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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

30. Infierno



En la Matriz: T menos siete

Despierta, Michael.
Cecilio se encontraba frente a la silla de Michael, un poco desconcertado.
—Michael, estás sudando.
Por fin Michael abrió los ojos, lanzando a Cecilio una mirada llena de incredulidad.
—¿Qué pasó…?
—Creo que estabas soñando. Te agitabas. Y sudabas.
—¿Sudaba? —Se pasó la mano por la frente y la vio húmeda—. Es cierto, sí, estoy un poco… agitado, pero no creo que el sudor sea debido a mí. Es el ambiente, Cecilio, está haciendo calor. Creo que la temperatura… está aumentando, ¿no? Es más… —miró alrededor—, ¿viste que los canales también están cambiando?
Cecilio asintió y dijo:
—Sí, creo que es buena señal…
—¿Buena señal? Los tonos azules que predominaban ahora han cambiado a tonos rojizos, ¿no? ¿Cuánto dormí?
—Bastante. Parece que necesitabas el descanso. Pero el tiempo no es crítico aún. Y no nos falta mucho…
Los grandes canales de comunicación, lisos, suaves, deslizantes, que formaban parte habitual del paisaje desde que empezaron el viaje, escasearon primero y desaparecieron por fin.
Ya tenían un buen tiempo sin ver otra vía de comunicación. Ante ellos el falso horizonte permanecía impávido, con la excepción de que el resplandor ahora rojizo era surcado por, al parecer, descargas eléctricas.
Cecilio señaló hacia delante.
—Este canal va a pasar rozando la sección de los 3400.
—¿Y?
—Signo inequívoco de que ya estamos bastante cerca. Creo que pronto vamos a tener que parar. Además, estoy sintiendo que el canal se está poniendo más lento, ¿lo notas? Estamos bajando la velocidad.
—Sí… ahora que lo dices, qué curioso —Michael se quedó pensativo—, no me había fijado que ya no está la vibración sorda familiar esa que nos acompañó desde el principio. Como que el sonido de la nave está más grave y profundo... No lo entiendo. ¿Tú sabes por qué?
—Es el ancho de banda: está más reducido. La metáfora visual y sensorial nos hace parecer que el canal está más espeso y por eso estamos lentos. Eso me preocupa. Quizá nos tardemos más, la travesía será menos ágil.
Conforme avanzaban, Michael sentía cada vez más el calor además de sentir los párpados más pesados.
Cecilio trabajaba adelante, revisando algo. De pronto se levantó y vino hacia Michael. Su voz sonaba preocupada:
—Otra mala noticia, se está trabando el velodeslizador debido a las condiciones de los canales que te dije. Además, estamos teniendo problemas de corrección de errores más seguido…
—¿Y qué es… «corrección de errores»?
Cecilio le miró. De manera terminante, y en tono grave e impaciente, le contestó:
—¿Es necesario que te lo diga ahora mismo…? Estoy ocupado trabajando en ese problema…
Michael sintió necesidad de disculparse. Era raro, pero ahora no tenía muchos deseos de discutir. Sólo acertó a contestar:
—No… mejor no me expliques… No importa… Luego me dices.
El calor era opresivo. Por más que trataba de concentrarse en algo específico, estaba teniendo dificultades para mantenerse despierto. Respiraba y respiraba a profundidad pensando que le faltaba oxígeno, pero sentía que el aire no le llegaba lo suficiente a sus pulmones.
El sudor le llenaba la frente y lo hacía sentir incómodo. Trató de pensar en Erasmo. En Cathy. Era inútil. No acertaba a concentrarse. ¿Cómo era la cara de Sri Sol? ¿Qué le dijo Cecilio (o fue Poincaré) del procedimiento de salida de la trans…? ¿Transtecno… qué? ¿Acaso estaba soñando otra vez?
Muchas preguntas. No podía pensar. El ambiente se sentía sofocante. La idea del dormir otra vez le era muy tentadora… Catherine. ¿Qué estaría haciendo ella en este momento? ¿Estaría bien? Recordó lo hermoso que la pasaron juntos gracias a los trajes extensensoriales de Poincaré. Fue maravilloso... pero también fue triste y melancólico… Tal vez no debiera pensar en ello otra vez… En este momento debería de pensar en… ¿qué? ¿Adónde se dirigían…? ¿Valdría la pena…?
Volvió a inspirar con fuerza. Se despabiló esta vez y lo aprovechó.
«¡Concéntrate!», se gritó a sí mismo: «¡¿Qué te pasa?! ¡Estás para algo importante! ¡Vienes por información! ¡Eso es! ¡Recuerda a Erasmo! ¡Recuerda a Erasmo! ¡Recuerda a Alex!»
