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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

25. Depredadores



En la Matriz: T menos diecisiete.

No pasó mucho tiempo cuando cayeron en cuenta que no podrían seguir viajando sin saber adónde ir respecto a la ruta que condujera hacia la Última Data Incógnita. No queriendo llamar la atención, se apartaron de los canales de alta velocidad y se dirigieron hacia algún lugar de manera más lenta en donde pudieran hacer un contacto con Poincaré. Por lo demás, esto podría ser difícil debido al congestionamiento de algunas de las rutas. A partir de una discusión entre ambos, ser humano y agente de información, acordaron que se tendría que investigar por alguna manera heterodoxa, por decir lo menos.
Tendrían que averiguarlo con alguien. Preferentemente con algún agente de información.
—¡Ahí, Cecilio! ¡Hay dos seres!
Michael tuvo un ataque de entusiasmo. Por fin vería a otro ser digital aparte de su compañero, Cecilio, quien después de todo, era una extensión de Poincaré. El hecho de ver a dos seres digitales al parecer conscientes y diferentes entre sí prometía ser algo fascinante.
El velodeslizador se detuvo frente a una especie de plataforma.
Al levantarse de su asiento Michael, Cecilio le gritó:
—¡Espérate, Michael, no tan rápido!
Ya era tarde. Michael bajó del velodeslizador como si fuera un niño recién llegado a Disneytron. Cecilio se forzó a ir tras él. Al lado de la puerta se quedaron abandonadas las herramientas: el antivirus, el metapassword y el metaformato.
Muy por encima de ellos, los furgones de datos se movían con flexibilidad y gracia con una belleza deslizante que embelesaba. Todas las combinaciones de colores en fulgores tipo neón sobresalían y se mezclaban de manera sorprendente, a todas direcciones y a todo tipo de velocidades.
Abajo, los visitantes caminaron hasta un lugar en donde estaban dos seres digitales, en un recodo no muy lejos de la vía en donde se había quedado su transporte. Parecían agentes de información tales como el mismo Cecilio.
Cecilio lo alcanzó. Le murmuró con cuidado:
—Michael, despacio. Con las prisas olvidé las herramientas. Yo haré las preguntas.
Michael se estremeció, sin darse cuenta. Recordó que en el vehículo estaban la bolsa de herramientas… y el antivirus. ¿Las necesitarían?
Miró a Cecilio. Tomaría un papel formal, muy formal.
Al ver a los seres tragó saliva. De lejos no le parecían tan imponentes y fantásticos. Y, además, estaba el hecho de que uno de ellos tenía cabeza de caballo. Michael estaba admirado.
Cecilio habló:
—Disculpen, mi compañero y yo tenemos un retraso debido a una tabla de información que nos mandó en dirección al parecer opuesta de donde íbamos originalmente. ¿Tendría alguno de ustedes inconveniente en indicarnos el mejor camino o ruta hacia un destino conocido como Última Data Incógnita…?
Uno de los seres con apariencia de arlequín, traje de rombos de colores y antifaz un tanto fuera de lugar y en definitiva de género femenino, le contestó al mismo tiempo que saludaba con la mano:
—¿Última Data…? ¡Uf! Eso está muy lejos. Pero antes… ¡hola! Mi nombre es Arlene. ¿Saben dónde están?
—Mucho gusto, Arlene. Lo ignoramos, miren, venimos del nodo 3270… bastante lejano, como podrán ver.
El ser digital con cabeza de caballo como de ajedrez, de color negro, interrumpió con una voz gruesa:
—Mi nombre es Mesteño. No se preocupen, ustedes estarán en ruta de inmediato. Pero antes —hizo un guiño casi imperceptible hacia el arlequín femenino—, me gustaría charlar un momento con ustedes. Me imagino que ya saben que todo tiene un precio. El saber adónde se dirigen, su destino a fin de cuentas, es conocimiento. Yo los veo a ustedes perdidos… y quizá podrían correr el riesgo de desaparecer en cualquier momento si no llegasen pronto, ¿no?
