Novela Technotitlan: Año Cero (tercera parte)

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Location: México / Monterrey, Mexico

Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

Nota acerca de la primera ocasión que esta novela se publica en Internet completa...

...después de cinco años... (Aunque falta la Cuarta Parte)

Había una vez una novela que tenía ciertas ambiciones. Algunas se realizaron, otras no. Este libro que estará aquí por partes fue impreso después de muchas vicisitudes y en condiciones ciertamente adversas. Fue una edición de autor. Así y todo se vendieron todos los libros que se imprimieron (330 en total, y se regalaron menos de veinte, hubo una persona que me compró seis y sin conocerla de antes y jamás verla después) e incluso se produjo en CD.

El libro rompió al menos un paradigma sagrado, el libro tenía (de hecho tiene) garantía: Si no te gustaba te devolvía el dinero. El costo del libro era 180 pesos y luego fue de 200 pesos mexicanos. Así de sencillo. Sin preguntar. El website original estuvo desde el 3 de octubre de 1998, justo para la inauguración de la Feria Internacional del Libro de ese año en Monterrey, hasta tres o cuatro años después. El website desapareció porque me fue imposible pagarlo. Falta de flujo financiero. En él se simulaba una pantalla de La Matriz (excelentemente bien realizada por mi buen amigo Mario Saldaña) a la que se "conectaba" todo mundo académico que aparecía en la novela.

(Antes de seguir, el punto de “La Matriz”, por lo menos el puro nombre, no tiene nada que ver con la película The Matrix, que se estrenó después de terminar de escribir Technotitlan, en marzo de 1999, cuestión de verificar los derechos de autor que me fueron dados antes de esa fecha, pero no importa, lo único común entre ambas obras es el nombre, nada más).

El website contenía alrededor de 28 o 30 capítulos de la novela (la primera y segunda parte de cuatro en total) de 58 en total que se tenían. La idea era que la gente escribiese para pedir los demás, así lo hicieron varias personas, detalle que me complació enormemente.

El tema de Technotitlan: Año Cero, tiene que ver con tecnología, política y sociedad. Aquí está la tercera parte como si fuera un solo blog. Es la manera más sencilla de volver a compartirla, por si alguien se la encuentra de casualidad o a propósito.Pondré la última parte en cuanto pueda, pero me era importante colocarla aquí (cada parte en sus diferentes blog) ya que (en el tiempo que puse la primera parte) hoy mismo es aniversario de Tlatelolco, 2 de Octubre, que es donde y cuando comenzó todo allá por 1968. La tragedia del 2 de Octubre me pesó tanto cuando supe de ello en mi adolescencia (tendría catorce años), aún sin tener ningún contacto con personas que sufrieron en ese lugar y en esa época, que fue la que me estimuló con espacio del tiempo en escribir algo relativo al tema.

El día 2 de Octubre de 1993, el 25 aniversario del suceso, salió tanta información del tema de repente, un verdadero diluvio, muestra de la libertad de expresión que se fue ganando, que me impelió a empezar algo en grande. Como de alguna manera soy ingeniero en sistemas y tengo un gusto por la tecnología, decidí que el enfoque sería por ahí, sin olvidar el tono de la tragedia y el respeto por la memoria de los desaparecidos y sus familiares. El agregar la trama moderna de las demás partes de la novela, las que ocurren en el año 2018, me permitió jugar con una ciencia ficción que considero plausible, aún y que comencé a escribir esto ya hoy, 2006, hace trece años, sin olvidar para nada que la ciencia ficción que aparece en Technotitlan, poca o mucha, está al servicio de la historia, y no al revés.

Por supuesto que hay temas que ya podrían parecer obsoletos o tímidos, o demasiado prematuros, pero poniéndose a pensar, las cosas son así, intentas hacer prospectiva y ver hacia donde vamos y sobre todo, en cómo llegaremos hacia allá, hacia un mundo de 2018 en una nueva Capital de la República: El nuevo DF, la Gran Technotitlan.

Ojalá les agrade, si una persona está interesada en verla en su formato Word original, con sólo pedirlo a metaconexiones@gmail.com, con gusto se las enviaré en dos archivos Word.

Gracias por su atención.

Luis García

Nota Introductoria (LA ORIGINAL DE 1997)

Technotitlan: Año Cero es una historia de ficción. Todos los personajes y situaciones son producto de la imaginación del autor. Los sucesos históricos del verano y otoño de 1968 a los que se hace referencia están basados en reportes que aparecieron en libros reconocidos y en reportajes de revistas y periódicos que cada aniversario aparecen. Se trató de revivir el espiritu de esa época.

Technotitlan trata de involucrar los hechos de Tlatelolco y de relacionarlos con el desarrollo del país llegando hasta la segunda década del próximo siglo en el año 2018. Technotitlan es una novela política y tecnológica que bordea la fantasía. La novela consta de 4 partes: La primera es Vida y muerte en Tlatelolco. La segunda es Vida y muerte en la PoliUniversidad. La tercera es Vida y muerte en la Matriz. La cuarta es Vida y muerte en Technotitlan.

Mucho de lo que aparece relativo al futuro en las partes 2, 3 y 4 están basadas en información aparecida en incontables números de Scientific American, Wired, Time, Discover y Bussiness Week de los años de 1993 al 1999. Detalles podrán ser revisados en el site de Internet de www.technotitlan.com.mx . (NO EXISTE DE MOMENTO ESTA LIGA)

Jaron Lanier existe. El punto sobre las Islas Catalina es cierto. Se está trabajando en máquinas espirituales, en personalidades sintéticas, en computadoras basadas en fotones, en telepresencia, realidades “aumentadas” y en realidades virtuales obtenidas en base a documentos fuentes, en conexiones hápticas, en ciudades supermodernas conectadas de todo a todo, los detalles comentados sobre los cultivos de órganos son ciertos (pero no obtenibles todavía), los agentes de información en base a software se están desarrollando, las máquinas de Turing existen (quizá no tan simplificadas). Además se está trabajando en realidad virtual provista de olor y tacto además. Los tatuajes orgánicos no existen (todavía).

Esta novela se terminó de escribir en agosto de 1997. El conflicto actual de la UNAM no es responsabilidad del autor. Singapur, la Disneylandia con pena de muerte, no es similar a como se comenta (cada quien busca su felicidad a como quiere), pero uno no sabe lo que pueda pasar al paso del tiempo.

La COMPENSAN es producto de la imaginación del autor. Afortunadamente.