De algún modo el aire de la conciencia empezó a limpiar la oscuridad que poblaba sus ojos. Los recuerdos eran ahora como descargas de dolor concentradas que, a manera de cubetadas de agua fría en su cara, por fin lo levantaron de su adormecimiento.
Abrió los ojos. El sudor estaba de nuevo en su frente. Ese fue el momento en que se dio cuenta de que la nave estaba casi inmóvil. Eso lo alertó y terminó por refrescarle la conciencia. Una vez más, estaba en control.
De repente, el velodeslizador detuvo la marcha.
—¿Qué pasa? —Preguntó.
—No sé… cómo que la nave se trabó. Voy a bajar a ver que pasa…
—¿Es peligroso?
—No, yo lo hago, tú espérame.
Paso un pequeño rato para cuando Cecilio regresó. Michael comentó:
—Se está complicando esto, ¿verdad…? ¿Cuánto nos falta?
La respuesta del agente de software no se hizo esperar.
—¿Cómo demonios quieres que sepa…? Estoy luchando con este maldito aparato y tú como niño me preguntas y preguntas cuanto nos falta... ¿Qué te sucede…? ¿Eh…? ¡¿POR QUÉ NO ME TIENES UNA MALDITA CONSIDERACIÓN?! ¡¿O QUÉ…?! ¡¿LO QUIERES HACER TU…?!
La cara de Michael estaba inundada por la sorpresa. Después del choque inicial alcanzó a decir de manera un tanto insegura:
—Cecilio, tranquilo, ¿qué te pasa?
Éste caminaba dando círculos frotándose las manos de manera nerviosa. Le contestó con cierta ansiedad en su habitual tono de voz:
—¿Que qué me pasa? ¡Tú eres lo que me pasa…! ¡Tú me alteras, Michael…!
Ésta era una situación que ni la imaginación de Poincaré, que ya era algo disparatada, le hubiera preparado. De sólo pensarlo le ponía la carne de gallina. Que su guía a través de este inframundo digital se volviese contra él, estando tan cerca de su objetivo, era absurdo. No tenía opción. No podía prescindir de él. Imposible. Trataría de fingir que nada había pasado. No podía darse el lujo tampoco de ignorar el incidente, pero ahora no importaba. Le hablaría claro, pero con cautela.
—¿Cecilio, estás bien?
Éste no le miraba. Había dejado de caminar y de frotarse las manos. Contestó de manera casi casual:
—Sí, estoy bien, ¿por qué?
El tono era familiar y más mesurado. Michael siguió con el tema pero de manera familiar, como si fueran amigos, sin reclamación.
—Estabas… alterado.
—No estaba alterado.
—Me estabas gritando… De veras que sí… lo hiciste…
—No, Michael, no te estaba gritando.
—Claro que sí lo estabas haciendo… hace sólo un rato.
La cara de Cecilio estaba más relajada. Su tono de voz era el de siempre.
—Okey. No me grites… No es manera de hablarme, Michael. Cálmate, creo que estás nervioso. No sé si es porque te tomas descansos de menos. El esfuerzo puede que te esté haciendo daño… Por lo demás, yo no me tardo… Estoy a punto de hacer una reconfiguración de velocidad. Una «desactualización», por así decir, para poder seguir navegando por estos canales un poco más primitivos…
Michael ya no pudo decir nada. Esperaba que pudiera haber sido su imaginación o su hipersensibilidad desbocada debido al calor en aumento… o una de esas situaciones típicas que le pasaban sobre las que no tendría respuesta inmediata.
Un momento más tarde, el velodeslizador comenzó su marcha. El canal ya no era como los otros, sino que al parecer estaba compuesto de otro material, había perdido lo que lo hacía deslizante y sí parecía más ruinoso.
Ahora se sentía una pesadez desgastante. La ruta se hacía más desesperante, más trabajosa. Como si estuvieran recorriendo un viejo camino al que no le hubieran dado un mínimo de mantenimiento por mucho tiempo.
Al principio del viaje no tenía dudas acerca del éxito de la empresa. No había mucho que esperar de dificultades o de problemas. Sólo ir con el agente de información, investigar unas direcciones por ahí y por allá y, al final, conseguir los datos. Lo demás, el regreso, sería como Poincaré lo hubiera dicho: «miel sobre hojuelas».
Empezaba a preguntarse cómo continuar con la búsqueda que Erasmo le había encargado sin esta información. Le asaltó una terrible duda: pero, ¿y si no existiera? ¿Y si todo hubiera sido un gran desvarío de su maestro? Todo este esfuerzo, ¿para qué?