Se dirigió hacia Cecilio:
—Tú, el gordito, a ver dime, ¿cuál es tu nombre?
Al parecer el aspecto de Cecilio de tipo de los años cincuenta del siglo pasado le parecía graciosa al ser equino. Michael sintió que a Cecilio eso le incomodaba de cierta manera. Él tampoco se sentía a gusto y, al mismo tiempo, pensaba que esos extraños seres digitales sí estaban a sus anchas.
—Mi nombre es Agente Cecilio.
—Agente Cecilio —repitió un tanto extrañado de la respuesta—¿Sólo eso? ¿Sin clave, apellido, procedencia, clan, ni nada? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Y tú? —Se dirigió ahora Michael—. ¿También eres agente?
Michael le contestó lo que ya había pensado con cuidado:
—Sí… eh… soy un agente obrero dedicado a… un mega-almacén de datos.
El ser digital denominado Arlene lo observó con cierto fingido interés, mientras le daba un vistazo alrededor. Al concluir, le contestó:
—No tienes apariencia de agente, mucho menos de estar ocupado en un mega-almacén de datos. ¿No serás acaso un agente convertido en virus? Permíteme acercarme más.
Arlene hizo ademán de acercarse pero antes de que diese un solo paso, el llamado Mesteño le gritó, preocupado:
—¡Cuidado, Arlene! No te le acerques mucho: ¡podría ser un parásito o un virus! ¡Hay noticias de que ya están avanzando!
Michael contestó ya puesto en una alerta un tanto confusa:
—No soy ni virus, ni parásito, soy solamente un agente de información adscrito a un mega…
El ser con cabeza de caballo de ajedrez color ébano lustroso dijo:
—Entonces, ¿ustedes no son virus ni nada de eso?
—No, sólo estamos en tránsito —dijo Cecilio.
—Eso es excelente.
Tanto la pieza de ajedrez y el arlequín sonrieron. Michael y Cecilio se miraron con cierta inquietud. Michael preguntó:
—¿Por qué dicen que es excelente?
El caballo de ajedrez contestó con estudiado disimulo:
—¿Que por qué? Porque nosotros sí lo somos. —Michael y Cecilio se volvieron a mirar tratando de entender, en eso Mesteño ordenó—: Arlene, el anticuado es el tuyo, hazle lo que quieras y me lo dejas luego. ¡Este mentiroso empleado de almacén es para mí!
Michael presenció una transformación. La pieza de ajedrez que en principio no parecía amenazante en lo más mínimo, de inmediato adquirió estatura del doble de tamaño de Michael. Las cavidades de los ojos del caballo se voltearon al revés y parecieron estallar para después dejar salir fulgores entre rojos y azules. Su cuerpo se engrosó apareciendo músculo sobre músculo.
A Michael le pareció, como en una alucinación, un animal de tipo mitológico parecido al grifo, mitad ajedrez, mitad caballo.
Michael retrocedió. De su lado izquierdo solamente alcanzó a ver al arlequín femenino quien en un truco similar se encaraba a Cecilio. Incrédulo, vio como ella convertía sus manos en garras con uñas metalizadas que al parecer cortarían una barra de acero como si fuera mantequilla. Cecilio estaba retrocediendo.
Michael no pudo evitar pensar en lo que podría hacer Cecilio frente a ese ser, aún y cuando él mismo tenía sus propios problemas.
Hacia atrás de él recordaba haber visto mucho espacio pero esto podría ser engañoso. Todo atrás era negro y oscuro perdiendo de vista la dimensión y la escala que lo rodeaba. Podría ser un precipicio, inclusive.
De la boca del Mesteño salía un tufo profundo. Michael sabía que no le quedaba mucho tiempo. La bolsa de utilería junto con el antivirus estaba en el velodeslizador, ¿cómo se pudieron bajar sin ellos? ¿Podría detenerlo y engañarlo? Trató de aparentar debilidad.
Habló casi dejando entrever un miedo y terror que no estaba lejos de sentir.
—Espera un momento, por favor… no lo entiendo… ¿qué piensas hacer?