23. Despertar



En la Matriz: T menos veinte

Eran el vértigo y el mareo seguidos por una relativa calma. Más mareo y más calma. La rapidez de la caída, cayendo, cayendo y de repente, con un cambio tan radical equivalente a pasar de un estado físico a otro, la sensación de suspensión en el aire sin red y sin cuerdas. Parecía flotar.
Sin sonido y sin luz. Todo en una confusa mezcla de tonos grises y negros. Como una vivencia alucinada y mística provocada al estar por horas y horas en un tanque de inmersión de privación sensorial, como en medio de un líquido tibio amniótico, en busca de la insensibilidad total, a oscuras, conectado sólo a aparatos. No había impresión de movimiento alrededor.
Alcanzó a pensar que así debió ser el estar en el vientre materno. El acceso al concepto de vida, después de la oscuridad. El propio mínimo mar primigenio, una vez más. Como estar en medio de la súbita negación de la eterna e inconsciente melancolía de saber que después de salir ya no habrá un regreso. Como estar en el proceso inverso de morir.
La sensación fue como de un normal despertar.
Intentando convertir pensamientos en impulsos.
«Estoy no sé dónde…», pensó Michael, aún aturdido de lo que se movía a su alrededor. La transición de interfaces había terminado. La paulatina sustitución de sus estímulos corporales reales por los estímulos sugeridos, había resultado sin obstáculos.
Su mente divagó un momento más, permitiéndose hacerlo debido al estado de reposo cómodo en el que estaba, quizá porque aún no se encontraba presionado por el tiempo, ya que su creencia sobre éste, el tiempo, era el sostén a través del cual todo se entretejía.
La voz inundó su cerebro con una familiaridad enervante bastante fuera de tono:
—Michael… ¿Estás despierto…?
Pero la voz todavía no se filtraba de modo correcto en sus oídos. Algunos de sus procesos normales aún no contactaban de forma normal. Estímulos transmitidos y recibidos, neuronas que no terminaban de encontrarlos porque los buscaban o esperaban por los caminos corporales naturales. Según lo que había dicho Poincaré y su amigo, el doctor Mistral, el «despertar» dentro del ambiente inducido sería de lo más desorientador y extraño de lo que podía esperar.
Convirtiendo pensamientos a acciones, Michael abrió un ojo. De manera absoluta comprendió que nada de lo que le dijeron lo tenía preparado para lo que presenciaba. Primero la luz ambiental. Ésta era oscura y luminosa en una extraña forma. No existía al parecer una fuente emisora pero él podía ver la claridad. Y no sólo veía objetos y sombras, sino también a un extraño ser que parecía sacado de una antigua serie de televisión americana de los años cincuenta o sesenta.
Cecilio, el agente de información de Poincaré. El cambio era impresionante tomando en cuenta la reciente presentación de éste, allá afuera, en la pantalla. No más alto que él, blanco, de pelo ensortijado de color negro, ojos claros y un poco grueso del tórax, al parecer con cierta tendencia a engordar. Traía saco, camisa con corbata desanudada y pantalón de pana.
De ahora en delante sería un punto de referencia familiar en un mundo extraño. Cecilio era real por lo que a Michael tocaba.
Ya con los dos ojos bien abiertos, dio una vuelta a su cabeza para ver el panorama electrodigital que tenía delante de sí. Todos sus sentidos se pusieron a trabajar. Percepción y conciencia total en marcha.
La principal reacción fue obvia: la de una incredulidad implacable; y claro que eso Michael ya lo esperaba. Y también la sensación de irrealidad, la cual también preveía. La desorientación, igual, pues. Pero lo menos le ayudaba a sobreponerse la imagen de un joven simpático delante de él. De hecho, desde cierta perspectiva lo empeoraba todo.
El ente digital llamado Cecilio le dijo:
—Michael, ya me conocías, hace un momento, en la pantalla, nos presentó Poincaré… ¿te extraña o algo…?
Queriendo salir airoso de su primera prueba al hablar con un ser digital «consciente» dentro del espacio digital, Michael dijo a su vez, tratando de hacerlo en forma normal mientras se tallaba los ojos y estiraba sus miembros:
—Me siento un poco aturdido… nunca te has drogado antes, ¿verdad?
Cecilio guardó silencio. Michael continuó:
— No, supongo que no… Y sí, ya te conocía, pero no como ahora, aquí delante de mí, de manera tridimensional, interactuando y sin tener cerca a otro ser humano real en ningún plano de existencia al que me pueda referenciar…
—Supongo que ya viste que es como un ambiente virtual —dijo Cecilio.
Michael miró a su alrededor.
—Sí, pero esto es distinto, aquí todo lo real es simulado… es… ¿cómo decirlo? Pues sí, real…
—No te entiendo.
—¿No entiendes? —Dijo Michael, un poco ya en control de sí—. Es muy sencillo. Mira, tú eres un ser digital tipo agente de información, cuyas funciones están diseñadas para ayudarme, y con el que de alguna manera voy a convivir por no sé cuántas horas, días… lo que sea…
—¿Y?
—…Y que aquí estamos en un lugar que me parece sólido, y a pesar de que no haya nada en el exterior que me lo indique, me parece entero, fresco al tacto —tocó el piso con su mano—, pero sin embargo, yo sé que nada de esto existe, y ese es el problema… Y bueno, supongo que así les va a pasar a todos los que se sumerjan en una actividad real virtual de este tipo…
—¿Te causa problema la desorientación?
—No creo… lo que pasa es que soy muy escandaloso, y pues, todo es cuestión de acostumbrarse…
—Sí, supongo.
—Bueno, okey, pues empecemos a acostumbrarnos al paisaje, primero que nada, dime ¿dónde estoy?
Michael creyó percibir que Cecilio tomaba aire antes de hablar.
—Estamos en una especie de cámara de compresión para que tú o alguien en tu lugar realice su acceso con el mínimo de problemas hacia las topologías universales de la Matriz desde su nodo de descarga, o para que me entiendas o te ubiques mejor, aún estamos en un centro de comunicaciones dentro de LIZ…
—¿Por qué puedo ver todo a mi escala de tamaño?
—Llámalo licencia poética de LIZ. Son las metáforas gráficas o visuales que decidió utilizar Poincaré, basadas en los modelos propuestos de estándares de los japoneses de NippoTech para este tipo de espacios. Espacios que son creados sólo para que se entienda la perspectiva de un observador externo, nada más.
—Otro asunto —Michael se miró las manos, el cuerpo, las piernas, agregó—: este es mi cuerpo y lo siento como eso, es decir, no lo percibo ajeno, ¿me comprendes…? Ni lo siento extraño, digo, esto es igual que mi cuerpo allá afuera... No alcanzo a entender ¿cómo se hizo esto?
Pisó el suelo con fuerza. Se pellizcó.
—¡Ah, sí me dolió! —Gritó, algo sorprendido.
—¿Y qué esperabas? Todo eso es parte de la metáfora inducida de LIZ. Tu esencia, mente, cuerpo se han «traducido» y «conectado» al ambiente digital con la parte del proceso que de seguro Poincaré te explicó…
Michael asintió.
Ya estaba un poco mejor, más en forma, asimilando todo de manera sencilla y gradual. Más en control. Caminó varios pasos a mirar el panorama oscuro a lo lejos…
Se volvió a Cecilio.
—Okey, ahora cambiando de tema —Michael se descubrió hablando ya con familiaridad al ente digital—: según esto, vamos a viajar en algo, ¿no?
—Pues según instrucciones de Poincaré, viajaremos en un paquete especial de alta velocidad por canales de comunicación alternos para no ser detectados por alguna bitácora ni por algún ser de los que puedan aparecer por allí. Poincaré llamó al paquete el «velodeslizador». El concepto básico es de un diseño de él…
—¿Tienes alguna instrucción al respecto?
—Que debemos tener mucho cuidado, extremar precauciones y evitar cualquier tipo de seres al máximo, Michael, porque cabe dentro de lo probable que intentaran causarnos daños, seremos invasores dentro de sus dominios en algunos casos… y sí, el daño sería terrible para ambos… Pero en tu caso particular el daño sería desastroso…
Michael se quedó callado, Cecilio continuó:
—Quiero decir que podrías quedar perdido para siempre en la Matriz sin esperanzas de volver…
Michael vio a Cecilio con aprehensión. Dijo:
—Sí... Me imagino que eso nos ocasionaría un gran problema…
Hasta ese momento, Michael no se había percatado de su nerviosismo. Pero ahora sí. Estaba nervioso. Y ansioso.
—Hasta donde sé, no podemos comunicarnos en forma directa con Poincaré, pero él va a saber dónde andamos, ¿verdad? Bueno, ¿cómo lo va a saber?
Se estaban trasladando hacia el puerto de comunicaciones para partir. Michael pensó en la casualidad de la metáfora del nombre. Cecilio contestó:
—Bueno, tenemos dos o tres maneras, la principal es una especie de línea «dorada» como la denominó Poincaré. Esa es una línea de enlace que parte desde un transmisor dentro de nuestro vehículo velodeslizador, por la Matriz, hacia la red de comunicación y que a través de varios caminos llegará hasta LIZ… Serán como boyas señalando el camino cada tanto tiempo, pero sin poder llegar al mismo tiempo en que se emitan...
—Y ahí está un problema, ¿no?
—Exacto. Para cuando el mensaje llegue a su destino informando de nuestra posición ya nos habremos desplazado por el espacio interior hacia una nueva dirección. Eso por un lado, por el otro hay que contar con los lugares que no están conectados en forma pública dentro de la Matriz. Eso significa territorio sin registrar y por lo mismo a LIZ le llegarán señales para indicar que nos encontramos en lugares que ni siquiera van a aparecer en el mapa.
—Yo pensé que todos los sitios en la Matriz ya estaban registrados de un modo u otro, ¿existen lugares que no lo están?
—Pocos, muchos, nadie lo sabe a ciencia cierta, pero allí están: territorios digitales de gobiernos y de organizaciones privadas, sobre todo de los países industrializados; son como escondites secretos a veces con ciertos tintes de política o de paranoia, —según Poincaré, casi lo mismo—, y hay también muchos sites desatendidos por sus antiguos usuarios, ya desaparecidos, quizá.
—¿Algún otro medio para comunicarnos?
—Bueno, yo como agente de información contengo una versión más sencilla de ese transmisor, pero mi alcance aunque sea seguro aún es más lento. De hecho, cuando nos toque salir del vehículo para cualquier actividad, yo seguiré estando en contacto con LIZ, pero ya sabes, no de manera directa.
—O sea, que no vamos a estar solos en momento alguno —Michael hizo una pausa—. ¿Oh sí?
—Pues sí y no.
Michael se sonrió, irónico.
—Excelente, me tranquiliza, de veras.
Cecilio también sonrió:
—Me da gusto que te alegre, Michael, de veras.
Michael habló:
—Poincaré dijo que íbamos estar veinte minutos a lo mucho, tiempo de allá afuera. ¿Cuánto es el tiempo de viaje aquí?
Cecilio se quedó pensando. Contestó:
—¿En tiempo digital? ¿Expresándolo en tus términos familiares? Bueno, ya sabes que aquí por así decir el tiempo transcurre más rápido que afuera.
—Sí.
—Como cinco días de los tuyos...
—¿Cinco días…? ¿Y los voy a sentir transcurrir?
—Por supuesto. Vamos a ver, haciendo cálculos aproximados y veinte minutos reales para ti, aquí en este ambiente serán cinco días como dijimos… Es decir, cada seis horas de Michael aquí serán como un minuto «real» allá afuera con Poincaré. Y no debe ser más tiempo por algo que se relaciona con tu actividad cerebral. Poincaré me lo instruyó. Me dijo que, en resumen, mientras más tiempo pasas aquí, más se podría afectar tu mente.
Hizo una pausa.
—Además, existe una situación: lo de los freezes o congelamientos, o sea, momentos en que te vas a quedar en blanco, síntoma de que has pasado demasiado tiempo aquí. Tienes que estarte —y yo también lo pienso hacer—, monitoreando en forma continua…
—¿Qué pasa si tengo sueño?
—Dormirás, creo. A lo mejor el viaje va a ser muy tranquilo y te la pasarás aburrido. Dormitarás de vez en cuando. Pero en vez de perder tu tiempo de manera inútil… ¿no deberías mejor de disfrutar las maravillas digitales que vas a atestiguar?
—¿Valdrán la pena?
—No lo sé. Mira, Michael, supongo que lo que vamos a ver serán impresiones significativas y uno de mis objetivos secundarios es hacer un registro de eso.
Michael lo pensó un momento. Tenía que acostumbrarse rápido a la luz tenue y a las sensaciones tomándolas como parte del todo que en forma normal percibía con sus sentidos. Comprendió que ya no debía recordarse lo ilógica o absurda que resultaba la presente situación, porque de alguna manera sentía que si a cada momento recordaba su existencia «real», su adaptación en este medio sería más lenta de lo necesario. Tendría que ser flexible.
—Okey —dijo en forma lenta, pero al punto agregó—: ¿ya nos vamos?
—Sí.
—Ya sé que es tonto pero creo que tengo hambre. Mmmh, aquí no necesito comida, ¿verdad?
—Exacto, Michael. Es sólo tu imaginación. Afuera estás sedado y alimentándote de suero, por si acaso. Casi no vas a gastar energía ni nada. Bueno, no en el sentido de gastar como ustedes allá afuera lo manejan. Aquí, como ya te informaron, todo es un gran viaje mental a través de la Red por medio de una interfaz digital activa.
—Me suena confuso.
—Tú déjate llevar. Relájate.
—¿Seguro que no voy a esforzarme?
—No lo creo en realidad…
Michael asintió:
—Cecilio, creo que por ahí dijiste que había otra manera de comunicarte al exterior.
—Es más complicada. Además, muy probablemente no haya necesidad de usarla…
El tono de Cecilio no era muy alegre que digamos.
Michael no le replicó porque vio algo que le cortó la respiración.
Era una visión absurda y bella al mismo tiempo.
Reflejando la luz mortecina del ambiente en su acabado de metal, a corta distancia, sobresalía un increíble perfil de mástil y vela, totalmente fuera de lugar.
Llegaron al puerto de comunicaciones. Allí estaba en reposo la nave diseñada por Poincaré y LIZ para facilitar a Michael el entendimiento y familiaridad de sus metáforas de interfaz.
Era una pequeña embarcación tipo velero con todo y su vela. «Supongo que esto aquí va ser de adorno», pensó Michael, apreciándola.
Los colores de la embarcación iban no muy lejos de los que pudiera imaginar en ese entorno: tonos metálicos en gris acero, incluyendo la misma vela que al contrario de parecer rígida se movía ondulante con una inesperada brisa.
Como quiera, la idea que Michael se había hecho en su mente era que el velodeslizador sería aerodinámico, y podría surcar las redes en un parpadeo digital. «Sea lo que eso fuere», agregó. Y se le cumplió.
Cecilio llegó primero y se subió a la nave. Michael encontró que el acceso no era difícil gracias a una pequeña plataforma que partía del casco desplegándose hacia el suelo para hacerla de entrada y que una vez plegada se adaptaba en forma perfecta al contorno de la nave casi sin dejar huella.
Dentro de la nave había dos asientos apuntando hacia atrás en la parte trasera y dos más en la delantera apuntando hacia delante. Michael suponía que eso era excelente para no aburrirse, ya sea para acomodarse para ver hacia dónde iban o para ver de dónde venían.
No tenía la menor idea de qué esperar de todo esto. Lo único que sabía era que los canales de comunicación eran lo suficientemente… ¿cómo decirlo? ¿Deslizantes? ¿Rápidos? Se le dificultaba ubicar una palabra que pudiera definir la idea de la manera más adecuada posible.
El viaje estaba a punto de comenzar. Se sentó.
—¿Ya estás listo, Michael?
—Me pregunto si no voy a arrepentirme —Michael se dijo para sí, contestó—: ¡Listo!
—De acuerdo. Go! Go! Go!
Michael se volteó hacia Cecilio con cara de asombro.
—Cecilio, ¿de dónde sacaste eso?
—De una librería de Poincaré por ahí… ¡agárrate, Michael!
Al principio Michael no sintió nada perceptible pero poco a poco empezó a darse cuenta de que había una vibración constante. Volteó hacia atrás y, al ver cómo el puerto de comunicaciones se empequeñecía, LIZ y su mismo mundo, también lo hacían de alguna manera en la memoria quedándose atrás, muy atrás.
El movimiento de aceleración era imperceptible pero firme y continuo.
Así, el velodeslizador empezó a avanzar a través de las grandes planicies oscuras, devorando canales de comunicación luminosos de manera natural, como si hubiera sido diseñado para ser corrido en forma exclusiva en ese tipo de pistas.
Michael preguntó:
—¿Hacia dónde vamos, Cecilio?
—Bueno, tengo la instrucción de que estamos buscando direcciones de lugares o nodos con almacenes o bóvedas de datos gigantes, por un lado, y con signos de nulo movimiento. Esos son los escondites secretos que te comenté. Por otra parte, vamos a ir hacia los lugares en donde los análisis de LIZ y de Poincaré hayan detectado ambientes con más posibilidades de movimientos de nodos movedizos dentro del espacio digital.
Michael interrumpió:
—Ya te había escuchado esa palabra, nodo, recuérdame qué es...
—Un nodo es un punto definido en la Red que tiene una identidad y número de identificación propia… Pudiera ser una máquina o dispositivo de comunicaciones que trabaja a varios niveles. Para explicarme mejor, un nodo es un lugar al que podemos llegar...
—¿Y por qué hay que ponerle atención a los nodos movedizos…?
—Esa facultad de cambiar es la que los hace sospechosos. ¿Para qué cambiar de manera continua a menos de que se estén ocultando de algo o de alguien? Bueno, de ahí encontraremos a las áreas de los cuadrantes que más probablemente tengan candidatos que pudieran ser tomados en cuenta como nuestros objetivos posibles.
—Pero, ¿eso no es perdernos un poco, Cecilio? Debe de haber bastantes lugares posibles que quieran ocultarse, con algo de razón, pero que no nos incumben: bancos, gobiernos, conspiradores... no sé. Pienso que podríamos tardar mucho, ¿no?
—Recuerda que no vamos a rastrear a todos, Michael. Recuerda los criterios de búsqueda…
—¿Criterios de búsqueda? ¿Cuáles?
Cecilio se le quedó viendo con cara impasible.
—Mira, Michael, soy un agente de información y una de mis funciones básicas es la de filtrar información. Y para poder hacer eso hay que usar los criterios de selección. Éstos nos llevan, por ejemplo, en este caso, a ubicar zonas a partir de la antigüedad de los mismos nodos. Por eso primero llegaremos a la búsqueda de sites de más antiguos. Vamos a encontrar quién lo sepa.
—¿Quién podrá saberlo?
—Nadie o cualquiera.
—Esas zonas de las que nadie escucha, ¿tienen algún nombre?
—Sí. Se le conoce en este ambiente como Última Data Incógnita…
Michael asintió, preguntándose, ocioso, en cómo los nombres de los ambientes se llegan a formar y en dónde…
Cecilio estaba hablando:
—Michael, Poincaré ya te debió haber comentado acerca de los extraños seres que, como yo, habitamos este universo.
Michael asintió:
—Sí, me dijo que aquí podrían existir seres de lo más extraño. Que tienen vida e inteligencia propia. En realidad no le entendí mucho. Y es que todo esto se me hace extraño… Ya sé que la definición de vida es muy elástica. Una cosa es que esos seres estén allí como trampas vivientes esperando a ver quién llega y otra, muy diferente, el que sean inteligentes. Cómo las Venus Fly Trapper…
Cecilio preguntó, extrañado:
—¿Qué son la Venus Fly Trapper?
—Son plantitas que tienen su flor como si fueran dos mandíbulas una frente a la otra, con todo y dientecitos, y que mediante un olor especial atraen a las moscas o insectos. Luego de esperar pacientemente a que éstos lleguen a posarse sobre la superficie interior, la plantita cierra sus mandíbulas y sus presas quedan atrapadas dentro, y procede a digerirlas… Plantas carnívoras, vaya. Así les llaman.
—¿Qué con eso?
—Pues, al parecer aquí existen seres así. No hay voluntad propia. Las plantitas carecen de voluntad propia. Ellas actúan así. Los virus en el mundo digital son sólo trampas que están a la expectativa de sus presas… Pero de ahí a que Poincaré afirme que puedan tener inteligencia, decisión o libre voluntad, eso sí que no lo entiendo. No me entra, caray… Es llegar a profundidades filosóficas que desconozco.
—¿Sí? Supongo que entonces no has entendido bien quién soy yo.
—Bueno...
Michael se cohibió. Cecilio continuó hablando.
—Quizá no es el momento pero, ¿cómo explicar esta conversación? También soy un ser de origen digital, ¿no? Yo tomo decisiones. Existo. No hay nadie como yo, soy un tanto impredecible ya que eso se asegura debido a los cambios aleatorios de los que me provee Poincaré en forma continua. En mí existe un individuo. Y ahí radica el problema al que tal vez podríamos enfrentarnos…
—¿El problema? ¿Qué problema?
—Mira, yo de alguna manera tengo límites que me circunscriben. Tú le puedes llamar «lealtad» o le puedes llamar «obediencia». Después de todo no son más que límites.
—¿Y?
—Hay algunos seres que por alguna razón ya no alcanzaron esos límites. Mutaron o les quitaron esos controles de seguridad…
—¿Cómo se los quitaron?
—No tengo idea. El caso es que de algún modo algunos se convirtieron en virus… o en retrovirus. Algunos son invisibles mientras que otros son claramente distinguibles. Algunos viajan juntos, algunos no.
—Poincaré había dicho algo de eso, pero…
—Sí, pueden ser simbióticos y otros, parásitos. Ellos pueden saber de seguro cómo está organizado este mundo. Por lo mismo son casi desconocidos. No ha habido quién se ocupe de ellos… No ocasionan problemas en el mundo real. Son por así decir, de low profile. De bajo nivel. Casi inexistentes. No hacen ruido más que aquí, en el mundo digital.
—Suena interesante... Ahora dime: ¿corremos peligro?
—Sí, si nos descuidamos. Pero no te preocupes, tenemos dos o tres remedios para esas enfermedades. ¿Cómo? Pues tenemos las herramientas, los metaformatos, el metapassword…
—¿Meta qué?
—El metaformato es el programa que sirve para poder entrar en los host o nodos principales. En caso de problemas, puede cambiar la organización básica de las estructuras de datos, de esa manera te puedes abrir paso. El metapassword es más bien como tener las llaves maestras que también nos podrían servir para abrirnos camino en caso de encontrar firewalls o murallas de fuego, por ejemplo. En fin, son herramientas que no quisiera tener que usarlas, claro.
Michael se quedó pensando.
—Cecilio ¿tú qué esperas encontrar en este viaje?
—No lo sé, nada en particular. Ayudarte a encontrar lo que buscas en el menor tiempo posible…
—Ojalá que sea en el menor tiempo posible.


