenerse porque sabía que querría saber más y más y tal vez no tendría el tiempo para hacerlo.
Caminaron los más o menos cien pasos que dijo Cecilio. Cajones, iconos, y más iconos. Estrellas, torres de petróleo, medias lunas, los tres electrones dando la vuelta al núcleo, imágenes así.
Al fin encontraron una caja con los círculos olímpicos negros, tal como había predicho Michael.
—Antes de abrir éste —dijo Michael señalando hacia los demás cajones—: ¿has hecho el intento de abrir algún cajón de los otros?
—No, pero creo que no habrá problema si me pasas el metapassword.
Michael así lo hizo.
Cecilio tomó el metapassword y lo accionó.
El cajón se deslizó con suavidad hacia fuera. Michael vio hacia el interior sin saber qué esperar. Cuando pudo hacerlo se quedó un tanto decepcionado. Había un solo cubo, al parecer de cristal, nada más. Cecilio lo tomó en su mano y lo alzó por sobre la mirada de Michael. El cubo cristalino brilló en su interior iluminando a Cecilio.
—Es un cubo de memoria, ¿no?
—Se podría decir. Creo que aquí está todo lo que venías a buscar.
—¿Allí? ¿Estará completo? Es decir, ¿qué hay allí?
—Lo más probable es que haya ligas o enlaces o direcciones. O la información misma. Sospecho que este cubo es de una capacidad gigantesca. La premisa de este lugar es que son los concentrados de información. Por lo demás, es el único de los cajones con éste símbolo. Deberá de ser suficiente.
Michael se le quedó viendo con curiosidad.
—¿Qué más?
—Nada, vámonos de aquí.
Iniciaron el ascenso. Michael iba adelante. En un momento sintió que Cecilio empezaba a perder velocidad. Se estaba rezagando. Michael se detuvo.
—¿Cecilio, te pasa algo? Te estás quedando atrás.
—No, Michael, es que me siento… muy extraño.
—No me dijiste cómo te golpeó el Agente de Seguridad.
—No.
—¿Y?
—Me temo que fue fuerte...
—¿Qué tan fuerte?
—Algo…
—Aguanta, ya estamos saliendo. Déjame te ayudo.
Michael llevó a Cecilio apoyado en sus hombros. Cecilio dejó incluso de mover las piernas. En una manera rara, Michael no sentía a éste lo pesado que imaginaba que sería. «Será el ambiente, supongo», pensó. También empezó a tener sentimientos de aprehensión: «No hay problema, se curará allá en el velodeslizador… como con el Mesteño y Arlene… sí, sólo hay que llegar…»
Eso le tranquilizó un poco.
Salieron hacia la luz mortecina de nuevo. El contraste ahora hacia lo oscuro otra vez. Michael esperó a que la puerta se cerrara, sin embargo, ésta permaneció abierta. La opresión y sofocación que sintió en el interior de la estructura ya habían desaparecido un poco, aún y que el calor continuaba afuera en toda su fuerza.
Ahora de lo único que estaba seguro Michael era que deberían de salir de esa zona lo más rápido posible y evitar a los demás agentes de seguridad. Tenía la certeza de que estos no tardarían en aparecer y no sabía si estaban preparados para enfrentarlos. Luego solo quedaría llegar por fin al velodeslizador, revitalizar a Cecilio y después, salir de ahí como alma que lleva el diablo.
Cecilio habló despacio:
—Michael, ya déjame… ya me siento un poco mejor… Ya puedo caminar…
—¿Seguro? No te ves muy bien que digamos, ¿estás seguro?
Cecilio tardó en contestar.
—No te preocupes, vámonos, no tenemos tiempo que perder... Ya puedo caminar, te digo.
«Tengo que confiar en él», pensó Michael. Dijo:
—Okey, vamos. Si te retrasas te voy a cargar, ya vi que puedo hacerlo.
Empezaron a caminar. Sólo faltaba pasar una estructura. Michael empezó a verla con la atención de alguien que piensa que nunca la verá de nuevo. De manera extraña, también se dio cuenta de que el aire empezaba a enrarecerse otra vez. Miró hacia el suelo y se percató de una pequeña niebla que parecía emanar de éste empezando a ocultarlo.
—Cecilio, ¿ves eso?
—Sí. Es una niebla, pero no creo que sea peligrosa, no le hagas caso.
—Lo que tú digas…
El calor no disminuía. Michael pensaba en que todo el lugar estaba marcado de cierta índole negativa, inhóspita… si eso tenía algún sentido en este «ambiente», claro.
—Infernal…
—¿Qué dices, Michael?
—Nada, ¿cómo vas tú?
—Bien…
Pero la voz de Cecilio se escuchaba cada vez más débil.
Aún y que faltaba poco para pasar la última bóveda, el hecho de pensar en que por fin dejarían el lugar de las estructuras, ya ejercía en el ánimo de Michael el efecto de un refrigerio. Mientras, en ciertos sentidos, todo esto le estaba dando ya principios de una claustrofobia aguda. Lo primero que haría «afuera» sería acostarse en una alberca con agua fresca al aire libre… Sí, eso es lo que haría…
La última esquina, la última meta de esa sección. Cecilio iba detrás, al parecer ya recuperado en lo físico. Michael ya estaba pasando por el último filo de la estructura viendo de frente.