El Monstruo le contestó con una cierta sonrisa de satisfacción:
—Primero: tengo curiosidad de saber qué eres, averiguar de dónde vienes. Segundo: voy a meterme dentro de ti. Con suerte, serás de una zona en la que aún no nos conocen, se me ocurre que si así es, haremos lo más lógico, invadirla, apoderarnos de tu máquina origen y enquistarnos allí —parecía satisfecho—, ¿qué más quieres saber?
Michael tragó saliva, mirando brevemente hacia arriba, donde las luces de los paquetes viajando le parecían muy lejanas. Su velodeslizador estaba a kilómetros de distancia o a cincuenta metros, al otro lado del Sol. Tenía que pensar.
Decidió seguir hablando como si nada:
—No tienes porqué saberlo pero allá de donde vengo hay muchos tipos de antivirus poderosos para evitar que seres digitales causen daños.
En realidad, Michael ignoraba si estaba en peligro real o no, pero recordando a los bisontes de su primera experiencia virtual, no sabía qué poder esperar de esta situación, pero, ¿y si el peligro fuera real?
El ser llamado Mesteño les habló, calmado:
—No me sorprende tu respuesta, lo que sí me sorprende es, primero, tu ignorancia, y segundo, tu arrogancia. Nosotros somos de otro tipo de seres. Los antivirus aquí ya no son necesarios, son reliquias. Déjame tomarte del brazo para darte un ejemplo.
Michael ni siquiera tuvo tiempo para evitar que el Mesteño le relampagueara con su brazo un golpe como de látigo y le alcanzara el propio, el izquierdo, lo cual le hizo arquearse de sufrimiento, con su brazo sintiendo una pasada de corriente eléctrica, con una mezcla de dolor caliente y doloroso.
—Eres raro, almacenista, no reconozco tu progenie. Tu entidad digital está escondida de mí. Y si de algo me precio, es de mi gran curiosidad.
Michael buscó sobreponerse contra los efectos del golpe. Se había confiado demasiado. Empezó a sopesar sus oportunidades, las cuales sabía que no eran muchas. Tenía que desafiarlo de manera que le permitiera actuar. Cambiar de actitud. Levantó una mano en señal de rendición.
—Espera, Mesteño. Tienes razón, eres muy inteligente… soy un ser especial, soy un prototipo de una nueva entidad digital… Fui un tonto en creer que te podría engañar…
El Mesteño negro se detuvo. Estaba suspicaz, pero creía que los prototipos siempre tenían avances interesantes que podrían ser de mucha valía para él. Michael pensó que debía tener cuidado, podría estar guardando una trampa.
—¿Crees que soy estúpido?
Michael empezó a inventar a toda velocidad.
—No, de verdad —mintió—. Mis diseñadores me crearon a mí y a mis hermanos como seres que mantenemos una gran cantidad de energía. De donde vengo hay cantidades monumentales de datos y de tablas de considerable complejidad. Los diseños actuales no llegan a figurarse hasta dónde se puede llegar en cuanto a posibilidades. Creo que somos el entorno ciber-lógico por excelencia para que seres como tú se enteren e integren.
Mesteño pareció sopesarlo un poco. Se le hacía lógico que se estuvieran desarrollando nuevas entidades con el paso del tiempo. De ser cierto era una suerte que estos seres se hubieran aparecido por allí.
Michael, por su parte, sintió que estaba haciéndolo caer en la trampa de su propia curiosidad. El Mesteño le preguntó:
—¿Cuántos son ustedes?
—Nuestro número es muy grande, se dice que ascendemos a cantidades inimaginables de información y hasta más. Inclusive manejamos gigantescas minas de información muy antiguas.
El interés de la Bestia se acrecentó de manera visible.
—¿Qué tan antiguas? —Dijo.
Michael tuvo una inspiración venida de quién sabe donde.
—Bueno, algunos dicen que son estructuras de información que datan de hace más de cincuenta ciclos… aeternos.
El extraño ser pareció genuinamente sorprendido.