En la Matriz: T menos diecinueve

Siguieron viajando por más de medio día, según los cálculos «estimados» de Michael. Cecilio tenía razón, ni estaba tenso ni cansado ni sentía hambre. Se sentía relajado con la velocidad, la mínima vibración, la planicie a lo lejos, el falso horizonte que siempre permanecía igual. Las otras vías que aparecían a la distancia estaban demasiado lejos para poder percibirlas con detalle. Lo que se alcanzaba a ver eran los canales con formas luminosas refulgentes como si provinieran de una luz neón. Algunas mostrando señales de avance, llenas de raudos paquetes, otras congestionadas, densas, y otras, como era el caso de la salida por la que iban viajando, casi vacías.
Michael reflexionó de lo que estaba pasando.
«Erasmo nunca se hubiera imaginado que existiera un universo así, más debajo del nuestro. Seres digitales, agentes de información, virus. Él tenía aberración a todo lo relacionado con tecnología. ‘Sólo lo mínimo’, decía, ‘yo ya tengo mi multimedia, lo demás es la maldita vanidad’. Su multimedia interactiva eran sus amados libros de hojas de papel encuadernados».
La muerte repentina de Erasmo todavía lo tenía impactado más allá de lo que se hubiera imaginado. Le había quitado el firme piso de donde se encontraba.
«En realidad no puede existir el piso firme. Sólo es la pura ilusión. Sólo existe el miedo… Y la voluntad para superarlo». Se volteó hacia Cecilio que permanecía silencioso, siempre viendo hacia el frente y sin hacer movimiento, recordatorio casi sobrenatural, a pesar de todo, de que no era un ser vivo.
—Cecilio, dime: ¿tú tienes algún miedo?
Éste, como si despertara de su ensimismamiento, le contestó de manera suave:
—¿Miedo? ¿Esa sensación que tiene que ver con la sobrevivencia en menor o mayor grado?
—Sí, supongo…
Cecilio meditó un momento antes de contestar.
—Si por «miedo» entendemos «sentimiento de inquietud ante un peligro», sí, debo confesar que algo existe dentro de mí, que podría llamarse miedo... Y si me insistes y me pongo a ver cuál peligro, pienso que sería el miedo a una no-existencia.
—¿Cómo te das cuenta de eso?
—No tengo una idea clara, es de los llamados pensamientos aleatorios de los que me cargó Poincaré, como te mencioné, éstos refiriéndose a las ideas respecto a la supervivencia. Por ejemplo, el principal objetivo de mi existencia en este plano es que tú, Michael, sobrevivas…
Michael no se lo pudo explicar pero se sintió un poco apenado. No podía aceptar que alguien, aun un ser digital, se ocupara de él. Preguntó:
—Dime, Cecilio: ¿Dónde estabas antes de venir aquí?
—Según Poincaré y mis registros, estaba en un lugar esperando a que vinieran por mí.
—¿Cómo era ese lugar?
—No lo sé, pero tengo una idea indefinida que era o es, un lugar que tiene que ver con reposo, tranquilidad, y con el estar a la espera de algo distinto, un lugar en donde, por sobre todo, reinaba el tiempo. Ese lugar era una maravilla. Fueron «aeternidades» de estar allí.
Michael lo miró extrañado.
—¿«Aeternidades»? ¿Qué es una «aeternidad»?
—No sé decirte, algo que implica mucha duración, pero, ¿en tus propios términos? ¿Será un año? No tengo idea.
—Eso del lugar indefinido que mencionaste, como que suena bien, ¿eh?
—Sí. Lo mejor es que si todo sale bien, ahí volveré. Como en un viaje circular. El llegar a donde principiaste.
—Ese lugar, ¿tiene nombre?
—Sí… Poincaré le llamó «el cielo».
Michael no supo qué contestar.

