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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

31. Estructuras


Otro relámpago y otra visión fugaz de las estructuras. Desde el punto de vista particular de Michael, el panorama era lúgubre y arcano. Intentaba asimilar todo el horizonte que permanecía delante de ellos, aún y que la distancia parecía considerable.
Tenía dificultades para la perspectiva y la escala. Imposible a esa distancia saber el tamaño relativo que tendrían dichas estructuras. Pero sentía que tenían cierta esplendidez siniestra. De algún modo, esas extrañas bóvedas (por decirles de alguna manera) guardaban datos muy importantes. Demasiado importantes.
Al cabo de un buen tiempo indefinido de caminata, lograron ya ver las bóvedas. El calor era más intenso. Michael notó que el acto de quitarse el sudor de la frente era cada vez más continuo. La ausencia de brisa también era más evidente.
—Mira —Cecilio señaló hacia la distancia—, de aquí a la izquierda, hasta esa estructura que está más allá. ¿Las ves? Al parecer hay diez filas de esas y, según lo que veo, están compuestas de cuatro o cinco hacia atrás en fondo.
—Sí, ya veo. Eso hace un total de cuarenta o cincuenta, más o menos. ¿Vamos a tener que examinarlas todas?
—No. Según la dirección que me dio Belux, la que buscamos debe estar… en el cuarto lugar hacia atrás de la tercera hilera.
—¿Cómo lo sabes?
—Pura intuición digital…
Michael vio un asomo de humor en labios de su agente digital de confianza, Cecilio.
—No, dime en serio, ¿cómo lo sabes?
—Esta zona alejada es la que corresponde a la 3400, el lugar de estos... objetos. De eso no hay duda…
—Es una dirección de la Matriz, ¿verdad?
—Más o menos. Es la misma clave que tenía en su origen. Tú sabes, en el inicio de Internet sus creadores, Metcalfe sobre todo, dispusieron que series de números designaran a cada computadora para que sirvieran como direcciones de localización. Este sector quedo fuera de eso —hizo una pausa, señalando a su alrededor—. Como no era de dominio ni público, ni privado, ni militar, no importaba lo que pasase en el mundo exterior, era por así decir, independiente. Pero no transcurrió mucho tiempo para que este grupo de máquinas computadoras aisladas tuviese necesidad de salir o tener conexión a la Red Mundial de la venerable Internet, y de ahí a su discutido sucesor, Internet 2… y luego a su incorporación hacia lo que hoy por hoy es la Matriz.
—Algo oí… —contestó Michael de manera débil.
—Ajá. A partir de ahí también se tuvo que tener un registro, una existencia, lo cual equivalía hacerlo real, aunque desconocido y oscuro, para el mundo exterior.
—Okey, se integró, pero, ¿para qué? ¿A qué necesidad respondía?
—La que sea. Comunicación, respaldo, seguridad, hasta protección contra el error humano... Sí, bueno, el asunto quedó en que sólo aquél canalito por el que llegamos y por el que esperamos regresar, ha sido, supongo, la única entrada y salida en el transcurso de más de cincuenta ciclos aeternos…
—¿Y por eso crees que no ha habido necesidad de poner más canales? Digo, para otra ruta, por atrás, por un camino secreto, más rápido…
—No, Michael. No existen más rutas. Ésta es la única.
—Oh.