—¿Cincuenta ciclos aeternos? Estás hablando de puros elementos estáticos. Memorias de metal sólido. Núcleos de Hierro. Eso es prehistoria. Creo que me estás mintiendo.
Parecía sospechar. Michael trató de empujar a su suerte un poco más.
—No. Tal vez estás malinformado. Se dice que están verificados y aunque, en la actualidad, algunos se están borrando, han pasado hasta en exceso pruebas de confiabilidad.
—Eso es posible, pero se me hace raro que los datos de aquellas aeternidades los hayan reunido con datos tan nuevos. Mmm... quizás ésta información en manos de otros virus autónomos podría ser importante. Los datos nuevos y los antiguos no conviven. Éstos podrían ser valiosos...
Michael se atrevió a levantar la voz:
—¿Lo dudas? ¡Claro que lo son! Lo contrario más bien sería ilógico.
—¡Por supuesto que es para dudar! Los datos de más de cuarenta ciclos aeternos están guardados en nodos selectos. Ni nosotros que somos virus de poder y autónomos desde hace varios ciclos podemos acercarnos por allí.
Michael le siguió soltando carnada.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que un virus superastuto, tan autoconsciente y autónomo como tú no sepa o no quiera hacer frente a ese tipo de información? Una información que, además, podría estar ya decrépita y débil.
—Él que no entiendes, eres tú. Los datos de aquellas épocas tenebrosas están guardados en las zonas que empiezan con la dirección tres mil… —se interrumpió—: ¡Ah! ¡Pero mira quién viene! Arlene, me decepcionas. Ya a estas alturas podrías haberlo invadido.
Michael se sintió al borde de la desesperación, el Mesteño estuvo a punto de decirle la dirección del nodo mítico oscuro. Quizá, probablemente, el de los Círculos Oscuros. Datos de más de cincuenta años. Le era imperativo retomar el tema, a Cecilio le encantará saber que… exacto, ¿y Cecilio?
El ser femenino habló:
—Por eso pensé en traértelo, Mestis. Como es de un lugar lejano me pareció que sería bueno que lo examináramos bien antes de invadirlo.
El arlequín lo dejó de estirar. En el suelo yacía Cecilio, y estaba ya casi transparente.
—¿Qué le hiciste?
Michael vio a Cecilio y, por un instante, se sorprendió cómo le afectaba el estado de su amigo agente. En ese instante de conciencia se sintió más en común con Cecilio que con incontables personas reales de allá afuera.
Sin razón alguna se estaba haciendo la pregunta de ¿qué soy yo en este instante? Sin encontrar una respuesta exacta. Sintió un poco de debilidad aunque sólo fue momentánea. Respiró el aire un poco enrarecido y dejó que una rabia lo invadiera de manera lenta pero firme. Saldría de ésta. Y con Cecilio.
Arlene ni volteó a verlo. Habló la bestia:
—Muy bien Arlene, en un momento le dedico mi atención a tu presente. ¿Qué te estaba diciendo, extraño? ¡Ah, sí! Los datos antiguos. Si esos que están guardados en los nodos perdidos de Última Data Oscura.
—¿Última Data Oscura?
—Sí, ¿qué te extraña? Más allá de todo esto que nos rodea hay muchas regiones incógnitas, fuera de estándares. Sólo un loco se aventuraría a ir allí. Nada hay apetecible, datos viejos y sin sentido. Lugares calientes, peligrosos, inclusive Kerberos. Ya marchitos, desperdicios de área y más área. ¿Cuál sería su utilidad? Alimenticia no era. Por eso me llama la atención de que digas que hayas estado en un mega-almacén de información que pudiera abarcar tanta aeternidad…
Michael, que ya creía saber cómo lo podría atraer, dijo:
—Yo podría, es más, yo querría, si tú quieres, claro, llevarte allá y… que esa sea tu gran zona de gobierno y privilegio, Mesteño.
—No tengo porqué hacerte caso, extraño. No me interesa.
—Pero yo soy distinto, tú lo percibiste —protestó.