24. Imabinarios



En la Matriz: T menos dieciocho

Habían entrado en una zona donde se unían varios de los canales de comunicación. Para mantener el bajo perfil que había sugerido Poincaré y para no llamar la atención de monitores suspicaces, utilizaban los canales alternos con anchos de banda más angostos y, por lo mismo, velocidades más lentas. A la corta distancia Michael divisó algo que le llamó la atención.
—Cecilio, baja la velocidad, por favor.
Cecilio obedeció en automático. El velodeslizador digital descendió su velocidad crucero sin esfuerzo visible y sin trazas de inercia mecánica alguna. Al navegar a un nivel tan inferior, Michael alcanzaba a ver sin problemas algunos objetos desordenados en el fondo, en lo que vendría a ser el suelo.
Michael apuntando, preguntó:
—¿Qué son esos, Cecilio?
—Al parecer son datacápsulas sobrevivientes de colisiones —dijo Cecilio.
—Colisiones —repitió Michael.
—Sí. Parece que este sector forma parte de un nodo comunicante, tú sabes, los nodos que no son computadoras propiamente dichas, sino más bien son enrutadores o puentes, o nodos de acceso a algún nodo troncal importante. Es común que una gran cantidad de información fluya en muchos sentidos y, por lo mismo, no es raro que haya colisiones de vez en cuando. Casi siempre se destruyen al contacto violento y no quedan rastros, pero se dan casos anómalos en los que sólo quedan… estos objetos.
—Datacápsulas que nunca llegarán a su destino… —reflexionó Michael—. Supongo que eso puede ser trivial… Digo, en la suma de todas las cosas es trivial, pero interesante a fin de cuentas.
—En este momento podría ser trivial como dices, pero es probable que algún día haya demasiados de estos despojos de datos por tanta colisión, que provocarán que se cancele esta ruta de comunicación.
—¿No hay mecanismos de limpieza?
—No. El caso normal es que las colisiones provocan que las datacápsulas o paquetes se destruyan de manera instantánea.
—¿Y éstas por qué sobrevivieron?
—No lo sé. Siempre hay una excepción a cualquier regla. Con cada día que pasa esto va a tener más y más desperdicios. Recuerda que en algunos casos las datacápsulas no llegan a figurar. Son formas de datos muy elementales.
—Pero si sólo son conjuntos de bits y bytes —apuntó Michael—. Unos y ceros. Lo que me podría llamar la atención es que no existen en forma de materia. Que casi son… seres imaginarios.
—¿Seres imaginarios? ¿O seres imabinarios?
Michael no contestó y Cecilio continuó:
—Todo esto es así en esta parte de este universo, además, en alguna parte alguien de ustedes decidió que habría que guardar las direcciones caídas o inconclusas en tablas. Esto puede estar relacionado con que los… despojos nunca se borrarán. Es el desperdicio normal del universo digital.
Michael dio una mirada a su alrededor. Dijo:
—A mí me parece que esta ruta se está «dataarterioscleroticando».
—Sí, supongo que así le puedes decir…
Michael vio que había movimiento alrededor de algunas de las cajas. Antes de preguntar el agente de información se le adelantó:
—Esos que ves allí son datos sobrevivientes con toques de agentes de información provistos de funciones primitivas. La metáfora visual gráfica en la que estás integrado te los permite ver de esa manera, ya sabes. Vas a escuchar desde tu punto de vista a los que tengan algún mensaje coherente.
Michael tratando de hacer un esfuerzo de entender sin ningún resultado palpable, volteó hacia Cecilio. Éste miraba hacia otra parte como si estuviera en estado de concentración.
—Cecilio, tú estás oyendo algo —era una afirmación.
El agente de información salió de su trance momentáneo. Levantó una mano para indicarle a Michael que tratara de escuchar. Éste enfocó toda su atención a sus oídos.
El sonido era triste e indescriptible. Como el eco de un eco grabado al revés en baja velocidad. Un zumbido a veces largo y lánguido. Para Michael la sensación fue deprimente. Se preguntó si Cecilio se sentiría igual al respecto. Cecilio, se adelantó y dijo:
—¿Sí oyes? Con un pequeño esfuerzo se puede escuchar un sonido bastante alucinado…
—Como si fueran quejidos, ¿no?
—No, no es algo trágico —señaló Cecilio a su alrededor—. Sólo son señales audibles, datos sin sentido.
—Cecilio, creo que puedo oírlos. Puedo entenderlos.
—Michael, yo creo…
Michael se puso el dedo índice sobre su boca, ordenando a Cecilio a guardar silencio.
—Shhh.
El zumbido fluctuó en un sentido. Como si el sonido hubiera estado ahí siempre y, en un raro instante, hubiera concedido hacer un favor y se hubiera acomodado sobre algún eje familiar, claro de repente e insospechado, listo para ser interpretado por un oído atento. Eran voces que de inmediato empezaron a adquirir orden y sentido. Éstas venían desde las cajas u objetos del suelo en movimiento. El velodeslizador pasaría por encima de ellas en cualquier instante, como flotando.
De una caja color rojo desvaído que pasaba por debajo de su costado derecho, se escuchaba una voz en tono bajo, vibrante, como en oración tipo mantra hindú:
—Este e-mail tiene urgencia… este e-mail tiene urgencia… este e-mail tiene urgencia…
Más allá, una cápsula informe color verde con rayas blancas borrosas que desaparecían, inconclusas. De ahí se oía envuelto como en un murmullo:
—D-d-disculpe, s-s-sabe usted do-do-donde es-ta-ta-tá el no-no-nodo THOR-24, bu-bu-busco el nodo-do THOR-24…
Michael no trataba de entender, sólo escuchaba. Todo le parecía una alucinación total.
Una voz en un tono más agudo se abrió delante de él, callando a las demás, como si estuviera en desesperación:
—¿Has visto el oscuro caer de los cristales de magnetita de los bancos de memoria por las tardes…? ¿No…? Sólo te puedo decir que es aberrante y verde… Mejor, precioso y verde… Mejor, arrasado y verde… Mejor aún, cerrado y verde... Siempre verde... Es maravilloso, simplemente maravilloso... Lo que tú digas…
Michael lo vio pasar de largo, no tenía forma reconocible, era negro como un carbón sin aristas perceptibles, sin reflejos y que sólo lo percibía de alguna manera agonizante. De repente, cansado, Michael ya estaba a punto de pedirle a Cecilio que reemprendiera la marcha a toda velocidad cuando escuchó una voz muy profunda y serena, como si de ella emanara una tranquilidad añorada:
—Ya no me queda nada más que esperar el Colapso… Ja-ja. Colapso, ¿sabes cómo va a ser el Magno Colapso…? Nadie cree en el Magno Colapso… No te preocupes… porque después de él nada quedará... Ni tú ni yo… no, nadie...
Michael se sorprendió. Tenía algo de sentido. Desde hacía un buen tiempo que no escuchaba la idea del Magno Colapso, uno de los mitos más antiguos que, de vez en vez, los autoerigidos profetas del Apocalipsis Digital lo presagiaban desde sus columnas periódicas, tribunas de conferencias y congresos, para asustar a los novatos y enfurecer de paso a los conservadores.
Se suponía que el Magno Colapso Electronaútico marcaba el momento de estar en paz con el Creador de la Verdad y de la Matriz, porque después no habría nada más. Era como caer al fondo del precipicio poblado de gigantescas serpientes del mar temidas por los antiguos marinos... Era el Juicio Final. Era el Big Crunch. La Big Nada. Era el Número Imaginario a la seiscientos sesenta y seisava potencia. Era la Oscuridad, el Gigalipsis, el Limbo, el Abismo, la Muerte Digital y el Infinito, que todos separados o en conjunto en forma de gigantesca y megamétrica ola arrastrarán a todos, creyentes y no creyentes, fieles e infieles. Sin misericordia y sin anestesia…
Michael pensó: Antes de que eso suceda, ojalá se tenga tiempo para respaldar archivos. Por si acaso. Sonrió. No era asunto que le asustara ni que le quitara el sueño. Lo que le hacía sonreír era que un triste dato sin identificación ni dirección final, atorado por toda una eternidad, o aeternidad, como diría Cecilio, en un oscuro y rutinario canal subalterno de nodo comunicante le trajera una reflexión sobre el Gran Final.
Dejaron por fin atrás a los despojos digitales.
Michael preguntó en voz alta, suspirando quizás a Cecilio:
—¿Qué seguirá después de esto?
Cecilio, en todo su ser animado de origen artificial, inteligente y hasta cierto punto autónomo, y consciente de que no existía en el término real de la frase ser o no ser, le contestó:
—Michael, con esto, entre comillas, te refieres a: Inciso a: ¿El Magno Colapso Electronaútico? Inciso b: ¿A la vida real? Inciso c: ¿A la vida real virtual? Inciso d: ¿A la ruta hacia donde vamos? O, finalmente, inciso e: ¿Es en realidad una pregunta capciosa o retórica que no tiene respuesta clara y definitiva a menos que se quiera entrar en temas cosmobiológicos o teológicos que nunca te dejarán satisfecho?
Michael meneó la cabeza de manera resignada:
—¿Qué te puedo decir? Tú sólo aumenta la velocidad. Sigamos. Allá. A la ruta.
Arriba de ellos, las luces de los grandes trenes llenos de paquetes y de datacápsulas individuales con peticiones en todos los sentidos, seguían interrumpiéndose sólo de vez en cuando con alguna colisión que despertaba imágenes impresionantes de choques, estallidos y chispas llenas de fulgores y de colores de todos tipos, magentas, rosas, celestes, amarillas.
Michael pensó que esas escenas de destrucción eran maravillosas.
No pudo evitar sentirse un poco culpable.
Seres imabinarios.
Michael ahora estaba fascinado. El camino seguía y seguía, y si volteaba hacia cada uno de sus lados podía ver que los horizontes laterales se curvaban lentamente hacia arriba. Los niveles arriba de ellos se sucedían unos tras otros. La velocidad era imposible de calcular al no haber punto alguno de referencia familiar. Viendo hacia arriba, percibió el fulgor del tráfico superior con los furgones de paquetes de diferentes colores, los cuales irradiaban una luz iridiscente que al pasar imprimía en su retina hacia todas partes, en múltiples colores. Era un espectáculo increíble e inusual… pero aún lo inusual pierde atracción cuando todo a tu alrededor ya lo es.
Michael respiró con pesadez. Más que un viajero, se sentía de repente como un peregrino en una búsqueda interior. Nunca se imaginó ser parte de este tipo de empresa. El velodeslizador digital a sus pies seguía muy cerca del suelo, en el canal, velozmente.

25. Depredadores



En la Matriz: T menos diecisiete.