En eso, algo hacia delante le llamó la atención. De hecho, ya no miraba a la línea del canal por la que viajaban, ni la del frente ni la de atrás. Ya las tenía vistas por más de cien mil veces. La línea semi-luminosa de atrás, lo comprobó una vez más, sí estaba. Pero ahora la línea de alguna manera vertical de adelante ya no se le veía fundirse con la del horizonte. Ahora la veía desaparecer antes del mismo. Mucho antes, de hecho.
El final de la línea solo podía significar algo: ahí acababa el final del camino del velodeslizador. El de ida al menos.
—Cecilio, ¿ya viste? Aquí acaba el canal… ¿Qué vamos a hacer?
Éste lo miró.
—Tendremos que abandonar el velodeslizador. De ahí iremos a pie.
—¿A pie?
—Claro, ¿qué creías?
Bajaron con todo lo necesario. Aún y cuando Michael sentía mucho el calor, no tenía sed, ni sentía hambre. Cecilio dijo:
—Según Belux, la dirección es para allá —señaló un rumbo perpendicular a la derecha de donde apuntaba el canal en el que navegaban—. Caminemos.
Así lo hicieron.
Michael recordó cuando vio las fotos de la superficie de Marte que habían traído los astronautas. Polvorosa, terregosa, dispareja y rojiza. La superficie que veía delante de él también era como un desierto extraído de las páginas de las «Crónicas Marcianas» de Bradbury.
El suelo era rojo, todo era inhóspito, pedregoso y disparejo, muy fuera de la perfección artificial de los demás terrenos por los que habían pisado. En resumen, se veía venir una caminata penosa y con cierta dificultad. El horizonte rojo también permanecía estable. Alguien podría sentir que estaba en una pesadilla de la cual no se saldría nunca. Así pensaba Michael.
Avanzaron por un buen rato. Michael preguntó:
—¿Sabías que era por este canal?
—Sí... Para mí es claro…
—¿Ya lo integraste en tu diagrama maestro de cartografía de la Matriz, por decirle de alguna manera?
—Sí, ya… pero es difícil, ya que no hay canales directos. Este sector de los 3400 es uno muy antiguo, como también ya nos lo explicaron nuestros amigos. Al parecer es tan viejo que los caminos no están listos para que transiten paquetes como el velodeslizador…
Michael se detuvo para dar un vistazo a todo su alrededor. La imagen ante sí era la de un casi desierto.
Dijo:
—Pues por aquí es Última Data Incógnita, sin duda alguna… Con todos sus secretos… yep.
Se quedó callado por un segundo. Cecilio esperaba. Michael continuó:
—¿Sabes qué me preocupa más? —No se espero a que Cecilio le contestara—. La nave… ¿estará segura allá atrás… sola? En otras palabras, me pregunto, ¿qué pasaría si nos quedáramos sin ella?
Cecilio pareció meditarlo. Replicó:
—¿Quedarnos sin la nave?
—Sí…
—Supongo que estaríamos perdidos —el tono de Cecilio era neutro.
—¿Perdidos? ¿Sin posibilidades?
—Sin regreso.
—Sin Poincaré. Sin salida —Michael trataba de asimilarlo.
—Una manera de decirlo. Sí, sin Poincaré, así es.
Michael quedó en silencio por un rato. Luego habló:
—Alégrame más, ¿se siguieron mandando los mensajes automáticos a Poincaré?
—No después del nodo comunicante.
Michael sintió una repentina y desagradable oleada de angustia en su estómago.
—Y no me lo habías dicho…
—No te quería ver nervioso.
—¿Por qué?
—Ya te dije: Te podrías alterar. Al destruirse el nodo se destruyó el enlace principal hacia LIZ…
—¿Tiene solución?
—Así es. No hay problema.
Michael meneó con la cabeza.
—Dices que no hay problema aún cuando no tenemos comunicación hacia LIZ. No te entiendo. Pero, de acuerdo… tú sabes…
—Michael, ocúpate de seguir caminando. Déjamelo todo a mí… ¡Ah! Y no pienses más en eso, preocúpate mejor por lo que pueda venir...
Mientras caminaba, a Michael se le empezó a llenar la mente de pensamientos alrededor del concepto «desierto». De forma continua veía hacia delante, a la espalda de Cecilio. Cuando sentía que era mejor cambiar de panorama, se concentraba en el suelo. De vez en cuando miraba a Cecilio de reojo.
Pensó que ver el piso le distraería un momento de la pesadez de la jornada.
