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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

23. Despertar



En la Matriz: T menos veinte

Eran el vértigo y el mareo seguidos por una relativa calma. Más mareo y más calma. La rapidez de la caída, cayendo, cayendo y de repente, con un cambio tan radical equivalente a pasar de un estado físico a otro, la sensación de suspensión en el aire sin red y sin cuerdas. Parecía flotar.
Sin sonido y sin luz. Todo en una confusa mezcla de tonos grises y negros. Como una vivencia alucinada y mística provocada al estar por horas y horas en un tanque de inmersión de privación sensorial, como en medio de un líquido tibio amniótico, en busca de la insensibilidad total, a oscuras, conectado sólo a aparatos. No había impresión de movimiento alrededor.
Alcanzó a pensar que así debió ser el estar en el vientre materno. El acceso al concepto de vida, después de la oscuridad. El propio mínimo mar primigenio, una vez más. Como estar en medio de la súbita negación de la eterna e inconsciente melancolía de saber que después de salir ya no habrá un regreso. Como estar en el proceso inverso de morir.
La sensación fue como de un normal despertar.
Intentando convertir pensamientos en impulsos.
«Estoy no sé dónde…», pensó Michael, aún aturdido de lo que se movía a su alrededor. La transición de interfaces había terminado. La paulatina sustitución de sus estímulos corporales reales por los estímulos sugeridos, había resultado sin obstáculos.
Su mente divagó un momento más, permitiéndose hacerlo debido al estado de reposo cómodo en el que estaba, quizá porque aún no se encontraba presionado por el tiempo, ya que su creencia sobre éste, el tiempo, era el sostén a través del cual todo se entretejía.
La voz inundó su cerebro con una familiaridad enervante bastante fuera de tono:
—Michael… ¿Estás despierto…?
Pero la voz todavía no se filtraba de modo correcto en sus oídos. Algunos de sus procesos normales aún no contactaban de forma normal. Estímulos transmitidos y recibidos, neuronas que no terminaban de encontrarlos porque los buscaban o esperaban por los caminos corporales naturales. Según lo que había dicho Poincaré y su amigo, el doctor Mistral, el «despertar» dentro del ambiente inducido sería de lo más desorientador y extraño de lo que podía esperar.
Convirtiendo pensamientos a acciones, Michael abrió un ojo. De manera absoluta comprendió que nada de lo que le dijeron lo tenía preparado para lo que presenciaba. Primero la luz ambiental. Ésta era oscura y luminosa en una extraña forma. No existía al parecer una fuente emisora pero él podía ver la claridad. Y no sólo veía objetos y sombras, sino también a un extraño ser que parecía sacado de una antigua serie de televisión americana de los años cincuenta o sesenta.
Cecilio, el agente de información de Poincaré. El cambio era impresionante tomando en cuenta la reciente presentación de éste, allá afuera, en la pantalla. No más alto que él, blanco, de pelo ensortijado de color negro, ojos claros y un poco grueso del tórax, al parecer con cierta tendencia a engordar. Traía saco, camisa con corbata desanudada y pantalón de pana.
De ahora en delante sería un punto de referencia familiar en un mundo extraño. Cecilio era real por lo que a Michael tocaba.
Ya con los dos ojos bien abiertos, dio una vuelta a su cabeza para ver el panorama electrodigital que tenía delante de sí. Todos sus sentidos se pusieron a trabajar. Percepción y conciencia total en marcha.
La principal reacción fue obvia: la de una incredulidad implacable; y claro que eso Michael ya lo esperaba. Y también la sensación de irrealidad, la cual también preveía. La desorientación, igual, pues. Pero lo menos le ayudaba a sobreponerse la imagen de un joven simpático delante de él. De hecho, desde cierta perspectiva lo empeoraba todo.
El ente digital llamado Cecilio le dijo:
—Michael, ya me conocías, hace un momento, en la pantalla, nos presentó Poincaré… ¿te extraña o algo…?