No pasó mucho tiempo cuando cayeron en cuenta que no podrían seguir viajando sin saber adónde ir respecto a la ruta que condujera hacia la Última Data Incógnita. No queriendo llamar la atención, se apartaron de los canales de alta velocidad y se dirigieron hacia algún lugar de manera más lenta en donde pudieran hacer un contacto con Poincaré. Por lo demás, esto podría ser difícil debido al congestionamiento de algunas de las rutas. A partir de una discusión entre ambos, ser humano y agente de información, acordaron que se tendría que investigar por alguna manera heterodoxa, por decir lo menos.
Tendrían que averiguarlo con alguien. Preferentemente con algún agente de información.
—¡Ahí, Cecilio! ¡Hay dos seres!
Michael tuvo un ataque de entusiasmo. Por fin vería a otro ser digital aparte de su compañero, Cecilio, quien después de todo, era una extensión de Poincaré. El hecho de ver a dos seres digitales al parecer conscientes y diferentes entre sí prometía ser algo fascinante.
El velodeslizador se detuvo frente a una especie de plataforma.
Al levantarse de su asiento Michael, Cecilio le gritó:
—¡Espérate, Michael, no tan rápido!
Ya era tarde. Michael bajó del velodeslizador como si fuera un niño recién llegado a Disneytron. Cecilio se forzó a ir tras él. Al lado de la puerta se quedaron abandonadas las herramientas: el antivirus, el metapassword y el metaformato.
Muy por encima de ellos, los furgones de datos se movían con flexibilidad y gracia con una belleza deslizante que embelesaba. Todas las combinaciones de colores en fulgores tipo neón sobresalían y se mezclaban de manera sorprendente, a todas direcciones y a todo tipo de velocidades.
Abajo, los visitantes caminaron hasta un lugar en donde estaban dos seres digitales, en un recodo no muy lejos de la vía en donde se había quedado su transporte. Parecían agentes de información tales como el mismo Cecilio.
Cecilio lo alcanzó. Le murmuró con cuidado:
—Michael, despacio. Con las prisas olvidé las herramientas. Yo haré las preguntas.
Michael se estremeció, sin darse cuenta. Recordó que en el vehículo estaban la bolsa de herramientas… y el antivirus. ¿Las necesitarían?
Miró a Cecilio. Tomaría un papel formal, muy formal.
Al ver a los seres tragó saliva. De lejos no le parecían tan imponentes y fantásticos. Y, además, estaba el hecho de que uno de ellos tenía cabeza de caballo. Michael estaba admirado.
Cecilio habló:
—Disculpen, mi compañero y yo tenemos un retraso debido a una tabla de información que nos mandó en dirección al parecer opuesta de donde íbamos originalmente. ¿Tendría alguno de ustedes inconveniente en indicarnos el mejor camino o ruta hacia un destino conocido como Última Data Incógnita…?
Uno de los seres con apariencia de arlequín, traje de rombos de colores y antifaz un tanto fuera de lugar y en definitiva de género femenino, le contestó al mismo tiempo que saludaba con la mano:
—¿Última Data…? ¡Uf! Eso está muy lejos. Pero antes… ¡hola! Mi nombre es Arlene. ¿Saben dónde están?
—Mucho gusto, Arlene. Lo ignoramos, miren, venimos del nodo 3270… bastante lejano, como podrán ver.
El ser digital con cabeza de caballo como de ajedrez, de color negro, interrumpió con una voz gruesa:
—Mi nombre es Mesteño. No se preocupen, ustedes estarán en ruta de inmediato. Pero antes —hizo un guiño casi imperceptible hacia el arlequín femenino—, me gustaría charlar un momento con ustedes. Me imagino que ya saben que todo tiene un precio. El saber adónde se dirigen, su destino a fin de cuentas, es conocimiento. Yo los veo a ustedes perdidos… y quizá podrían correr el riesgo de desaparecer en cualquier momento si no llegasen pronto, ¿no?
Se dirigió hacia Cecilio:
—Tú, el gordito, a ver dime, ¿cuál es tu nombre?
Al parecer el aspecto de Cecilio de tipo de los años cincuenta del siglo pasado le parecía graciosa al ser equino. Michael sintió que a Cecilio eso le incomodaba de cierta manera. Él tampoco se sentía a gusto y, al mismo tiempo, pensaba que esos extraños seres digitales sí estaban a sus anchas.
—Mi nombre es Agente Cecilio.
—Agente Cecilio —repitió un tanto extrañado de la respuesta—¿Sólo eso? ¿Sin clave, apellido, procedencia, clan, ni nada? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Y tú? —Se dirigió ahora Michael—. ¿También eres agente?
Michael le contestó lo que ya había pensado con cuidado:
—Sí… eh… soy un agente obrero dedicado a… un mega-almacén de datos.
El ser digital denominado Arlene lo observó con cierto fingido interés, mientras le daba un vistazo alrededor. Al concluir, le contestó:
—No tienes apariencia de agente, mucho menos de estar ocupado en un mega-almacén de datos. ¿No serás acaso un agente convertido en virus? Permíteme acercarme más.
Arlene hizo ademán de acercarse pero antes de que diese un solo paso, el llamado Mesteño le gritó, preocupado:
—¡Cuidado, Arlene! No te le acerques mucho: ¡podría ser un parásito o un virus! ¡Hay noticias de que ya están avanzando!
Michael contestó ya puesto en una alerta un tanto confusa:
—No soy ni virus, ni parásito, soy solamente un agente de información adscrito a un mega…
El ser con cabeza de caballo de ajedrez color ébano lustroso dijo:
—Entonces, ¿ustedes no son virus ni nada de eso?
—No, sólo estamos en tránsito —dijo Cecilio.
—Eso es excelente.
Tanto la pieza de ajedrez y el arlequín sonrieron. Michael y Cecilio se miraron con cierta inquietud. Michael preguntó:
—¿Por qué dicen que es excelente?
El caballo de ajedrez contestó con estudiado disimulo:
—¿Que por qué? Porque nosotros sí lo somos. —Michael y Cecilio se volvieron a mirar tratando de entender, en eso Mesteño ordenó—: Arlene, el anticuado es el tuyo, hazle lo que quieras y me lo dejas luego. ¡Este mentiroso empleado de almacén es para mí!
Michael presenció una transformación. La pieza de ajedrez que en principio no parecía amenazante en lo más mínimo, de inmediato adquirió estatura del doble de tamaño de Michael. Las cavidades de los ojos del caballo se voltearon al revés y parecieron estallar para después dejar salir fulgores entre rojos y azules. Su cuerpo se engrosó apareciendo músculo sobre músculo.
A Michael le pareció, como en una alucinación, un animal de tipo mitológico parecido al grifo, mitad ajedrez, mitad caballo.
Michael retrocedió. De su lado izquierdo solamente alcanzó a ver al arlequín femenino quien en un truco similar se encaraba a Cecilio. Incrédulo, vio como ella convertía sus manos en garras con uñas metalizadas que al parecer cortarían una barra de acero como si fuera mantequilla. Cecilio estaba retrocediendo.
Michael no pudo evitar pensar en lo que podría hacer Cecilio frente a ese ser, aún y cuando él mismo tenía sus propios problemas.
Hacia atrás de él recordaba haber visto mucho espacio pero esto podría ser engañoso. Todo atrás era negro y oscuro perdiendo de vista la dimensión y la escala que lo rodeaba. Podría ser un precipicio, inclusive.
De la boca del Mesteño salía un tufo profundo. Michael sabía que no le quedaba mucho tiempo. La bolsa de utilería junto con el antivirus estaba en el velodeslizador, ¿cómo se pudieron bajar sin ellos? ¿Podría detenerlo y engañarlo? Trató de aparentar debilidad.
Habló casi dejando entrever un miedo y terror que no estaba lejos de sentir.
—Espera un momento, por favor… no lo entiendo… ¿qué piensas hacer?
El Monstruo le contestó con una cierta sonrisa de satisfacción:
—Primero: tengo curiosidad de saber qué eres, averiguar de dónde vienes. Segundo: voy a meterme dentro de ti. Con suerte, serás de una zona en la que aún no nos conocen, se me ocurre que si así es, haremos lo más lógico, invadirla, apoderarnos de tu máquina origen y enquistarnos allí —parecía satisfecho—, ¿qué más quieres saber?
Michael tragó saliva, mirando brevemente hacia arriba, donde las luces de los paquetes viajando le parecían muy lejanas. Su velodeslizador estaba a kilómetros de distancia o a cincuenta metros, al otro lado del Sol. Tenía que pensar.
Decidió seguir hablando como si nada:
—No tienes porqué saberlo pero allá de donde vengo hay muchos tipos de antivirus poderosos para evitar que seres digitales causen daños.
En realidad, Michael ignoraba si estaba en peligro real o no, pero recordando a los bisontes de su primera experiencia virtual, no sabía qué poder esperar de esta situación, pero, ¿y si el peligro fuera real?
El ser llamado Mesteño les habló, calmado:
—No me sorprende tu respuesta, lo que sí me sorprende es, primero, tu ignorancia, y segundo, tu arrogancia. Nosotros somos de otro tipo de seres. Los antivirus aquí ya no son necesarios, son reliquias. Déjame tomarte del brazo para darte un ejemplo.
Michael ni siquiera tuvo tiempo para evitar que el Mesteño le relampagueara con su brazo un golpe como de látigo y le alcanzara el propio, el izquierdo, lo cual le hizo arquearse de sufrimiento, con su brazo sintiendo una pasada de corriente eléctrica, con una mezcla de dolor caliente y doloroso.
—Eres raro, almacenista, no reconozco tu progenie. Tu entidad digital está escondida de mí. Y si de algo me precio, es de mi gran curiosidad.
Michael buscó sobreponerse contra los efectos del golpe. Se había confiado demasiado. Empezó a sopesar sus oportunidades, las cuales sabía que no eran muchas. Tenía que desafiarlo de manera que le permitiera actuar. Cambiar de actitud. Levantó una mano en señal de rendición.
—Espera, Mesteño. Tienes razón, eres muy inteligente… soy un ser especial, soy un prototipo de una nueva entidad digital… Fui un tonto en creer que te podría engañar…
El Mesteño negro se detuvo. Estaba suspicaz, pero creía que los prototipos siempre tenían avances interesantes que podrían ser de mucha valía para él. Michael pensó que debía tener cuidado, podría estar guardando una trampa.
—¿Crees que soy estúpido?
Michael empezó a inventar a toda velocidad.
—No, de verdad —mintió—. Mis diseñadores me crearon a mí y a mis hermanos como seres que mantenemos una gran cantidad de energía. De donde vengo hay cantidades monumentales de datos y de tablas de considerable complejidad. Los diseños actuales no llegan a figurarse hasta dónde se puede llegar en cuanto a posibilidades. Creo que somos el entorno ciber-lógico por excelencia para que seres como tú se enteren e integren.
Mesteño pareció sopesarlo un poco. Se le hacía lógico que se estuvieran desarrollando nuevas entidades con el paso del tiempo. De ser cierto era una suerte que estos seres se hubieran aparecido por allí.
Michael, por su parte, sintió que estaba haciéndolo caer en la trampa de su propia curiosidad. El Mesteño le preguntó:
—¿Cuántos son ustedes?
—Nuestro número es muy grande, se dice que ascendemos a cantidades inimaginables de información y hasta más. Inclusive manejamos gigantescas minas de información muy antiguas.
El interés de la Bestia se acrecentó de manera visible.
—¿Qué tan antiguas? —Dijo.
Michael tuvo una inspiración venida de quién sabe donde.
—Bueno, algunos dicen que son estructuras de información que datan de hace más de cincuenta ciclos… aeternos.
El extraño ser pareció genuinamente sorprendido.
—¿Cincuenta ciclos aeternos? Estás hablando de puros elementos estáticos. Memorias de metal sólido. Núcleos de Hierro. Eso es prehistoria. Creo que me estás mintiendo.
Parecía sospechar. Michael trató de empujar a su suerte un poco más.
—No. Tal vez estás malinformado. Se dice que están verificados y aunque, en la actualidad, algunos se están borrando, han pasado hasta en exceso pruebas de confiabilidad.
—Eso es posible, pero se me hace raro que los datos de aquellas aeternidades los hayan reunido con datos tan nuevos. Mmm... quizás ésta información en manos de otros virus autónomos podría ser importante. Los datos nuevos y los antiguos no conviven. Éstos podrían ser valiosos...
Michael se atrevió a levantar la voz:
—¿Lo dudas? ¡Claro que lo son! Lo contrario más bien sería ilógico.
—¡Por supuesto que es para dudar! Los datos de más de cuarenta ciclos aeternos están guardados en nodos selectos. Ni nosotros que somos virus de poder y autónomos desde hace varios ciclos podemos acercarnos por allí.
Michael le siguió soltando carnada.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que un virus superastuto, tan autoconsciente y autónomo como tú no sepa o no quiera hacer frente a ese tipo de información? Una información que, además, podría estar ya decrépita y débil.
—Él que no entiendes, eres tú. Los datos de aquellas épocas tenebrosas están guardados en las zonas que empiezan con la dirección tres mil… —se interrumpió—: ¡Ah! ¡Pero mira quién viene! Arlene, me decepcionas. Ya a estas alturas podrías haberlo invadido.
Michael se sintió al borde de la desesperación, el Mesteño estuvo a punto de decirle la dirección del nodo mítico oscuro. Quizá, probablemente, el de los Círculos Oscuros. Datos de más de cincuenta años. Le era imperativo retomar el tema, a Cecilio le encantará saber que… exacto, ¿y Cecilio?
El ser femenino habló:
—Por eso pensé en traértelo, Mestis. Como es de un lugar lejano me pareció que sería bueno que lo examináramos bien antes de invadirlo.
El arlequín lo dejó de estirar. En el suelo yacía Cecilio, y estaba ya casi transparente.
—¿Qué le hiciste?
Michael vio a Cecilio y, por un instante, se sorprendió cómo le afectaba el estado de su amigo agente. En ese instante de conciencia se sintió más en común con Cecilio que con incontables personas reales de allá afuera.
Sin razón alguna se estaba haciendo la pregunta de ¿qué soy yo en este instante? Sin encontrar una respuesta exacta. Sintió un poco de debilidad aunque sólo fue momentánea. Respiró el aire un poco enrarecido y dejó que una rabia lo invadiera de manera lenta pero firme. Saldría de ésta. Y con Cecilio.
Arlene ni volteó a verlo. Habló la bestia:
—Muy bien Arlene, en un momento le dedico mi atención a tu presente. ¿Qué te estaba diciendo, extraño? ¡Ah, sí! Los datos antiguos. Si esos que están guardados en los nodos perdidos de Última Data Oscura.
—¿Última Data Oscura?
—Sí, ¿qué te extraña? Más allá de todo esto que nos rodea hay muchas regiones incógnitas, fuera de estándares. Sólo un loco se aventuraría a ir allí. Nada hay apetecible, datos viejos y sin sentido. Lugares calientes, peligrosos, inclusive Kerberos. Ya marchitos, desperdicios de área y más área. ¿Cuál sería su utilidad? Alimenticia no era. Por eso me llama la atención de que digas que hayas estado en un mega-almacén de información que pudiera abarcar tanta aeternidad…
Michael, que ya creía saber cómo lo podría atraer, dijo:
—Yo podría, es más, yo querría, si tú quieres, claro, llevarte allá y… que esa sea tu gran zona de gobierno y privilegio, Mesteño.