La Bestia pareció sopesarlo. Dijo:
—Puede que tengas razón.
—Tienes que estudiarme con detenimiento. Y a él también.
Señaló a Cecilio. Debía ir rápido hacia el velodeslizador. Parecía estar a una eternidad de distancia.
Se escuchó la voz de la llamada Arlene:
—Espera, Mesteño, no confíes en el extraño. Podría ser peligroso...
La Bestia la tranquilizó con la mirada.
—No te preocupes, Arlene, déjalo de mi cuenta. Por cierto, me gusta tu vehículo, extraño. Creo que también eso forma parte de tu misterio. La vida de los agentes de información y la de los almacenistas no concuerdan con tener tan extraño vehículo. Esa sí que es una curiosa in-con-sis-ten-cia.
Michael nunca se imaginó en el rol de ser héroe. Nunca lo había sido. Nunca lo habían asaltado y nunca lo habían amagado con un arma. Pero siempre había una primera vez.
La voz del ser digital con cabeza de caballo dijo distraídamente:
—Extraño, ya me cansé, ¿cuál es tu misterio? Me lo dices ahora por gusto o me veré obligado a extraértelo miembro por miembro de tu débil cuerpecito...
Michael solamente pudo fingir sonreír. Dijo:
—¿Qué te parece si mejor vamos a mi velodeslizador? Te encantará, te lo aseguro.
—¿Qué tienes allí?
—Casi nada —Michael intentó ser casual—, una nave en la que podrás volar por toda la Matriz. Además, allí tengo la ruta de donde vengo... ¡Es más! Se me ocurre que podríamos hacer un trato…
Guardó silencio para crear expectación. Continuó:
—Te podría cambiar los datos de mi mega-almacén si tú… si tú me das los datos de las bodegas esas, las antiguas, y... a mi amigo también… o lo que queda de él...
Michael se estremeció por cómo hacía referencia a su propio guía digital. No sentía que fuera justo con Cecilio, pero no tenía opción.
—¿Para qué quieres saber lo de la bodega? –Dijo el Mesteño sin prestar atención a lo que decía de Cecilio.
A Michael le preocupaba la salud de su amigo porque era probable que si no lo auxiliaba podría desaparecer en cualquier momento. Y si ahora creía estar en problemas, estaba seguro que después estaría peor. Sólo pudo articular:
—Puede que esté interesado...
El ser oscuro, de manera inesperada, aceptó:
—Bueno, vamos a tu nave, de paso quiero examinarla. Arlene, vigila. El agente con aspecto anticuado aún está débil, no dejes que desaparezca.
Michael crispó los puños y empezó a prepararse mentalmente. La Bestia Negra no dejaba de vigilarlo, siguiéndolo de cerca por detrás. Se apresuraron a llegar a donde estaba el velodeslizador, cada quien con sus propias intenciones.
Llegaron y se plantaron juntos del mismo lado del vehículo.
—Excelente vehículo, ¿eh? Fascinante. Tiene un acabado como para garantizar viajar por todos los lugares de nuestro Universo… Sí… tengo curiosidad de saber de dónde lo obtuviste y cómo. ¿Pero sabes qué? Me está causando más intriga saber tu verdadero origen…
La Bestia lo miró y Michael sintió que un temor le oprimía el pecho cuando vio cómo los ojos de ésta refulgieron al terminar la frase.
Michael alcanzaba a intuir que el que tenía enfrente no era un ser de los que pudiera decirse que tuviera una gran paciencia. No tendría otra oportunidad.
—Mira, terminaré con toda esta confusión, te voy a decir quién soy… para eso permíteme primero presentarte mis credenciales.
Michael estaba a punto de subirse, recordando que la bolsa con las herramientas estaba al lado de la rampa de acceso. Sólo tendría que entrar y…
—Espera.
Michael se detuvo. Empezó a sudar frío. Se sintió descubierto.
La Bestia siguió hablando, con tono frío:
—Creo que ya voy sabiendo de dónde eres… Ya estoy incluso creyendo que no eres de este entorno… ¿eres un avatar, verdad?