Ahora estuvo a punto de decir algo cuando con el rabillo del ojo alcanzó a ver una figura difusa. Se volteó hacia Cecilio casi de manera instintiva y su cara palideció como si hubiera visto un fantasma.
Un agente de seguridad, un Kerberos gemelo del que los había atacado dentro de la galería, estaba golpeando a Cecilio en el suelo. Michael ahora sólo alcanzaba a ver la espalda del ser y de Cecilio sólo podía ver su pierna izquierda.
Comprendió que no tenía tiempo que perder. Se fue con todo hacia la espalda del tipo y, tomando impulso desde atrás, descargó con sus dos manos un golpe que hubiera calificado entre los más fuertes que hubiera dado él mismo en su vida, real o digital.
El ser se arqueó y, al parecer, quedó desconcertado. Michael, sin darle opción, también le soltó una patada en el costado derecho. El impacto de la misma le sorprendió, ya que desconocía que fuera capaz de concentrar y realizar tanta fuerza.
Michael sabía que debía ir por la bolsa de Cecilio para poder tomar el metaformato. Al ir a alcanzarla, sintió una poderosa pinza en su tobillo que le retuvo. El agente había dejado a Cecilio y ya iba por él. Se dejó caer y, de algún modo, se manejó para zafarse del Kerberos con la ayuda de una certera patada.
Alcanzó la bolsa y tomó el metaformato. Cómo pudo, lo accionó contra el agente. El impacto le dio a éste en la cara.
Ante la sorpresa de Michael, que esperaba que eso le hubiera bastado al agente para desaparecerlo, el Kerberos número 2 sólo cayó de manera absurda, casi cómica, de sentón. Pero ni se disolvió, ni se transparentó, ni nada.
Se preguntó el porque de la inefectividad, si el golpe fue de lleno en la cara. Trató de examinar a como entendió el arma para ver si tenía una especie de seguro o algo similar. Sin encontrar nada de eso, volteó para ver a Cecilio, temiendo lo peor.
Cecilio estaba intacto en el suelo, por lo que podía juzgar Michael. Volteó hacia al ser digital para verificar que no se movía. Al comprobarlo, y ya más tranquilo, fue hacia su amigo digital.
La cara de Cecilio estaba serena, al parecer sin daño. Se relajó al no verle ningún daño profundo.
—Cecilio… —Michael preguntaba con ansiedad.
—¿Qué pasa? —Abriendo los ojos, el agente contestó con cierta dificultad.
La tranquilidad se evaporó de la mente de Michael. Se recompuso un poco y contestó:
—Pensé que estabas…
—¿Muerto…? No, los seres digitales… como yo, no… morimos en el mismo contexto que ustedes… pueden hacerlo… No, no estoy muerto.
—¿Estás herido?
La voz de Cecilio estaba calmada de manera inusual, sólo interrumpida por pequeñas pausas.
—Supongo que… sí. Tengo en este instante un funcionamiento… ¿parcial? No sé si eso tenga que causar dolor… ó pena… ó melancolía. Lo que pienso es que tengo una sensación desconocida de no haber cumplido… algunas de mis… reglas originales. Poincaré no estará muy… contento conmigo…
—Cecilio, a mí nadie me advirtió… digo… Poincaré no me advirtió que te podría… pasar algo…
—Mira, Michael, espero que encuentres… la salida… ya hice algunos… preparativos.
Michael estaba totalmente atónito, tanto por el ataque del agente de seguridad número dos, que estaba a sus pies y que podría despertar en cualquier momento, como por asimilar lo que Cecilio estaba diciendo en ese instante.
—Michael, quiero que salgas de aquí… toma mi bolsa…
—Pero todavía te puedo sacar de aquí, ¿no? Es más, ya no digas nada, me imagino que Poincaré te puede regenerar... ¡Vamos, que tengo que llevarte al velodeslizador!
—Eso no importa de momento… tienes que salir de aquí con el cubo... Toma la bolsa, el metaformato, el antivirus y el metapassword. El metapassword es importante…
—El metaformato no está funcionando como debe. No desapareció a ese tipo —señaló hacia atrás—.
—Quizás es… que el metaformato ya no es tan fuerte como al principio. Ya es el segundo agente. Tienes que irte ya… Yo también tengo que… irme ya…
—¡Cecilio! ¡Espera… no puede ser! ¡Tienes que reunir fuerzas de algún modo! ¡Tengo que sacarte de aquí!
Michael estaba muy alarmado. Por un lado, su sensación de malestar aumentaba por la culpa que sentía por no haber podido proteger del todo a Cecilio, y por el otro, y empeorándolo más, quería que su amigo digital viviera sólo porque sin sus conocimientos para él sería imposible salir de ahí. Por el bien de los dos, tenía que salvarlo…
—Michael… voy a ver a mi… creador… o voy a ir de… vuelta a ese lugar que te mencioné ya hace tiempo… de donde vine…
Michael se sentía en la frustración e impotencia por no poder hacer algo.
—El cielo —recordó con tristeza—.
—El cielo —repitió Cecilio y sólo se desvaneció en el piso, así, sin más.
En medio de un terreno desconocido, hostil y peligroso, aún faltando mucho por recorrer para llegar hasta LIZ, Michael se sintió sólo. Muy sólo.

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