Queriendo salir airoso de su primera prueba al hablar con un ser digital «consciente» dentro del espacio digital, Michael dijo a su vez, tratando de hacerlo en forma normal mientras se tallaba los ojos y estiraba sus miembros:
—Me siento un poco aturdido… nunca te has drogado antes, ¿verdad?
Cecilio guardó silencio. Michael continuó:
— No, supongo que no… Y sí, ya te conocía, pero no como ahora, aquí delante de mí, de manera tridimensional, interactuando y sin tener cerca a otro ser humano real en ningún plano de existencia al que me pueda referenciar…
—Supongo que ya viste que es como un ambiente virtual —dijo Cecilio.
Michael miró a su alrededor.
—Sí, pero esto es distinto, aquí todo lo real es simulado… es… ¿cómo decirlo? Pues sí, real…
—No te entiendo.
—¿No entiendes? —Dijo Michael, un poco ya en control de sí—. Es muy sencillo. Mira, tú eres un ser digital tipo agente de información, cuyas funciones están diseñadas para ayudarme, y con el que de alguna manera voy a convivir por no sé cuántas horas, días… lo que sea…
—¿Y?
—…Y que aquí estamos en un lugar que me parece sólido, y a pesar de que no haya nada en el exterior que me lo indique, me parece entero, fresco al tacto —tocó el piso con su mano—, pero sin embargo, yo sé que nada de esto existe, y ese es el problema… Y bueno, supongo que así les va a pasar a todos los que se sumerjan en una actividad real virtual de este tipo…
—¿Te causa problema la desorientación?
—No creo… lo que pasa es que soy muy escandaloso, y pues, todo es cuestión de acostumbrarse…
—Sí, supongo.
—Bueno, okey, pues empecemos a acostumbrarnos al paisaje, primero que nada, dime ¿dónde estoy?
Michael creyó percibir que Cecilio tomaba aire antes de hablar.
—Estamos en una especie de cámara de compresión para que tú o alguien en tu lugar realice su acceso con el mínimo de problemas hacia las topologías universales de la Matriz desde su nodo de descarga, o para que me entiendas o te ubiques mejor, aún estamos en un centro de comunicaciones dentro de LIZ…
—¿Por qué puedo ver todo a mi escala de tamaño?
—Llámalo licencia poética de LIZ. Son las metáforas gráficas o visuales que decidió utilizar Poincaré, basadas en los modelos propuestos de estándares de los japoneses de NippoTech para este tipo de espacios. Espacios que son creados sólo para que se entienda la perspectiva de un observador externo, nada más.
—Otro asunto —Michael se miró las manos, el cuerpo, las piernas, agregó—: este es mi cuerpo y lo siento como eso, es decir, no lo percibo ajeno, ¿me comprendes…? Ni lo siento extraño, digo, esto es igual que mi cuerpo allá afuera... No alcanzo a entender ¿cómo se hizo esto?
Pisó el suelo con fuerza. Se pellizcó.
—¡Ah, sí me dolió! —Gritó, algo sorprendido.
—¿Y qué esperabas? Todo eso es parte de la metáfora inducida de LIZ. Tu esencia, mente, cuerpo se han «traducido» y «conectado» al ambiente digital con la parte del proceso que de seguro Poincaré te explicó…
Michael asintió.
Ya estaba un poco mejor, más en forma, asimilando todo de manera sencilla y gradual. Más en control. Caminó varios pasos a mirar el panorama oscuro a lo lejos…
Se volvió a Cecilio.
—Okey, ahora cambiando de tema —Michael se descubrió hablando ya con familiaridad al ente digital—: según esto, vamos a viajar en algo, ¿no?
—Pues según instrucciones de Poincaré, viajaremos en un paquete especial de alta velocidad por canales de comunicación alternos para no ser detectados por alguna bitácora ni por algún ser de los que puedan aparecer por allí. Poincaré llamó al paquete el «velodeslizador». El concepto básico es de un diseño de él…
—¿Tienes alguna instrucción al respecto?