Michael sopesó las posibilidades, no sabía qué era un avatar, pero no podía ser tan malo. Supuso que tampoco era malo contradecir a un ser tan voluble y al parecer mortífero. Contestó con cautela:
—Puede ser… digo, sí.
Trato de caminar de manera casual sobre la rampa estando a sólo unos centímetros de distancia de donde dejó la bolsa. Una parte de su cuerpo ya no era vista desde el ángulo de la Bestia. Acarició la bolsa. La Bestia siguió hablando como si el haber adivinado cuál era el origen de Michael fuera causa de regocijo:
—¿Eres del MIT? Debes serlo, allá hacen muchos experimentos con seres digitales. Yo no soy de allá, pero he sabido que algunos son especímenes interesantes… Eso lo sé muy bien, como que ya me he integrado con algunos de ellos…
La Bestia, de manera inesperada rió de manera gutural, casi de forma obscena.
Michael se sobresaltó, asió la bolsa en sus manos con firmeza. Sólo alcanzó a contestar con voz débil:
—No… yo soy de más afuera.
La Bestia interrumpió su risa. Todavía sonriendo dijo:
—¿Cómo? No te oí.
—Dije…
Michael levantó su bolsa de utilería y lo primero que encontró fue el metaformato, el programa que servía para poder entrar en los host en caso de problemas.
—…que…soy…
La Bestia comenzó a acercarse, suspicaz.
—…de…
La Bestia estaba a menos de un metro de distancia. Con el metaformato en la mano se le acercó lo suficiente al Mesteño.
—¡…AFUERA!
El monstruo quiso evitar el contacto, quizá de manera instintiva. El impacto del metaformato en el pecho del Mesteño fue fulminante. Arlene, que observaba desde la distancia y que ya estaba acercándose, gritó espantada cuando vio a su compañero caer al suelo y convulsionarse.
Arlene subió por la rampa y se fue directa a atacar a Michael con las garras desplegadas. Éste movió la cabeza hacia atrás y por un milímetro sus ojos estuvieron a punto de serle extraídos limpiamente.
Fue la única oportunidad de Arlene. Michael le descargó todo el peso de la bolsa sobre su espalda y ésta cayó al suelo de manera tan pesada que quedó privada de sentido.
—¡La mataste! —Gritó la pieza de ajedrez que, de modo increíble, ya estaba recobrándose.
Michael no podía permitirse ponerle atención, empezó, frenético, a buscar en la bolsa en donde se encontraba el antivirus. Las luces pasajeras y parpadeantes de los niveles superiores no alcanzaban a iluminar la situación por completo. Todo se estaba desarrollando en cuestión de segundos. A corta distancia, la pieza de ajedrez ya se había levantado y empezaba a cargar hacia él con todo y su significativo peso.
El metaformato no sirvió más que para enfurecer a la Bestia. Michael no terminaba de encontrar el antivirus en la bolsa.
La Bestia Negra se acercaba a todo impulso. Faltando sólo un pequeño instante, Michael pudo reconocer al tacto dentro de la bolsa la forma puntiaguda del antivirus, se lo acomodó en la mano, y de manera simultánea se volteó… justo a tiempo para encontrarse de frente con la mole negra, pudiéndoselo clavar en el pecho.
Todo se volvió un destello azul eléctrico. La fuerza del impacto arrojó a Michael hacia el suelo.
Pasaron unos segundos.
Casi de inmediato, Michael se percató que de alguna manera absurda los dos estaban acostados en el piso, la Bestia Negra sobre él.
Estaba confundido, pensando en lo que acababa de hacer. Detectó un aroma pestilente. Se sorprendió cuando reconoció que era el mismo olor que despide la carne cuando es quemada.
El Mesteño sólo sollozaba, actitud que le pareció extraña a Michael, un cambio impresionante de la arrogancia de hacía un momento.
Michael sabía que no tenía tiempo que perder, Cecilio estaba ya casi desaparecido, y sin él bien tendría que regresar a LIZ, con toda la empresa condenada al fracaso. Si es que encontraba el camino de regreso.