En la Matriz: T menos seis

Estaban ya muy próximos. Ya caminaban por entre las estructuras. Michael se imaginó estar en una gran ciudad, con grandes edificios. Una especie de Manhattan tétrico, abandonado, convertido en un fantasmal depósito de antiguos desechos radioactivos. La imagen no estaba lejos de ser estimulante. En ese momento a Michael le volvieron a surgir dudas acerca del velodeslizador.
—Ya sé que vuelvo al tema, pero allá el deslizador se quedó solo. ¿Hay peligro?
—No creo. En el camino desde donde está el transporte hasta aquí, no hay nadie más que tú y yo. Además, mira, Michael, yo traigo el relevador que nos comunica de forma directa hacia la nave.
—«¿Relevador? ¿Qué es un relevador?», se preguntó Michael.
—¿Tiene algún límite de distancia?
—Recuerda que aquí la distancia no tiene mucho sentido…
Michael asintió. Preguntó:
—¿Qué pasa si tenemos que entrar dentro de la estructura, seguirá transmitiendo?
—Te aseguro que sí vamos a entrar… no veo otra opción… Lo más probable es que el contacto se mantenga.
Michael se quedó perturbado, más de lo que ya estaba.
—¿Lo más probable es que…? Cecilio, no tienes idea de la cantidad de seguridad que me inyectas en este instante.
—Algún día te tenías que morir.
—Pensé que de perdido moriría en algún lugar un poco más fresco…
Cecilio no contestó. Michael se quedó pensando por un instante. Al cabo de un rato, dijo:
—¿Cecilio?
—¿Sí?
—¿No te has puesto a pensar en tu transformación? ¿No te acuerdas que cuando entramos aquí no eras más que un agente de información normal?
—¿A qué te refieres con «normal»?
—A que desde que estamos viajando, es más, desde que encontramos a la criatura esa… la Bestia y a su compañera, siento que te has transformado en algo más… complejo…
—Sigo sin entender.
—Sí, mira, eras un agente de alguna manera, pues, por decirlo de forma amable, pusilánime…
—Pusilánime —repitió Cecilio, neutro.
—…temeroso…
—Temeroso —ídem.
—¿…cobarde? —Michael intentó esbozar una sonrisa.
A Cecilio se le empezaban a endurecer un poco sus facciones suaves de personaje de los años cincuenta. Repitió:
—Cobarde.
—Mmm… sí, ¿no?
Cecilio se le quedó viendo. Comenzó a hablar:
—¿Y crees que yo he cambiado? Quieres decir que no ha cambiado tu punto de vista o tu perspectiva, ¿verdad? Exacto. Lo que ha cambiado es mi personalidad. Mi mismo ser…
—Exacto… —Michael se apresuró de manera casi inconsciente a contestar sin recordar en su momento que estaba hablando con un agente de información, a fin de cuentas artificial—. Y no te ofendas…
La voz de Cecilio se escuchó melancólica:
—Supongo que mis redes neurales han de haber estado trabajando a varios niveles, creando nuevas relaciones, formando y educando nuevas rutas de comprensión.
Calló por un segundo. Michael le dijo:
—Me pregunto si ahora estamos más cerca de lo que es tu conciencia.
—¿Conciencia? No… ese es un tema que no me interesa por el momento. Pero… no sé. Sé que he tenido miedo, sé que he estado excitado, que te he provocado ira en dos o tres ocasiones —hizo una pausa—: ¿Y qué significa eso? ¿Que estoy consciente? ¿Que estoy vivo? ¿Que no sabes si estoy hecho de silicón, cobre, aluminio, de galio mezclado con arsénido…?
—Ahora que lo dices, pues, es bastante interesante que…
Cecilio interrumpió:
—¡Sssh! ¡Creo que vi algo…!
Los dos se agazaparon y se pegaron hacia la pared de uno de los edificios. Con la luz indirecta imperante de tonos rojos dominantes había todavía muchas sombras y zonas oscuras.
—¿Qué viste? —Preguntó en voz baja Michael, un tanto confuso.
—No sé, creo que una sombra, moviéndose por ahí.
—Creo que dijiste que no había nada entre el transporte y nosotros...
—Ajá, pero no dije nada acerca de entre nosotros y la Última Data…
—¿Qué pudo ser? —Preguntó Michael, nervioso.
—Espero que no sea lo que me imagino...
—¿Qué? ¿Un agente de información? ¿Un virus? ¿Pero y qué…? Tenemos herramientas, metaformatos, antivirus, metapasswords…
—¿Que qué puede ser? Lo peor de un mundo digital. Algo que combina lo peor de todo: un agente de seguridad. Un Kerberos. O Cerbero —Cecilio hizo una pausa, volteando alerta hacia ambos lados—. En fin, pudo no haber sido nada. Puede que el calor también me esté jugando bromas. Ya no nos detengamos, sigamos, que aún nos falta.
Caminaron por un rato más. Las estructuras monolíticas se iban sucediendo una a otra de manera monótona. Cada una de las cuatro caras de los gigantescos cuerpos geométricos era lisa y sin marcas.
Los colores seguían combinando con todo el entorno. Las estructuras eran marrones, contrastando un poco con el color rojizo del cielo contra el que se recortaban.
El tamaño relativo de los visitantes quedaba de relevancia por el tiempo que se tardaban en pasar cada edificio.
—No sé por qué pensé que el camino por en medio de las estructuras estaría más fresco. Todavía hace mucho calor —dijo Michael.
—Sí… —le contestó Cecilio, después de un breve rato.
Michael volvió a hablar después de caminar varios pasos más, unos pasos una frase, más pasos, otra frase:
—Es mucho caminar… estoy… cansado.
—No lo sientas… Todo es… metafórico inducido. Además, falta ya muy poco…
—Excelente… saberlo... Es consuelo saber que sólo estoy… cansado en forma… metafórica…