—Que debemos tener mucho cuidado, extremar precauciones y evitar cualquier tipo de seres al máximo, Michael, porque cabe dentro de lo probable que intentaran causarnos daños, seremos invasores dentro de sus dominios en algunos casos… y sí, el daño sería terrible para ambos… Pero en tu caso particular el daño sería desastroso…
Michael se quedó callado, Cecilio continuó:
—Quiero decir que podrías quedar perdido para siempre en la Matriz sin esperanzas de volver…
Michael vio a Cecilio con aprehensión. Dijo:
—Sí... Me imagino que eso nos ocasionaría un gran problema…
Hasta ese momento, Michael no se había percatado de su nerviosismo. Pero ahora sí. Estaba nervioso. Y ansioso.
—Hasta donde sé, no podemos comunicarnos en forma directa con Poincaré, pero él va a saber dónde andamos, ¿verdad? Bueno, ¿cómo lo va a saber?
Se estaban trasladando hacia el puerto de comunicaciones para partir. Michael pensó en la casualidad de la metáfora del nombre. Cecilio contestó:
—Bueno, tenemos dos o tres maneras, la principal es una especie de línea «dorada» como la denominó Poincaré. Esa es una línea de enlace que parte desde un transmisor dentro de nuestro vehículo velodeslizador, por la Matriz, hacia la red de comunicación y que a través de varios caminos llegará hasta LIZ… Serán como boyas señalando el camino cada tanto tiempo, pero sin poder llegar al mismo tiempo en que se emitan...
—Y ahí está un problema, ¿no?
—Exacto. Para cuando el mensaje llegue a su destino informando de nuestra posición ya nos habremos desplazado por el espacio interior hacia una nueva dirección. Eso por un lado, por el otro hay que contar con los lugares que no están conectados en forma pública dentro de la Matriz. Eso significa territorio sin registrar y por lo mismo a LIZ le llegarán señales para indicar que nos encontramos en lugares que ni siquiera van a aparecer en el mapa.
—Yo pensé que todos los sitios en la Matriz ya estaban registrados de un modo u otro, ¿existen lugares que no lo están?
—Pocos, muchos, nadie lo sabe a ciencia cierta, pero allí están: territorios digitales de gobiernos y de organizaciones privadas, sobre todo de los países industrializados; son como escondites secretos a veces con ciertos tintes de política o de paranoia, —según Poincaré, casi lo mismo—, y hay también muchos sites desatendidos por sus antiguos usuarios, ya desaparecidos, quizá.
—¿Algún otro medio para comunicarnos?
—Bueno, yo como agente de información contengo una versión más sencilla de ese transmisor, pero mi alcance aunque sea seguro aún es más lento. De hecho, cuando nos toque salir del vehículo para cualquier actividad, yo seguiré estando en contacto con LIZ, pero ya sabes, no de manera directa.
—O sea, que no vamos a estar solos en momento alguno —Michael hizo una pausa—. ¿Oh sí?
—Pues sí y no.
Michael se sonrió, irónico.
—Excelente, me tranquiliza, de veras.
Cecilio también sonrió:
—Me da gusto que te alegre, Michael, de veras.
Michael habló:
—Poincaré dijo que íbamos estar veinte minutos a lo mucho, tiempo de allá afuera. ¿Cuánto es el tiempo de viaje aquí?
Cecilio se quedó pensando. Contestó:
—¿En tiempo digital? ¿Expresándolo en tus términos familiares? Bueno, ya sabes que aquí por así decir el tiempo transcurre más rápido que afuera.
—Sí.
—Como cinco días de los tuyos...
—¿Cinco días…? ¿Y los voy a sentir transcurrir?