—No tengo porqué hacerte caso, extraño. No me interesa.
—Pero yo soy distinto, tú lo percibiste —protestó.
La Bestia pareció sopesarlo. Dijo:
—Puede que tengas razón.
—Tienes que estudiarme con detenimiento. Y a él también.
Señaló a Cecilio. Debía ir rápido hacia el velodeslizador. Parecía estar a una eternidad de distancia.
Se escuchó la voz de la llamada Arlene:
—Espera, Mesteño, no confíes en el extraño. Podría ser peligroso...
La Bestia la tranquilizó con la mirada.
—No te preocupes, Arlene, déjalo de mi cuenta. Por cierto, me gusta tu vehículo, extraño. Creo que también eso forma parte de tu misterio. La vida de los agentes de información y la de los almacenistas no concuerdan con tener tan extraño vehículo. Esa sí que es una curiosa in-con-sis-ten-cia.
Michael nunca se imaginó en el rol de ser héroe. Nunca lo había sido. Nunca lo habían asaltado y nunca lo habían amagado con un arma. Pero siempre había una primera vez.
La voz del ser digital con cabeza de caballo dijo distraídamente:
—Extraño, ya me cansé, ¿cuál es tu misterio? Me lo dices ahora por gusto o me veré obligado a extraértelo miembro por miembro de tu débil cuerpecito...
Michael solamente pudo fingir sonreír. Dijo:
—¿Qué te parece si mejor vamos a mi velodeslizador? Te encantará, te lo aseguro.
—¿Qué tienes allí?
—Casi nada —Michael intentó ser casual—, una nave en la que podrás volar por toda la Matriz. Además, allí tengo la ruta de donde vengo... ¡Es más! Se me ocurre que podríamos hacer un trato…
Guardó silencio para crear expectación. Continuó:
—Te podría cambiar los datos de mi mega-almacén si tú… si tú me das los datos de las bodegas esas, las antiguas, y... a mi amigo también… o lo que queda de él...
Michael se estremeció por cómo hacía referencia a su propio guía digital. No sentía que fuera justo con Cecilio, pero no tenía opción.
—¿Para qué quieres saber lo de la bodega? –Dijo el Mesteño sin prestar atención a lo que decía de Cecilio.
A Michael le preocupaba la salud de su amigo porque era probable que si no lo auxiliaba podría desaparecer en cualquier momento. Y si ahora creía estar en problemas, estaba seguro que después estaría peor. Sólo pudo articular:
—Puede que esté interesado...
El ser oscuro, de manera inesperada, aceptó:
—Bueno, vamos a tu nave, de paso quiero examinarla. Arlene, vigila. El agente con aspecto anticuado aún está débil, no dejes que desaparezca.
Michael crispó los puños y empezó a prepararse mentalmente. La Bestia Negra no dejaba de vigilarlo, siguiéndolo de cerca por detrás. Se apresuraron a llegar a donde estaba el velodeslizador, cada quien con sus propias intenciones.
Llegaron y se plantaron juntos del mismo lado del vehículo.
—Excelente vehículo, ¿eh? Fascinante. Tiene un acabado como para garantizar viajar por todos los lugares de nuestro Universo… Sí… tengo curiosidad de saber de dónde lo obtuviste y cómo. ¿Pero sabes qué? Me está causando más intriga saber tu verdadero origen…
La Bestia lo miró y Michael sintió que un temor le oprimía el pecho cuando vio cómo los ojos de ésta refulgieron al terminar la frase.
Michael alcanzaba a intuir que el que tenía enfrente no era un ser de los que pudiera decirse que tuviera una gran paciencia. No tendría otra oportunidad.
—Mira, terminaré con toda esta confusión, te voy a decir quién soy… para eso permíteme primero presentarte mis credenciales.
Michael estaba a punto de subirse, recordando que la bolsa con las herramientas estaba al lado de la rampa de acceso. Sólo tendría que entrar y…
—Espera.
Michael se detuvo. Empezó a sudar frío. Se sintió descubierto.
La Bestia siguió hablando, con tono frío:
—Creo que ya voy sabiendo de dónde eres… Ya estoy incluso creyendo que no eres de este entorno… ¿eres un avatar, verdad?
Michael sopesó las posibilidades, no sabía qué era un avatar, pero no podía ser tan malo. Supuso que tampoco era malo contradecir a un ser tan voluble y al parecer mortífero. Contestó con cautela:
—Puede ser… digo, sí.
Trato de caminar de manera casual sobre la rampa estando a sólo unos centímetros de distancia de donde dejó la bolsa. Una parte de su cuerpo ya no era vista desde el ángulo de la Bestia. Acarició la bolsa. La Bestia siguió hablando como si el haber adivinado cuál era el origen de Michael fuera causa de regocijo:
—¿Eres del MIT? Debes serlo, allá hacen muchos experimentos con seres digitales. Yo no soy de allá, pero he sabido que algunos son especímenes interesantes… Eso lo sé muy bien, como que ya me he integrado con algunos de ellos…
La Bestia, de manera inesperada rió de manera gutural, casi de forma obscena.
Michael se sobresaltó, asió la bolsa en sus manos con firmeza. Sólo alcanzó a contestar con voz débil:
—No… yo soy de más afuera.
La Bestia interrumpió su risa. Todavía sonriendo dijo:
—¿Cómo? No te oí.
—Dije…
Michael levantó su bolsa de utilería y lo primero que encontró fue el metaformato, el programa que servía para poder entrar en los host en caso de problemas.
—…que…soy…
La Bestia comenzó a acercarse, suspicaz.
—…de…
La Bestia estaba a menos de un metro de distancia. Con el metaformato en la mano se le acercó lo suficiente al Mesteño.
—¡…AFUERA!
El monstruo quiso evitar el contacto, quizá de manera instintiva. El impacto del metaformato en el pecho del Mesteño fue fulminante. Arlene, que observaba desde la distancia y que ya estaba acercándose, gritó espantada cuando vio a su compañero caer al suelo y convulsionarse.
Arlene subió por la rampa y se fue directa a atacar a Michael con las garras desplegadas. Éste movió la cabeza hacia atrás y por un milímetro sus ojos estuvieron a punto de serle extraídos limpiamente.
Fue la única oportunidad de Arlene. Michael le descargó todo el peso de la bolsa sobre su espalda y ésta cayó al suelo de manera tan pesada que quedó privada de sentido.
—¡La mataste! —Gritó la pieza de ajedrez que, de modo increíble, ya estaba recobrándose.
Michael no podía permitirse ponerle atención, empezó, frenético, a buscar en la bolsa en donde se encontraba el antivirus. Las luces pasajeras y parpadeantes de los niveles superiores no alcanzaban a iluminar la situación por completo. Todo se estaba desarrollando en cuestión de segundos. A corta distancia, la pieza de ajedrez ya se había levantado y empezaba a cargar hacia él con todo y su significativo peso.
El metaformato no sirvió más que para enfurecer a la Bestia. Michael no terminaba de encontrar el antivirus en la bolsa.
La Bestia Negra se acercaba a todo impulso. Faltando sólo un pequeño instante, Michael pudo reconocer al tacto dentro de la bolsa la forma puntiaguda del antivirus, se lo acomodó en la mano, y de manera simultánea se volteó… justo a tiempo para encontrarse de frente con la mole negra, pudiéndoselo clavar en el pecho.
Todo se volvió un destello azul eléctrico. La fuerza del impacto arrojó a Michael hacia el suelo.
Pasaron unos segundos.
Casi de inmediato, Michael se percató que de alguna manera absurda los dos estaban acostados en el piso, la Bestia Negra sobre él.
Estaba confundido, pensando en lo que acababa de hacer. Detectó un aroma pestilente. Se sorprendió cuando reconoció que era el mismo olor que despide la carne cuando es quemada.
El Mesteño sólo sollozaba, actitud que le pareció extraña a Michael, un cambio impresionante de la arrogancia de hacía un momento.
Michael sabía que no tenía tiempo que perder, Cecilio estaba ya casi desaparecido, y sin él bien tendría que regresar a LIZ, con toda la empresa condenada al fracaso. Si es que encontraba el camino de regreso.
Dejó a la Bestia a un lado y fue con Cecilio.
Cargó a Cecilio con cuidado y lo depositó sobre el velodeslizador.
El color le comenzó a fluir a Cecilio por todas partes y empezó a tomar su opacidad normal, luego comenzó a moverse y después de unos instantes pareció haberse recuperado casi por completo. Michael volteaba de cuando en cuando para no dejar de poner atención a sus cuasicaptores.
A Michael, Arlene le tenía casi sin cuidado ya que se veía inmóvil, en cambio al Mesteño le tenía respeto, más que nada porque éste sí parecía capaz de destruirlos. De eso no le quedaba la menor duda.
El Mesteño seguía quieto, con los ojos abiertos. Michael estaba consciente de que debía trabajar con rapidez. Se aproximó al cuerpo caído. Se arrodilló frente a él. Se observaron uno a otro. Ser digital contra ser cuasidigital. La cabeza equina de la criatura lo veía de manera firme con algo que parecía una combinación de fuerza y de resignación.
La Bestia ya no sollozaba. De algún modo se había recuperado un poco, tal vez queriendo aparentar ser digna, pero delatando su debilidad. La extraña pieza viviente de ajedrez preguntó:
—¡Si vas a rematarme, hazlo rápido!
Michael meneó la cabeza.
—No, pero me tienes que ayudar.
—¿Ayudarte? —Dijo la Bestia, con tono incrédulo.
—Sí, quiero que me indiques el camino hacia donde se encuentran los depósitos de esos datos de más de cuarenta, o quizá cincuenta ciclos aeternos.
El caballo se le quedó viendo en silencio. Empezó a hablar:
—No dejas de ser curioso. ¿Por qué quieres saber y por qué me quieres ayudar…? No te puedo comprender. Cuando un agente llega con un antivirus no hay más, esa es la regla aquí, el virus choca con un agente, el virus destruye al agente o mínimo lo enloquece. Si el agente es más rápido o más nuevo destruye al virus con su antivirus. Al final no existen los términos medios, no existen más que los extremos. La vida es binaria. Fuiste o no fuiste. Eres o no eres. Serás o no serás. Lo que estás haciendo ni tiene sentido ni puede ser…
—Yo decido lo que puedo y lo que quiero hacer, y sí, quiero que me des esos datos.
—Los podrías conseguir si quisieras, podrías tratar inclusive de extraérmelos a la fuerza... Pero te advierto, podrías destruirme… y destruirte en el intento.
Michael se quedó pensando en todo lo que le decía su oponente. Miró hacia Arlene en el fondo, aún sin movimiento.
—Bueno, no sé qué quisieras para ti, pero me gustaría saber que es lo que quisieras para Arlene…
La Bestia por fin mostró algo parecido a un sentimiento:
—¡Arlene está muerta…! ¡Ya no existe, ya no me interesa…!
—¿Y si no fuera así? ¿Y si estuviera viva?
El caballo negro de ajedrez hizo un esfuerzo.
—La veo desde aquí, no se mueve.
—Yo tengo el poder de salvarla, y a ti también… pero sólo a cambio de un trato.
—¿Un trato? —Preguntó con suspicacia.
—Sólo me tienes que dar los datos del lugar, cuando lo hagas, te acercaré al velodeslizador que te va a revivir a ti y a tu compañera.
La cabeza de caballo empezó a relajarse, quizá pensando que estaba en sus últimos momentos. Tomó una decisión.
—Está bien. Los datos venerables están por la dirección 4079.7889.3400 y siguientes. ¿Eso te basta?
Michael tomó una tablenet de la bolsa, y los anotó con cuidado.
—Sí —contestó.
—Ahora, sálvame… Yo ya cumplí mi parte… Ahora. Cúrame. Cúranos.
Michael pensó que ese era un virus cuya función era principal destruir. Era un depredador digital que, dadas las circunstancias, podría doblar de rodillas hasta un mismo mainframe o cluster si quisiera. Pero él no era dios digital de nada, ni siquiera aquí… y, además, había hecho un trato.
—Primero voy a recuperar a Arlene, tú, lo que seas, la convencerás de que no nos ataque.
—Michael, lo que estás haciendo es una locura.
Escuchó de atrás la voz de Cecilio. Lo había olvidado. Allí estaba como si nada, entero y listo para lo que se ofreciera. Michael lo miró y le dijo:
—Cecilio, necesito que me ayudes a la regeneración de estos seres. Según yo, debe de funcionar como a ti te sucedió.
Su agente de información se le quedó viendo, inexpresivo, por un segundo.
—Sí, es lo mismo, sólo colocarlos cerca del velodeslizador. Una vez ahí es cuestión de segundos para que cualquier esencia digital se regenere. Es como un amplificador. Pero, Michael…
—No te preocupes, Cecilio, sé lo que hago.
—Date cuenta Michael, estás hablando con un virus, podríamos comprobar con poco esfuerzo lo que este tipo ha causado de daños por aquí…
—Cecilio, no te preocupes, sube al velodeslizador y ponlo en marcha. ¡Ya!
Cecilio no se movió.
—-¡Sube, obedéceme, por favor!
Cecilio estaba atónito, estuvo a punto de decir algo pero no lo hizo.
Después de un rato el velodeslizador tomó vuelo y se alejó.
La Bestia Negra empezó a reponerse. Su semblante se empezó a suavizar. Arlene comenzó a moverse y a responder, aunque débilmente.
—¿Se fueron?
—Sí —le contestó el Mesteño de manera tierna.
—¿Quiénes eran?
—No estoy muy seguro, lo que sí entiendo es que el pequeño sí era un agente de substancia firme y real, como la nuestra… del otro, del llamado Michael… no lo sé, pudo ser un virus distinto o un agente especial, algo que no había visto antes.
—¿Tú crees, Mestis, que era de allá… afuera?
La Bestia meneó la cabeza.
—No, eso es imposible. Quizás era una de esas criaturas oscuras del MIT.
—Cuando lo tocaste, ¿qué fue lo que sentiste?
—Algo de lo más raro, sentí que no podía ser digital, que podía ser otro tipo de ser que no me puedo imaginar… no sé…
—¿Hacia donde van?
—A la Última Data Incógnita. Donde se guardan los datos inamovibles.
—Eso está lejos, les diste la verdadera dirección. Los pudiste haber engañado, ¿no?
La Bestia negó con la cabeza.
—No era correcto, me dijo que te iba a salvar la vida y la mía también.
—Eso es incomprensible, ¿no? Que unos seres hayan mostrado esa clase de perdón. No es costumbre más que entre los agentes simbióticos… Y ahora, ¿qué harás?
—¿Yo? Le prometí la dirección correcta, pero no le prometí que no advertiría de su presencia en ese lugar…
—¿Cómo lo vas a hacer?
—Mandar un mensaje a la muralla de fuego de la sección 4079.7889.3434 y demás, el agente Kerberos de allá, si es que existe, estará encantado de saber de la próxima visita de Michael y de su simpático amigo…
El Mesteño así lo hizo. El mensaje iría por una compleja red de nodos de interconexión, pero sabía que llegaría antes que sus visitantes. Estaba contento. Muy contento. En eso, Arlene le llamó la atención.
—¡Mira, Mestis! —Señaló hacia la rampa de bajada—. ¡Acaban de llegar otros amigos extraviados! ¡Celebremos todos juntos!
Acababan de llegar dos paquetes llenos de datacápsulas asomando por las puertas.
—¡Visitantes distinguidos! —Les gritó la Bestia que de súbito reducía su tamaño a como estaba al principio—. ¿Gustan pasar? ¿Están perdidos? Mi amiga Arlene y yo les podemos ayudar… por aquí, por favor…
La pieza de ajedrez, al estar junto a ellos, empezó a hacerse grande, grande, grande. Arlene sonreía.
Tenía esa sonrisa diabólica que le causaba tanta gracia al Mesteño.