Dejó a la Bestia a un lado y fue con Cecilio.
Cargó a Cecilio con cuidado y lo depositó sobre el velodeslizador.
El color le comenzó a fluir a Cecilio por todas partes y empezó a tomar su opacidad normal, luego comenzó a moverse y después de unos instantes pareció haberse recuperado casi por completo. Michael volteaba de cuando en cuando para no dejar de poner atención a sus cuasicaptores.
A Michael, Arlene le tenía casi sin cuidado ya que se veía inmóvil, en cambio al Mesteño le tenía respeto, más que nada porque éste sí parecía capaz de destruirlos. De eso no le quedaba la menor duda.
El Mesteño seguía quieto, con los ojos abiertos. Michael estaba consciente de que debía trabajar con rapidez. Se aproximó al cuerpo caído. Se arrodilló frente a él. Se observaron uno a otro. Ser digital contra ser cuasidigital. La cabeza equina de la criatura lo veía de manera firme con algo que parecía una combinación de fuerza y de resignación.
La Bestia ya no sollozaba. De algún modo se había recuperado un poco, tal vez queriendo aparentar ser digna, pero delatando su debilidad. La extraña pieza viviente de ajedrez preguntó:
—¡Si vas a rematarme, hazlo rápido!
Michael meneó la cabeza.
—No, pero me tienes que ayudar.
—¿Ayudarte? —Dijo la Bestia, con tono incrédulo.
—Sí, quiero que me indiques el camino hacia donde se encuentran los depósitos de esos datos de más de cuarenta, o quizá cincuenta ciclos aeternos.
El caballo se le quedó viendo en silencio. Empezó a hablar:
—No dejas de ser curioso. ¿Por qué quieres saber y por qué me quieres ayudar…? No te puedo comprender. Cuando un agente llega con un antivirus no hay más, esa es la regla aquí, el virus choca con un agente, el virus destruye al agente o mínimo lo enloquece. Si el agente es más rápido o más nuevo destruye al virus con su antivirus. Al final no existen los términos medios, no existen más que los extremos. La vida es binaria. Fuiste o no fuiste. Eres o no eres. Serás o no serás. Lo que estás haciendo ni tiene sentido ni puede ser…
—Yo decido lo que puedo y lo que quiero hacer, y sí, quiero que me des esos datos.
—Los podrías conseguir si quisieras, podrías tratar inclusive de extraérmelos a la fuerza... Pero te advierto, podrías destruirme… y destruirte en el intento.
Michael se quedó pensando en todo lo que le decía su oponente. Miró hacia Arlene en el fondo, aún sin movimiento.
—Bueno, no sé qué quisieras para ti, pero me gustaría saber que es lo que quisieras para Arlene…
La Bestia por fin mostró algo parecido a un sentimiento:
—¡Arlene está muerta…! ¡Ya no existe, ya no me interesa…!
—¿Y si no fuera así? ¿Y si estuviera viva?
El caballo negro de ajedrez hizo un esfuerzo.
—La veo desde aquí, no se mueve.
—Yo tengo el poder de salvarla, y a ti también… pero sólo a cambio de un trato.
—¿Un trato? —Preguntó con suspicacia.
—Sólo me tienes que dar los datos del lugar, cuando lo hagas, te acercaré al velodeslizador que te va a revivir a ti y a tu compañera.
La cabeza de caballo empezó a relajarse, quizá pensando que estaba en sus últimos momentos. Tomó una decisión.
—Está bien. Los datos venerables están por la dirección 4079.7889.3400 y siguientes. ¿Eso te basta?
Michael tomó una tablenet de la bolsa, y los anotó con cuidado.
—Sí —contestó.
—Ahora, sálvame… Yo ya cumplí mi parte… Ahora. Cúrame. Cúranos.
Michael pensó que ese era un virus cuya función era principal destruir. Era un depredador digital que, dadas las circunstancias, podría doblar de rodillas hasta un mismo mainframe o cluster si quisiera. Pero él no era dios digital de nada, ni siquiera aquí… y, además, había hecho un trato.