—Por supuesto. Vamos a ver, haciendo cálculos aproximados y veinte minutos reales para ti, aquí en este ambiente serán cinco días como dijimos… Es decir, cada seis horas de Michael aquí serán como un minuto «real» allá afuera con Poincaré. Y no debe ser más tiempo por algo que se relaciona con tu actividad cerebral. Poincaré me lo instruyó. Me dijo que, en resumen, mientras más tiempo pasas aquí, más se podría afectar tu mente.
Hizo una pausa.
—Además, existe una situación: lo de los freezes o congelamientos, o sea, momentos en que te vas a quedar en blanco, síntoma de que has pasado demasiado tiempo aquí. Tienes que estarte —y yo también lo pienso hacer—, monitoreando en forma continua…
—¿Qué pasa si tengo sueño?
—Dormirás, creo. A lo mejor el viaje va a ser muy tranquilo y te la pasarás aburrido. Dormitarás de vez en cuando. Pero en vez de perder tu tiempo de manera inútil… ¿no deberías mejor de disfrutar las maravillas digitales que vas a atestiguar?
—¿Valdrán la pena?
—No lo sé. Mira, Michael, supongo que lo que vamos a ver serán impresiones significativas y uno de mis objetivos secundarios es hacer un registro de eso.
Michael lo pensó un momento. Tenía que acostumbrarse rápido a la luz tenue y a las sensaciones tomándolas como parte del todo que en forma normal percibía con sus sentidos. Comprendió que ya no debía recordarse lo ilógica o absurda que resultaba la presente situación, porque de alguna manera sentía que si a cada momento recordaba su existencia «real», su adaptación en este medio sería más lenta de lo necesario. Tendría que ser flexible.
—Okey —dijo en forma lenta, pero al punto agregó—: ¿ya nos vamos?
—Sí.
—Ya sé que es tonto pero creo que tengo hambre. Mmmh, aquí no necesito comida, ¿verdad?
—Exacto, Michael. Es sólo tu imaginación. Afuera estás sedado y alimentándote de suero, por si acaso. Casi no vas a gastar energía ni nada. Bueno, no en el sentido de gastar como ustedes allá afuera lo manejan. Aquí, como ya te informaron, todo es un gran viaje mental a través de la Red por medio de una interfaz digital activa.
—Me suena confuso.
—Tú déjate llevar. Relájate.
—¿Seguro que no voy a esforzarme?
—No lo creo en realidad…
Michael asintió:
—Cecilio, creo que por ahí dijiste que había otra manera de comunicarte al exterior.
—Es más complicada. Además, muy probablemente no haya necesidad de usarla…
El tono de Cecilio no era muy alegre que digamos.
Michael no le replicó porque vio algo que le cortó la respiración.
Era una visión absurda y bella al mismo tiempo.
Reflejando la luz mortecina del ambiente en su acabado de metal, a corta distancia, sobresalía un increíble perfil de mástil y vela, totalmente fuera de lugar.
Llegaron al puerto de comunicaciones. Allí estaba en reposo la nave diseñada por Poincaré y LIZ para facilitar a Michael el entendimiento y familiaridad de sus metáforas de interfaz.
Era una pequeña embarcación tipo velero con todo y su vela. «Supongo que esto aquí va ser de adorno», pensó Michael, apreciándola.
Los colores de la embarcación iban no muy lejos de los que pudiera imaginar en ese entorno: tonos metálicos en gris acero, incluyendo la misma vela que al contrario de parecer rígida se movía ondulante con una inesperada brisa.
Como quiera, la idea que Michael se había hecho en su mente era que el velodeslizador sería aerodinámico, y podría surcar las redes en un parpadeo digital. «Sea lo que eso fuere», agregó. Y se le cumplió.
Cecilio llegó primero y se subió a la nave. Michael encontró que el acceso no era difícil gracias a una pequeña plataforma que partía del casco desplegándose hacia el suelo para hacerla de entrada y que una vez plegada se adaptaba en forma perfecta al contorno de la nave casi sin dejar huella.
Dentro de la nave había dos asientos apuntando hacia atrás en la parte trasera y dos más en la delantera apuntando hacia delante. Michael suponía que eso era excelente para no aburrirse, ya sea para acomodarse para ver hacia dónde iban o para ver de dónde venían.