26. Hacia el Nodo



En la Matriz: T menos dieciséis.

Michael sentía que debía relajarse un poco. Estaba agotado. Todavía no podía asimilar su reciente experiencia. Quizá después, cuando se la platicara a alguien más.
Cecilio empezó a hablar:
—Michael, he estado pensando, ¿te das cuenta de que pudimos morir?
Hizo una pausa. Continuó:
—Yo mismo pude morir, desaparecer… estoy perplejo, por decirlo así.
Al tratarle de darle ánimos se sorprendió a sí mismo el darse cuenta de que tuvo que reunir fuerzas para lograrlo.
—Tal vez sí, Cecilio, no lo sé. El encontrarme con seres que no sé si existen de manera real me impide dar un juicio, además, ahora prefiero ni pensar en eso, ya vamos retrasados.
Tanto la rectitud del canal por el que se trasladaban, como que el horizonte fuera de momento plano y sin detalles vistosos o atractivos, aburrían mortalmente a Michael. Quizá por lo mismo, el detalle sobre el esfuerzo que realizó para contestar se diluyó en su mente hasta olvidarse.
Cecilio también guardó silencio por un largo rato.


En la Matriz: T menos quince

Había pasado ya un buen tiempo. Michael pensaba que viajar por el velodeslizador era impresionante. Pero también sentía que el tráfico estaba muy lento. Podría haber muchas razones.
Por ejemplo, podría ser que hubiera en el exterior alguna nueva gran killer application, o algún nuevo videojuego, o una nueva película de éxito… Algo que estuviera generando el rumble rumble suficiente y que toda la gente afuera quisiera accesar en forma simultánea.
Lo que sí era evidente es que había mucho tráfico.
Había líneas moradas por las rutas congestionadas en algunos casos. Los demás niveles de por arriba y de por abajo estaban saturados por todos lados y de vez en vez se daba la colisión ocasional.
En otros lugares se alcanzaba a ver los datos desbordando sus canales correspondientes y de ahí, en orden, se iban hacia sus canales alternos de manera al parecer natural. Todo con una cierta gracia y equilibrio.
Los fulgores magentas, los brillos celestes, las luces verdes y las amarillas, refulgentes y radiantes como provenientes de luces neón, todas combinadas en un mosaico de colores deslizantes, silbando raudos, con una velocidad impresionante, la belleza hecha movimiento.
—Michael, ¿te interrumpo?
—No. ¿Qué?
—Según tú, ¿cómo vamos a llegar a Última Data Incógnita?
—Por la dirección que nos dieron, ¿no? La apunté ahí en la tablenet.
—También la tengo pero como que el velodeslizador no. Parece que los datos son insuficientes todavía.
Michael se quedó pensando por un segundo.
—Según esto… por lógica de aproximación… vámonos por el sector de las 4067.7889.3300 y luego de ahí vemos. La 3400 no podría estar muy lejos. ¿Tienes otra sugerencia?
—Bueno, yo sugeriría que podríamos ir hacia un nodo conector y ahí conseguir información real. Evitar en lo posible virus y demás.
Michael miraba hacia el horizonte oscuro lleno de ocasionales líneas trazadas en el aire sin que nada visible las sostuviera. Cecilio lo interrumpió:
—Los virus, Michael, los virus…
El aludido volteó a ver al agente digital.
—¿Qué? No te preocupes, no me vuelvo a bajar del velodeslizador sin la bolsa de herramientas… ya no les voy a tener tanta confianza a esos… seres. Todo aquél que se acerque deberá ser examinado desde una prudente distancia…
—No te van a pedir permiso, creo.
—Bueno, pero por lo que me dijo Poincaré de tus características, creo que tienes la habilidad de estar preparado para una eventualidad, ¿no? Él me hizo sentir que estaba muy orgulloso de ti...
—Si estás tratando de alegrarme, pierde cuidado, estoy bastante tranquilo a comparación del episodio anterior…
Michael tomó un semblante más serio.
—Pero pudiste desaparecer, tu individualidad iba a desaparecer. Lo sabes.
—¿La versión de lo que soy? Supongo que no tiene importancia, para mí al menos. Tu preocupación está en tu percepción de lo que yo represento para ti. Tú deberías estar más preocupado por ti, en todo caso…
—Cecilio, ¿por qué siento que alguien te programó para que me lo recordarás a cada rato?
—Lo siento, no volverá a suceder.
—No, no se trata de eso. Sí me entiendes, ¿verdad?
Al instante posterior de que lo dijo, Michael se sintió un poco incómodo. Sabía con quién estaba hablando y sabía que no estaba fantaseando.
Cecilio habló, despacio:
—Tú eres el que reaccionaría diferente con cada Cecilio que se hubiese mandado. Recuerda que soy un ser no vivo con conciencia que tiene un implante de reacciones aleatorias y, hasta cierto punto, impredecibles. Soy vida en todos los sentidos para ti, y supongo que eso te puede hacer sentir nervioso, el que algo me pudiera pasar. Recuerda, Michael, no te quedarías sólo. Hay una posibilidad de que me comunique con Poincaré y haga todo lo que esté a su alcance para ayudarte.
Michael se le quedó viendo a Cecilio, por un rato sin saber qué pensar.
Trataba de entender el universo digital.
Las estructuras de información coordinadas en un incesante ir y venir. Paquetes en busca de su destino. Todos con un fin determinado. Múltiples niveles de prioridades entrelazadas en todos los sentidos.
Y cuando se acercaban a los nodos comunicantes, la sensación del caos se apoderaba de las conciencias, pero esto era sólo forma, porque en el fondo las sensaciones de una perfecta armonía casi sobrenatural, seguían.
Los brouters, bridges-routers o puentes-ruteadores cumplían su función de manera expedita. Revisaban destinos, hacían conversiones de formatos, procesaban direcciones, corregían errores, prevenían desastres.
Uno pensaría en el fragor o estruendo de los paquetes moviéndose en incesante bamboleo, como en un gran puerto de embarque y desembarque.
Era todo un universo distinto, o era la idea de lo que Michael imaginaba como otro universo. Él mismo y Cecilio se estaban moviendo a la misma velocidad que los demás paquetes pero las ilusiones de la distancia lo eran todo en el mundo digital.
Sin direcciones de destino, el riesgo de perderse era grande debido a la cantidad gigantesca de canales alternos que coexistían unos junto con otros. Al contrario, ya con direcciones correctas, las posibilidades de extraviarse eran casi nulas, pero aún cabría que la Última Data estuviera en un nodo con una antigua dirección alterna también, o quizá lo peor, que el site mismo hubiera cambiado de lugar.
Y si ese fuera el caso…
La composición de todas las formas y figuras demostraban el orden y la organización que existía adentro de la Matriz y que dejaban a Michael extasiado.
Éste desde su niñez, siempre se preguntaba cómo funcionaba todo, y la Matriz no era excepción: la estructura de los canales de comunicación; las maneras en las que un paquete se trasladaba de un destino a otro; los incesantes cambios de nivel a nivel; el cómo esta estructura se mantenía flexible con el paso del tiempo, indiferente al crecimiento de los usuarios y al número también creciente de aplicaciones de la misma red.
Pero Michael también era del tipo aprehensivo. Sentía que la entropía estaba al acecho, siempre al acecho. Era como las personas que siempre piensan que el Fin del Mundo podría empezar el momento siguiente en que alguien, con un poder suficiente o influencia, se le ocurriera Apagarlo Todo…
Y eso en su pesadilla a veces era sólo un pequeño switch.
El Pequeño Switch del Colapso Final.
Michael recordó aquél anuncio que decía que de un solo árbol podrían salir cinco millones de cerillos y que con un solo cerillo encendido podrían quemarse hasta cinco millones de árboles (¿habría tantos árboles reunidos juntos en la actualidad?).
Un solo conmutador, una palanca, un control, una orden, un comando, ¿podrían terminarlo todo en un solo movimiento?
Por otro lado… ¿tendría alguna razón el desdichado paquete aquél acerca del Colapso Final? Michael meneó la cabeza, era todo una idea loca. Él, que conocía poco, sabía de los círculos de seguridad, anillos de prioridades, esquemas de regeneración, estructuras distribuidas, respaldos múltiples. La Matriz era un sistema que correría por muchos años, incluso después de que sus usuarios hubieran muerto. Siempre y cuando hubiera corriente eléctrica, sea cual fuera la fuente. Casi como un organismo viviente en ciertos sentidos.
¿Pero qué era la vida después de todo? Cecilio no estaba vivo pero, sin embargo, mantenía recuerdos, expresaba dudas, podría tener corazonadas; o la Bestia negra, el Mesteño, que siendo un virus asesino, un depredador digital, tenía un inesperado sentido del honor.
Por eso no dejaba de maravillarse ante la muestra del orden ante sus propios ojos.


En la Matriz: T menos catorce

Viajaron por largos trayectos interminables. La conciencia de Michael se daba perfecta cuenta de que, aunque en el tiempo que percibía en la Matriz habían pasado días enteros, afuera debían ser sólo pocos minutos reales.
Ahora los tonos predominantes de los colores de los paquetes y de las mismas vías y canales estaban corriéndose hacia el azul. Tonos morados, tonos celestes, tonos turquesa, a fin de cuentas, azul.
Michael se preguntó si eso quería significar algo. Las vías de comunicación tomaban otro contexto. Se sentía poco a poco llegando a otros ambientes. Debía estar alerta.
El canal se deslizaba de manera quieta pero rápida a los pies del también aparentemente quieto velodeslizador.
Michael vio una vez más hacia el canal al frente del vehículo. Buscó con la mirada el final que tenía ante sí, y una vez más también las líneas del canal convergían en un punto en el horizonte. El panorama hipnótico se sustituía ocasionalmente, como cuando se topaban con los canales alternos o canales entrelazados llenos de convoys con paquetes en busca de su ruta. Eso era lo único que les indicaba que en realidad sí estaban avanzando.
Más emocionante para Michael era la llegada a un nodo comunicante. Aparecían dentro del falso horizonte de vez en vez las grandes esferas llenas de racimos de tubos que salían hacia todas direcciones. Estos tubos eran los canales de ida y venida que llegaban de manera simultánea.
—Bien, Cecilio, ¿dónde estamos?
—Según el mapa, estamos en un área de nodos circundando las direcciones 3350… aproximadamente.
—¿«Aproximadamente»? ¿De cuándo es tu mapa?
—De hace tres días. Un poco anticuado, aún así, es el más actualizado que tengo. Y no es falta de orientación. No tienes la mas mínima idea del tamaño de la maraña cambiante de canales, nodos, sites, y demás...
—Ya ni me digas. Supongo que te entiendo. Pero no sabía...
Le completó Cecilio:
—Acuérdate que ciertas organizaciones esconden sus nodos comunicantes unos de otros, los traslapan, y los reacomodan. Canales que ya no funcionan, callejones sin salida... Eso sin contar que estos nodos siempre están cambiando de dirección y de prioridad...
—¿Cómo está eso?
—Sencillo, mira, cada nodo comunicante es un ente independiente que existe con una denominación determinada. Ese nodo puede servir como control de acceso, como amplificador de señal en ciertos casos, como traductor, e inclusive, como ente inteligente capaz de planear otra ruta cuando el canal principal de control avisa que hay nodos intermedios hacia la ruta final con problemas. De ese modo se designan nuevas rutas para los convoys diferentes de paquetes.
Michael se le quedó viendo, estupefacto. Cecilio continuó:
—No se te olvide que conozco de esto, digo, soy un agente de información.
—Es que, bueno, me sorprendo todavía… Okey, bien, ya que nos da igual, bajemos por… ahí…
Michael apuntó hacia una salida.
—¿Por ese canal lateral?
—Exacto, el de la derecha.
Descendieron.
La tremenda dimensión de la esfera ante ellos empequeñecía el canal de su acceso. Éste, con su casi insignificancia, para nada hacía mella al tamaño de los muchos canales enormes de gran capacidad, a través de los cuales llegaban ingentes cantidades de información en convoys llenos de paquetes.
Michael, en tono de respeto, dijo:
—Es impresionante.
—Yo agregaría, Michael, que es increíble…
Michael reflexionó, maravillado un tanto también, en la genuina posibilidad de la capacidad de asombro de un ente artificial. Señaló a su alrededor y exclamó:
—Esto debe de estar en un mapa, ¿no?
Cecilio revisó sus datos. Negó con la cabeza:
—No, Michael, no, no encuentro a éste nodo gigante —la voz artificial de Cecilio sonaba a decepción.
—¿Ya detectaste si tiene una denominación o dirección que lo defina?
—No.
—Pero tú me acabas de decir…
—Bueno, sí, que todos los nodos comunicantes tienen una denominación o dirección. Sí, pero los nodos normales, éste no lo es.
—¿Qué tiene éste de anormal?
—Mira, Michael, ¿cuánto llevamos viajando?
—No sé, días, creo, no lo sé con exactitud.
—¿Cuántos nodos de comunicación has visto?
—Varios, supongo. ¿Por qué?
—¿Cuántos de éste tamaño?
—Ninguno, éste es el primero.
—Ajá.
Michael repitió:
—Ajá. ¿Ajá qué?
—Eso, precisamente… que es también el primero que yo veo.
—Pero ya sabías de ellos, ¿no?
—Mmm… pues, sí.
La voz de Michael empezaba a sonar impaciente:
—Déjame ver si entiendo, tú sí los conoces, pero nunca los habías visto, ni están registrados en el mapa digital del universo conocido... ¿verdad?
—Por lo menos no en el mío.
—Y tu universo conocido es muy grande, ¿verdad?
—Sí, pero en este instante no tengo punto de referencia. No de momento.
—Pero, ¿sí tienes alguna idea de dónde estamos? ¿O no?
—Ahora que lo dices, sólo tengo la referencia digital, que asegura que estamos en el sector de los 3400. Pero nada más. Aparte de ahí no sé más. A mi modo de ver, insisto que esto es inexplorado.
—Inexplorado —repitió Michael tratando de contener su ansiedad.
—Sí, además, ¿ya viste el tamaño de esos convoys llenos de paquetes?
Michael los miró. Se le hicieron impresionantes. Y seguían llegando y saliendo con una frecuencia notable y no teniendo para cuando parar, ya que, al parecer, esas vías se veían muy congestionadas.
—Pero esto existe —dijo Michael, ya exasperado—, es muy grande y no sabemos dónde estamos y pues, deberíamos de saberlo, ¿verdad?
Cecilio, sonriéndole, preguntó:
—Bueno, ¿alguna idea?
Michael, como despertando dentro de otra pesadilla, explotó:
—Cecilio, ¡¡¿¿No se supone que tú eres un agente de información??!! —Michael levantó más la voz—: ¡TÚ! ¡ME PREGUNTAS A MÍ, SI TENGO ALGUNA IDEA…!
Michael caminaba alrededor de la nave. Seguía hablando en voz alta:
—¡No lo puedo creer…!
Cecilio, sobresaltado en todo lo que sus redes neurales podrían expresarse, contestó:
—Cálmate, Michael, cálmate. Ya encontraremos algo…
—¡No lo puedo creer, Poincaré! —miró al cielo o a lo que suponía que era éste—, estoy con un agente desorientado y que encima de todo me está consolando…
Suspiró. Pasaron varios segundos. Cerró los ojos y se los talló. Dijo:
—Bueno, ya me calmé, vamos a tratar de saber cuánto hemos avanzado, en cuánto tiempo y dónde podremos estar. Eso sí me lo puedes dar, ¿no? Detengámonos a verificar la posición.
—Buena idea, Michael, pero ya lo acabo de hacer.
—¿Y?
—Casi sé donde estamos, pero eso no importa… Lo que sí importa es que el nodo gigante que tenemos enfrente llena toda la descripción de ser un nodo secreto.
—¿Y eso qué es? —Se preguntó Michael—. Aparte de lo lógico, quiero decir. Del Gobierno, ¿no? Del de Estados Unidos, me imagino…
—Supongo que si fuera usado para datos, digamos, agrícolas o comerciales, o sólo de información burocrática, este nodo estaría localizado en un lugar público. Pero no, debe ser gubernamental y la información que procesa es posiblemente confidencial, de seguridad nacional o algo similar. Además, si juzgamos por el tamaño podría asegurarte que es un nodo de mucha importancia. Un nodo clave, vaya.
—O sea, que tal vez andamos en lo correcto a final de cuentas, ¿verdad?
—Así es.
—Bien, supongo que ahí debemos de encontrar la información correcta. Por otro lado, ¿no podría haber virus por aquí?
—No. Es poco probable, allí, en la esfera, de seguro habrá antivirus de muchos tipos. Mínimo tendrán una muralla de fuego virtual funcionando en toda la línea. Quizás, hasta ya nos examinaron, y nosotros ni lo supimos. Lo único que nos salva en caso de revisión exhaustiva es que el registro del velodeslizador es legal. Vehículo de transporte con dos paquetes. Con su permiso correcto y todo lo necesario.
—Puede que tengas razón. ¿Y… los riesgos?
Cecilio guardó silencio por un segundo:
—Estando en una búsqueda de información desconocida, que sólo reconoceremos en cuanto la veamos; sabiendo que estamos perdidos y que, aún así, debemos encontrar la pista de esa información en alguna parte; y que, por si fuera poco, estamos en medio de nada enfrente de un gigantesco nodo… pues, no sé, debe de haberlos, supongo.
—¿Es tan grande en realidad?
—Michael, viste los tamaños de esos canales de acceso, ¿sabes cuánto ancho de banda debe circular por allí? ¡Tal vez hasta terabytes!, ¡Cantidades inimaginables, ni más ni menos!
—Excelente, mmmh… —Michael hizo una pausa—. Y… ¿qué puede significar?
—Que la gente real de allá afuera que mantiene a esta esfera tiene tanto poder económico y de conocimiento como el que más, ya que ha mantenido a este descomunal armatoste fuera de todas las rutas conocidas… El conocimiento, Michael. Ahí adentro puede que se encuentre lo que buscamos…
Michael sólo se le quedó viendo tratando de entender.