Empezó a examinar de manera consciente lo que pasaba a través de su campo visual cuando miraba hacia el suelo. Éste era en general oscuro, pero se podrían ver las piedras individuales contra el tapizado. Vio una grande y la tomó en cuenta. Ahora piedras chicas. Piedras medianas. Piedras chicas. Otra piedra mediana. Piedra grande, grupo de piedras pequeñas, piedras medianas, piedras chicas, piedra mediana. Y ahí estaba la piedra grande de nuevo.
Michael exhaló un suspiro. Sí, existía un patrón regular y repetitivo en el piso. ¿Qué podía esperar de éste lugar? ¿Qué se imaginaba? Trató de pensar en algo más.
«Esto me recuerda a las imágenes que conozco de los desiertos bíblicos… Parece un Calvario… Mientras no vayamos hacia nuestro Gólgota, claro… Este calor… aridez digital maldita… »
Lo pensó mejor: «Bueno, como quiera, aquí no debería esperar ver árboles…». Acotó poco después: «¡Pero qué terreno tan depresivo!».
Michael casi esperaba ver a los buitres, a los árboles secos de maderas retorcidas como gritando una tragedia antigua. También esperaba ver el metal corroído de tubos industriales color cobrizo, destrozados y requemados por el sol.
Sin esfuerzo, podría imaginarse también ver los tambores o tanques oxidados con las etiquetas negras y amarillas rotas, sucias y descoloridas proclamando con orgullo (o vergüenza) el símbolo internacional de radioactividad con sus semitriángulos amenazantes en sus costados. No en balde el calor parecía provenir del suelo.
Sin saber por qué, a Michael le parecía que habían caminado el equivalente de kilómetros. «Aquí viven la muerte… el secreto… la inseguridad… la sequedad extrema… O todo lo anterior... debe de ser… no tengo la menor duda…», pensaba mientras daba un paso y mientras daba otro.
Lo curioso era que no estaba muy cansado. Se sentía igual que al principio. Lo único que traía era un creciente cansancio mental que ya tenía tiempo de estarle incomodando. Cecilio más adelante, seguía marcando el rumbo.
Michael habló:
—Hace mucho que mi línea de horizonte metafórica dejó de ser ocre y rojiza… ¿Has visto? Ahora es sólo roja. Roja como el demonio… ¿Dónde estamos, eh, Cecilio? —Lo dijo en voz tan baja que Cecilio no escuchó. Michael sentía su cansancio mental cada vez más ensordecedor, más de tipo moral o psicológico. Siguió hablando—: Por mi parte yo creo que… estamos… no sé… en un lugar similar al del cual el infierno toma su nombre... Ni más ni menos…
Michael iba a decir algo más pero se interrumpió como si hubiera visto una aparición:
—¡¿Viste, Cecilio?! ¡Un relámpago! ¡Allá! —Apuntó hacia su horizonte—. Fue un magnífico relámpago… Hacía mucho que no veía uno así... Como para haber traído una cámara y haberle tomado una foto.
La voz de Michael aún sonaba fatigada, pero con cierto entusiasmo.
—Lo alcancé a ver —contestó Cecilio, lacónico—, pero me llamó más la atención lo que alcanzó a iluminar en tierra.
—¿Qué iluminó?
—La silueta… o el contorno de algo, como un gran lugar lleno de torres gruesas, acomodadas en orden, creo. —Agregó—: Hay que poner atención… creo que los rayos y relámpagos aquí son comunes. Deberá de caer otro en cualquier momento…
Pasaron como quince segundos. A lo lejos cayó un rayo. Estos eran similares a los conocidos, pero sin sonido.
—Sí —dijo Michael—, ya me fijé en lo que dijiste... Y sí, así es, parecen torres gruesas. Pareciera un cementerio…
—¿Cementerio? ¿Qué es eso? ¿Cómo una tumba?
—Más bien un lugar donde hay muchas tumbas. Donde descansan o reposan los cuerpos de los muertos.
La cara de Cecilio era de perplejidad. Michael continuó:
—Sí, Cecilio, imagínate que el cementerio es como una escala que hacemos antes de llegar al cielo de… nosotros.
—¿Escala? ¿Para qué hacer una escala? ¿Por qué no van directamente?
Michael entendió que no era el momento para iniciar temas teológicos.
—Olvídalo, Cecilio —apuntó hacia las estructuras a lo lejos—. ¿Qué serán esas entonces?
—Si no me equivoco, Michael, creo que esas filas de torres son los grandes depósitos de la Última Data Incógnita. Ese es nuestro destino final.
Michael pensaría en esa frase después, por mucho tiempo.

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