No tenía la menor idea de qué esperar de todo esto. Lo único que sabía era que los canales de comunicación eran lo suficientemente… ¿cómo decirlo? ¿Deslizantes? ¿Rápidos? Se le dificultaba ubicar una palabra que pudiera definir la idea de la manera más adecuada posible.
El viaje estaba a punto de comenzar. Se sentó.
—¿Ya estás listo, Michael?
—Me pregunto si no voy a arrepentirme —Michael se dijo para sí, contestó—: ¡Listo!
—De acuerdo. Go! Go! Go!
Michael se volteó hacia Cecilio con cara de asombro.
—Cecilio, ¿de dónde sacaste eso?
—De una librería de Poincaré por ahí… ¡agárrate, Michael!
Al principio Michael no sintió nada perceptible pero poco a poco empezó a darse cuenta de que había una vibración constante. Volteó hacia atrás y, al ver cómo el puerto de comunicaciones se empequeñecía, LIZ y su mismo mundo, también lo hacían de alguna manera en la memoria quedándose atrás, muy atrás.
El movimiento de aceleración era imperceptible pero firme y continuo.
Así, el velodeslizador empezó a avanzar a través de las grandes planicies oscuras, devorando canales de comunicación luminosos de manera natural, como si hubiera sido diseñado para ser corrido en forma exclusiva en ese tipo de pistas.
Michael preguntó:
—¿Hacia dónde vamos, Cecilio?
—Bueno, tengo la instrucción de que estamos buscando direcciones de lugares o nodos con almacenes o bóvedas de datos gigantes, por un lado, y con signos de nulo movimiento. Esos son los escondites secretos que te comenté. Por otra parte, vamos a ir hacia los lugares en donde los análisis de LIZ y de Poincaré hayan detectado ambientes con más posibilidades de movimientos de nodos movedizos dentro del espacio digital.
Michael interrumpió:
—Ya te había escuchado esa palabra, nodo, recuérdame qué es...
—Un nodo es un punto definido en la Red que tiene una identidad y número de identificación propia… Pudiera ser una máquina o dispositivo de comunicaciones que trabaja a varios niveles. Para explicarme mejor, un nodo es un lugar al que podemos llegar...
—¿Y por qué hay que ponerle atención a los nodos movedizos…?
—Esa facultad de cambiar es la que los hace sospechosos. ¿Para qué cambiar de manera continua a menos de que se estén ocultando de algo o de alguien? Bueno, de ahí encontraremos a las áreas de los cuadrantes que más probablemente tengan candidatos que pudieran ser tomados en cuenta como nuestros objetivos posibles.
—Pero, ¿eso no es perdernos un poco, Cecilio? Debe de haber bastantes lugares posibles que quieran ocultarse, con algo de razón, pero que no nos incumben: bancos, gobiernos, conspiradores... no sé. Pienso que podríamos tardar mucho, ¿no?
—Recuerda que no vamos a rastrear a todos, Michael. Recuerda los criterios de búsqueda…
—¿Criterios de búsqueda? ¿Cuáles?
Cecilio se le quedó viendo con cara impasible.
—Mira, Michael, soy un agente de información y una de mis funciones básicas es la de filtrar información. Y para poder hacer eso hay que usar los criterios de selección. Éstos nos llevan, por ejemplo, en este caso, a ubicar zonas a partir de la antigüedad de los mismos nodos. Por eso primero llegaremos a la búsqueda de sites de más antiguos. Vamos a encontrar quién lo sepa.
—¿Quién podrá saberlo?
—Nadie o cualquiera.
—Esas zonas de las que nadie escucha, ¿tienen algún nombre?
—Sí. Se le conoce en este ambiente como Última Data Incógnita…
Michael asintió, preguntándose, ocioso, en cómo los nombres de los ambientes se llegan a formar y en dónde…
Cecilio estaba hablando:
—Michael, Poincaré ya te debió haber comentado acerca de los extraños seres que, como yo, habitamos este universo.