Más pasos. Ahora estaban dentro de la supuesta hilera correcta de estructuras monolíticas que, como si fueran edificios sin ventanas, creaban la ilusión de una gran ciudad silenciosa y desnuda.
Las paredes de las estructuras no eran lisas sino de alguna manera corrugadas, pigmentadas del tono de metal manchado por alguna corrosión desconocida. De vez en cuando se distinguían en las paredes símbolos grabados o pintados, al parecer sucesiones de unos y ceros a los que Michael no les prestó importancia. Ya no había mucho en ese mundo que le sorprendiera. Eso sin contar las impresiones de soledad y abandono que estaban haciendo presa de la mente de Michael. Esas sensaciones, en oleadas, se veían envueltas en cierta pesadez y sofocación.
Pero más era la opresión.
Esta opresión la sentía en el pecho, en la cara, en los hombros, en la espalda. Cada paso parecía razonado, como si los pensamientos de Michael tuvieran que concentrarse en cada articulación de su cuerpo, en cada uno de sus ligamentos, en cada uno de sus tendones. E inclusive, en cada unión de elementos de tejido muscular, y con la situación de que todos al unísono estuvieran inquiriéndole, en confusión e incredulidad, si era cierto que se tenían que mover. «Cerebro, es tu Corazón que te habla, ¿es necesario hacer esta diástole? ¿Sí? ¿Y la sístole, también? ¿Estás seguro? Tú sabes… ¿Qué? ¿Debo volverlo a hacer? ¿Cerebro…?»
Se preguntaba si no estaría entrando en otro período de alucinación. Prefirió voltear al exterior. Pero el lugar, edificio, piso y cielo todos puestos en acuerdo de manera no natural para ser sus colores de tonos rojizos, estaban indiferentes a su destino. ¿Se podría poner peor? Un problema nuevo residía en que estaban ante la posibilidad de seres digitales hostiles a su alrededor, que podrían ser un riesgo para la misión. Todo lo anterior producía en su espíritu, mente y cerebro, un estado de tensión bastante notable.
«¿Tensión yo? No, para nada. Pero si fuera cuerda de violín estaría a punto de reventarme y latiguear a todos en la cara…».
Michael esbozó una pequeña sonrisa pero ésta le abandonó, dadas las circunstancias, en segundos.
—Este lugar me da escalofríos.
—¿No era calor lo que sentías? —Le increpó Cecilio.
—En mi tierra, de donde soy, todavía soy considerado joven, y, por tanto, inestable emocional, me puedo quejar o no, esa es mi prerrogativa, además… —señaló a su alrededor—. Bueno, éste lugar si que es tétrico… ¿Estamos seguros aquí…? Es decir, ¿estamos protegidos…?
—Creo que sí.
—Con esa clase de afirmación ya me siento mejor, gracias —respondió Michael, haciendo una mueca.
Cecilio volteó a verlo. Por sus ejercicios con Poincaré acerca de sutilezas, ironías, sarcasmos y demás humores irregulares e indefinidos, éste entendió que el comentario de Michael, detalle habitual ya reconocido en él, podría ser del tipo irónico.
Estaban ahora frente a un edificio al parecer idéntico que los demás.
—¿Ya comprobaste que éste sea el depósito o bóveda que buscamos?
Cecilio observaba la estructura, tocándola y haciendo ademanes de pegar los oídos en la misma.
Se arrodilló y con su mano tomó del suelo polvo remanente. Lo examinó como un agrónomo examinaría un puñado de tierra, lo meneó con los dedos y, al parecer satisfecho, lo tiró al aire. Luego revisó el estado de la base de la estructura y comprobó como ésta, como si nada, partía del suelo hacia arriba sin que se viera, si había o no, una estructura subyacente a la que se atribuyera su aparente firmeza.
Se detuvo, vio a Michael, volvió la vista a la estructura, y con un tono doctoral, como si estuviera en una conferencia, remató:
—Sí. Mmm... veamos, datos acumulados entre ciclos aeter… quiero decir, ¿entre años 1967 y 1971? Bien… por los estratos de las direcciones, la tecnología acumulada alrededor, la antigüedad de los dispositivos de seguridad… Además del tiempo de radiación decayente aquí en este sector, junto con la temperatura promediada con sus altibajas registradas en los sedimentos alrededor de la base del mismo…
Hizo una pausa y continuó:
—Eso sin olvidar los registros binarios y los datos de estos cascajos de estructuras de datos antiguos bastante reveladores… Pues sí, todo esto nos apunta a que esta estructura es la adecuada… Es la que hemos estado buscando. Aquí es Última Data.
Michael estaba con la boca abierta. Cuando se compuso, dijo en tono de genuina admiración:
—No puedo evitar reconocer que Poincaré es un genio por haberte diseñado…
La voz de Cecilio se escuchó ahora sin poder ocultar un timbre de satisfacción.
—Bueno, en realidad también me dio el sentido común capaz de escuchar a Belux con cuidado. Creo que tú no recuerdas cuando él se refirió a la estructura con el número 3434…
Michael meneó la cabeza:
—No, ¿y…?
—Si te fijas bien, cada estructura tiene marcada una sucesión de símbolos que podrían ser su número particular, y he aquí que el que corresponde a ésta es de manera precisa el treinta y cuatro, ahí está señalado… —apuntó hacia una sucesión de unos y ceros en la forma «00100010» en una de las paredes—, ahí está, de manera clara en binario: El número treinta y cuatro. Bien, ya aclarado el particular, bueno, pues, descansemos un rato...
Aún y cuando creyó sentir que Cecilio estaba abusando de su ignorancia de manera discreta, Michael todavía se le quedó viendo, asombrado.