27. El Nodo



Atracaron en un puerto de comunicaciones del Nodo.
Michael vio que Cecilio llevaba la iniciativa, como sintiendo dónde estaba todo. Quizá era la intuición propia que los seres digitales sentían dentro de su propio medio. Algo que Michael no podía, ni podría, comprender.
—Ven, Michael, sígueme.
Cecilio tocaba las paredes, como si estuviera reconociendo una extraña sensación familiar. De repente se detuvo.
—¡Ya! Cerca de aquí hay un lugar que contiene tablas de destinos…
—¿Destinos? ¿A qué te refieres?
—Direcciones, vaya, posiciones de sitios, de lugares, depósitos y demás. Creo que es un lugar restringido. De hecho todo aquí es restringido. Hay que encontrarlas. Podría ser que hubiera algo.
—Pero, para eso hay que entrar. Me pareció que allá atrás hay una como entrada. Vamos, ¿no?
Cecilio le detuvo.
—Cuidado, Michael, tiene guardias.
—¿Y ahora?
—Recuerda que yo traigo un metapassword universal. La llave a todas partes, bueno, según Poincaré...
—¿Y qué tan universal es?
—No lo sé, lo voy a averiguar en este instante.
Michael se sobresaltó:
—¿Cómo que «en este instante»? ¿Y si no funciona?
—Mala suerte, Michael —al ver la cara de su amigo, sonrió. Agregó rápidamente—: No, no es cierto, sí va a funcionar.
—Pero, ¿cómo sabes? ¿Hiciste alguna comprobación de laboratorio con matemáticas superiores incalculables e incomprensibles para mí?
—No, algo más sencillo, Poincaré me lo dijo.
—Eso es lo que no quería escuchar.
Se acercaron con la naturalidad de alguien que siempre hubiera vivido por ahí. La seguridad que mostraba Michael en realidad distaba mucho de sentirla. Examinar el terreno, bien lo decía Sun-Tzu o alguien similar con nombre chino de dos sílabas: hay que examinar el terreno, pensaba, nervioso.
Observaron la entrada de forma despreocupada, como si nada. Había una gran puerta negra flanqueada por un ser digital que no les dedicó mayor atención. A lo largo y ancho del pasillo había otros paquetes digitales similares a los seres imabinarios, quienes, tal y como solicitantes en oficina de burócrata, parecían esperar, tal vez, por alguna respuesta.
—Michael, tú déjame hablar.
Se pararon enfrente de la gran puerta negra.
—Buenas tardes, vamos a pasar.
El guardia se interpuso visiblemente entre la gran puerta y los visitantes.
—¿De dónde vienen?
Michael y Cecilio se vieron el uno al otro. Cecilio fue el que habló:
—Del sector de los 3200.
—¿A qué vienen?
—Tenemos que pasar.
—¿Adónde van?
Michael se sintió ignorado, situación que por un lado le tranquilizaba y por el otro le comenzaba a impacientar. Michael aún no sabía mucho de la psicología de los seres digitales, pero al haber hablado, y por así decir, «tratado» con Arlene y la Bestia Negra entre otros, ya se estaba formando una idea. Tal vez no era suficiente, pero no había mucho tiempo para más.
Cecilio contestaba de manera firme, pero suave.
—Al sector de los 3400.
—¿Qué clase de permiso traen?
—El universal.
—¿Qué vehículo tienen?
—Un paquete de 128 Kb típico, encapsulado.
—¿Qué es lo que contiene?
Interrumpió Michael:
—Nada, sólo información.
Cecilio lo vio con una cara mezcla de consternación y enojo. El guardia le dedicó a Michael sólo una mirada despreocupada y siguió hablando sólo con Cecilio.
—¿Quién es éste?
—Otro agente como yo, si acaso un poco más primitivo...
—Tengo que examinarlos.
Michael contuvo la respiración. Habló Cecilio:
—No creo que sea posible en este momento señor. Verá, mi amigo está en un estado catatónico controlado. Está infectado con un virus especial, aunque inofensivo y controlado, no quisiéramos que infectara a alguien más...
El agente guardián ni se inmutó. Dijo de manera despectiva:
—Aquí no hay virus, aquí los virus no sobreviven.
—Lo sé, señor, sólo que éste es de un tipo de virus travieso, podríamos decir de los estúpidos —le susurró a Michael, imperceptible—: Michael, rápido: ¡pon cara de estúpido!
Michael puso su mejor esfuerzo al hacerlo, poniéndose laxo y con la mirada perdida, no sin antes dedicarle una de odio rápida a Cecilio.
El agente, a su vez, miró a Michael y con un tono de voz ahora con un ligero matiz de suspicacia, preguntó:
—¿Y por qué llevar a un estúpido hacia ese sector? ¿Por qué vale tanto la pena?
—Es un pedido especial, para un examen.
—Lo estoy dudando, muéstrame tu password —ordenó.
Cecilio sacó el metapassword universal y se lo mostró al guardia digital. Éste lo examinó breve, mientras Michael contenía la respiración y Cecilio esperaba. Después de un momento, que a los visitantes se les hizo eterno, el guardia digital dijo:
—Este password es muy raro.
El guardián se acercó más a observarlos, momento que Cecilio aprovechó para accionar el metapassword.
La cara del agente de seguridad pareció congelarse.
—¿Está todo bien? ¿Ya nos puedes dejar pasar?
La voz de Cecilio fue fría y sin expresión. El ser digital le contestó de la misma manera:
—Claro que sí… ahora entiendo… no tengo objeción alguna...
—Gracias, sabía que lo harías… ¿Ahora nos podrías decir como ir al lugar en dónde están los permisos para paquetes y las tablas de direcciones?
—Por ahí —contestó el ser, señalando hacia un pasillo.
—Gracias, señor agente, ¡muy amable! —Tomó a Michael del hombro y le dijo con rapidez—: Ahora sí: ¡vámonos de aquí!
Se alejaron con prontitud dejando al guardia en el mismo estado que aparentó estar Michael. Éste preguntó:
—¿Cuánto tiempo dura eso?
—Un buen rato.
—¿Adónde vamos ahora?
—A la siguiente fase. Ya estamos en un segundo nivel. Aquí no se aparecen los paquetes transbordantes. Fíjate bien en los pasillos y escaleras que estemos tomando, yo llevo un registro de lo que caminamos pero será mejor que no te quedes atrás… No debemos separarnos…
—Claro… Por supuesto, yo mismo te lo iba a sugerir...
Michael corría detrás de Cecilio con una ruta conocida sólo por él. En cada pasillo había un punto de interfaz en el que su guía digital se detenía por varios segundos. A veces hacía que se devolvieran ante la desazón e impaciencia del humano. La cantidad de pasillos, escaleras y frecuentes cambios de ruta sólo lograron confundir a Michael.
Sin detenerse, Michael preguntó, ya mostrando signos de fatiga:
—Cecilio… ¿así son todos los nodos… comunicantes?
—Tu pregunta me parece que es retórica e inútil de momento, pero sí, éste nodo sí es complicado… Me detengo en los puntos de interfaz para ver dónde están los atributos…
—¿Atributos?
—Sí, los atributos, son parte de las propiedades de los objetos en estos ambientes. Si quieres sobrevivir, debes de estar bien provisto de atributos...
—Ajá… —la voz de Michael sonaba a sarcasmo.
Cecilio iba aprisa. Al detenerse éste en cada estación, Michael aprovechaba para descansar aunque fuera los pocos segundos que fueran.
—Sí, Michael, basta con que te diga que no podremos seguir más allá si no tengo los atributos de tránsito correspondientes hacia áreas no comunes. ¡No te detengas, continúa!
—¡Voy…!
—¿Cómo te sientes?
Michael estaba resollando un poco.
—Un poco cansado… Pero voy…
No se habían cruzado con ningún otro ser hasta el momento. Al llegar a lo que era la undécima o duodécima estación, Cecilio dijo:
—Creo que ya lo tengo. Ahora haré interfaz…
—Excelente, Cecilio… ya estaba a punto de cansarme…
La estación en la que se encontraban era presidida por un tubo grueso que iba de manera vertical desde el piso hasta el alto techo y que traía en su extensión ciertos aditamentos donde «hacer interfaz», supuso Michael. Por un rato Cecilio estuvo examinando los signos cambiantes en la superficie del tubo, como si fuera una pantalla. Al terminar dijo volteando hacia Michael:
—Exacto. Ahora tenemos que irnos para…
Cecilio se interrumpió.
—¿Para dónde…? Cecilio, ¿qué te pasa, viste algo…?
De repente, Michael entendió y, girando al mismo tiempo, vio a un ser más alto que él, de apariencia extraña y con mirada más extraña aún:
—Deben dejar de hacer lo que están haciendo, ¡en este momento! —Dijo el ser con una voz suave y con un cierto matiz de desarticulación. Cecilio preguntó:
—¿Quién eres?
—Su guía o su verdugo. Ustedes eligen. Ah, mi nombre es Belux.