Michael asintió:
—Sí, me dijo que aquí podrían existir seres de lo más extraño. Que tienen vida e inteligencia propia. En realidad no le entendí mucho. Y es que todo esto se me hace extraño… Ya sé que la definición de vida es muy elástica. Una cosa es que esos seres estén allí como trampas vivientes esperando a ver quién llega y otra, muy diferente, el que sean inteligentes. Cómo las Venus Fly Trapper…
Cecilio preguntó, extrañado:
—¿Qué son la Venus Fly Trapper?
—Son plantitas que tienen su flor como si fueran dos mandíbulas una frente a la otra, con todo y dientecitos, y que mediante un olor especial atraen a las moscas o insectos. Luego de esperar pacientemente a que éstos lleguen a posarse sobre la superficie interior, la plantita cierra sus mandíbulas y sus presas quedan atrapadas dentro, y procede a digerirlas… Plantas carnívoras, vaya. Así les llaman.
—¿Qué con eso?
—Pues, al parecer aquí existen seres así. No hay voluntad propia. Las plantitas carecen de voluntad propia. Ellas actúan así. Los virus en el mundo digital son sólo trampas que están a la expectativa de sus presas… Pero de ahí a que Poincaré afirme que puedan tener inteligencia, decisión o libre voluntad, eso sí que no lo entiendo. No me entra, caray… Es llegar a profundidades filosóficas que desconozco.
—¿Sí? Supongo que entonces no has entendido bien quién soy yo.
—Bueno...
Michael se cohibió. Cecilio continuó hablando.
—Quizá no es el momento pero, ¿cómo explicar esta conversación? También soy un ser de origen digital, ¿no? Yo tomo decisiones. Existo. No hay nadie como yo, soy un tanto impredecible ya que eso se asegura debido a los cambios aleatorios de los que me provee Poincaré en forma continua. En mí existe un individuo. Y ahí radica el problema al que tal vez podríamos enfrentarnos…
—¿El problema? ¿Qué problema?
—Mira, yo de alguna manera tengo límites que me circunscriben. Tú le puedes llamar «lealtad» o le puedes llamar «obediencia». Después de todo no son más que límites.
—¿Y?
—Hay algunos seres que por alguna razón ya no alcanzaron esos límites. Mutaron o les quitaron esos controles de seguridad…
—¿Cómo se los quitaron?
—No tengo idea. El caso es que de algún modo algunos se convirtieron en virus… o en retrovirus. Algunos son invisibles mientras que otros son claramente distinguibles. Algunos viajan juntos, algunos no.
—Poincaré había dicho algo de eso, pero…
—Sí, pueden ser simbióticos y otros, parásitos. Ellos pueden saber de seguro cómo está organizado este mundo. Por lo mismo son casi desconocidos. No ha habido quién se ocupe de ellos… No ocasionan problemas en el mundo real. Son por así decir, de low profile. De bajo nivel. Casi inexistentes. No hacen ruido más que aquí, en el mundo digital.
—Suena interesante... Ahora dime: ¿corremos peligro?
—Sí, si nos descuidamos. Pero no te preocupes, tenemos dos o tres remedios para esas enfermedades. ¿Cómo? Pues tenemos las herramientas, los metaformatos, el metapassword…
—¿Meta qué?
—El metaformato es el programa que sirve para poder entrar en los host o nodos principales. En caso de problemas, puede cambiar la organización básica de las estructuras de datos, de esa manera te puedes abrir paso. El metapassword es más bien como tener las llaves maestras que también nos podrían servir para abrirnos camino en caso de encontrar firewalls o murallas de fuego, por ejemplo. En fin, son herramientas que no quisiera tener que usarlas, claro.
Michael se quedó pensando.
—Cecilio ¿tú qué esperas encontrar en este viaje?