En la Matriz: T menos cuatro

Después de recuperarse un poco, Michael observó una vez más la estructura, y volteando a ver a Cecilio, dijo:
—Bien, ya estamos aquí, ¿ahora qué? ¿Cómo vamos a entrar? Debería de existir una puerta por alguna parte, ¿no?
Estaban frente a la base de la estructura, después de haberle dado ya dos vueltas, revisándola. No vieron a nadie… ni a nada que se le pareciera de forma remota a una puerta, entrada, escotilla o similar.
Cecilio se encontraba frente a una esquina que no tenía nada de diferente, comparada con las otras tres. Palpaba con las manos buscando alguna señal que le indicara donde estaba la entrada.
Su cara mostraba concentración. Sus manos recorrían de arriba abajo toda la superficie que podía alcanzar con la extensión de sus brazos.
Dijo en voz baja:
—Supongo que sí… es sólo cuestión de… —su mano se detuvo por un segundo—. ¡Aquí está! —exclamó.
—¿La encontraste?
Cecilio seguía concentrado.
—Sí, mira, se va abrir con un pequeño doblez.
La pared, como en conjuro árabe, obedeció deslizándose por un lado.
—¡Guaaau!
—Ya estamos adentro, Michael.
Invitándolo con el brazo a entrar, la expresión de Cecilio fue más que elocuente.

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