—Primero voy a recuperar a Arlene, tú, lo que seas, la convencerás de que no nos ataque.
—Michael, lo que estás haciendo es una locura.
Escuchó de atrás la voz de Cecilio. Lo había olvidado. Allí estaba como si nada, entero y listo para lo que se ofreciera. Michael lo miró y le dijo:
—Cecilio, necesito que me ayudes a la regeneración de estos seres. Según yo, debe de funcionar como a ti te sucedió.
Su agente de información se le quedó viendo, inexpresivo, por un segundo.
—Sí, es lo mismo, sólo colocarlos cerca del velodeslizador. Una vez ahí es cuestión de segundos para que cualquier esencia digital se regenere. Es como un amplificador. Pero, Michael…
—No te preocupes, Cecilio, sé lo que hago.
—Date cuenta Michael, estás hablando con un virus, podríamos comprobar con poco esfuerzo lo que este tipo ha causado de daños por aquí…
—Cecilio, no te preocupes, sube al velodeslizador y ponlo en marcha. ¡Ya!
Cecilio no se movió.
—-¡Sube, obedéceme, por favor!
Cecilio estaba atónito, estuvo a punto de decir algo pero no lo hizo.
Después de un rato el velodeslizador tomó vuelo y se alejó.
La Bestia Negra empezó a reponerse. Su semblante se empezó a suavizar. Arlene comenzó a moverse y a responder, aunque débilmente.
—¿Se fueron?
—Sí —le contestó el Mesteño de manera tierna.
—¿Quiénes eran?
—No estoy muy seguro, lo que sí entiendo es que el pequeño sí era un agente de substancia firme y real, como la nuestra… del otro, del llamado Michael… no lo sé, pudo ser un virus distinto o un agente especial, algo que no había visto antes.
—¿Tú crees, Mestis, que era de allá… afuera?
La Bestia meneó la cabeza.
—No, eso es imposible. Quizás era una de esas criaturas oscuras del MIT.
—Cuando lo tocaste, ¿qué fue lo que sentiste?
—Algo de lo más raro, sentí que no podía ser digital, que podía ser otro tipo de ser que no me puedo imaginar… no sé…
—¿Hacia donde van?
—A la Última Data Incógnita. Donde se guardan los datos inamovibles.
—Eso está lejos, les diste la verdadera dirección. Los pudiste haber engañado, ¿no?
La Bestia negó con la cabeza.
—No era correcto, me dijo que te iba a salvar la vida y la mía también.
—Eso es incomprensible, ¿no? Que unos seres hayan mostrado esa clase de perdón. No es costumbre más que entre los agentes simbióticos… Y ahora, ¿qué harás?
—¿Yo? Le prometí la dirección correcta, pero no le prometí que no advertiría de su presencia en ese lugar…
—¿Cómo lo vas a hacer?
—Mandar un mensaje a la muralla de fuego de la sección 4079.7889.3434 y demás, el agente Kerberos de allá, si es que existe, estará encantado de saber de la próxima visita de Michael y de su simpático amigo…
El Mesteño así lo hizo. El mensaje iría por una compleja red de nodos de interconexión, pero sabía que llegaría antes que sus visitantes. Estaba contento. Muy contento. En eso, Arlene le llamó la atención.
—¡Mira, Mestis! —Señaló hacia la rampa de bajada—. ¡Acaban de llegar otros amigos extraviados! ¡Celebremos todos juntos!
Acababan de llegar dos paquetes llenos de datacápsulas asomando por las puertas.
—¡Visitantes distinguidos! —Les gritó la Bestia que de súbito reducía su tamaño a como estaba al principio—. ¿Gustan pasar? ¿Están perdidos? Mi amiga Arlene y yo les podemos ayudar… por aquí, por favor…
La pieza de ajedrez, al estar junto a ellos, empezó a hacerse grande, grande, grande. Arlene sonreía.
Tenía esa sonrisa diabólica que le causaba tanta gracia al Mesteño.

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