—No lo sé, nada en particular. Ayudarte a encontrar lo que buscas en el menor tiempo posible…
—Ojalá que sea en el menor tiempo posible.


En la Matriz: T menos diecinueve

Siguieron viajando por más de medio día, según los cálculos «estimados» de Michael. Cecilio tenía razón, ni estaba tenso ni cansado ni sentía hambre. Se sentía relajado con la velocidad, la mínima vibración, la planicie a lo lejos, el falso horizonte que siempre permanecía igual. Las otras vías que aparecían a la distancia estaban demasiado lejos para poder percibirlas con detalle. Lo que se alcanzaba a ver eran los canales con formas luminosas refulgentes como si provinieran de una luz neón. Algunas mostrando señales de avance, llenas de raudos paquetes, otras congestionadas, densas, y otras, como era el caso de la salida por la que iban viajando, casi vacías.
Michael reflexionó de lo que estaba pasando.
«Erasmo nunca se hubiera imaginado que existiera un universo así, más debajo del nuestro. Seres digitales, agentes de información, virus. Él tenía aberración a todo lo relacionado con tecnología. ‘Sólo lo mínimo’, decía, ‘yo ya tengo mi multimedia, lo demás es la maldita vanidad’. Su multimedia interactiva eran sus amados libros de hojas de papel encuadernados».
La muerte repentina de Erasmo todavía lo tenía impactado más allá de lo que se hubiera imaginado. Le había quitado el firme piso de donde se encontraba.
«En realidad no puede existir el piso firme. Sólo es la pura ilusión. Sólo existe el miedo… Y la voluntad para superarlo». Se volteó hacia Cecilio que permanecía silencioso, siempre viendo hacia el frente y sin hacer movimiento, recordatorio casi sobrenatural, a pesar de todo, de que no era un ser vivo.
—Cecilio, dime: ¿tú tienes algún miedo?
Éste, como si despertara de su ensimismamiento, le contestó de manera suave:
—¿Miedo? ¿Esa sensación que tiene que ver con la sobrevivencia en menor o mayor grado?
—Sí, supongo…
Cecilio meditó un momento antes de contestar.
—Si por «miedo» entendemos «sentimiento de inquietud ante un peligro», sí, debo confesar que algo existe dentro de mí, que podría llamarse miedo... Y si me insistes y me pongo a ver cuál peligro, pienso que sería el miedo a una no-existencia.
—¿Cómo te das cuenta de eso?
—No tengo una idea clara, es de los llamados pensamientos aleatorios de los que me cargó Poincaré, como te mencioné, éstos refiriéndose a las ideas respecto a la supervivencia. Por ejemplo, el principal objetivo de mi existencia en este plano es que tú, Michael, sobrevivas…
Michael no se lo pudo explicar pero se sintió un poco apenado. No podía aceptar que alguien, aun un ser digital, se ocupara de él. Preguntó:
—Dime, Cecilio: ¿Dónde estabas antes de venir aquí?
—Según Poincaré y mis registros, estaba en un lugar esperando a que vinieran por mí.
—¿Cómo era ese lugar?
—No lo sé, pero tengo una idea indefinida que era o es, un lugar que tiene que ver con reposo, tranquilidad, y con el estar a la espera de algo distinto, un lugar en donde, por sobre todo, reinaba el tiempo. Ese lugar era una maravilla. Fueron «aeternidades» de estar allí.
Michael lo miró extrañado.
—¿«Aeternidades»? ¿Qué es una «aeternidad»?
—No sé decirte, algo que implica mucha duración, pero, ¿en tus propios términos? ¿Será un año? No tengo idea.
—Eso del lugar indefinido que mencionaste, como que suena bien, ¿eh?
—Sí. Lo mejor es que si todo sale bien, ahí volveré. Como en un viaje circular. El llegar a donde principiaste.
—Ese lugar, ¿tiene nombre?
—Sí… Poincaré le llamó «el cielo».
Michael no supo qué contestar.

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