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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

28. Belux



Frente a Michael, Belux era un ser que denotaba una gracia sobrenatural. Ojos negros penetrantes unidos por una sola y gruesa raya negra, continua como de mapache. Su porte era magnificente, vestía un ropaje que aparentaba ser de gala, tal y como sería si se dirigiera a una ceremonia. Le pareció un ser fuera de serie, de entre todos los que había visto hasta ese instante en ese extraño universo. Si algo se podía sentir de Belux era su magnetismo inexplicable. De inmediato, Michael se sintió fascinado.
Cecilio, al contrario de Michael, desconfió de Belux de modo instantáneo sin ninguna razón aparente.
El agente digital comenzó a hablar:
—¿Qué haces aquí?
—¿Yo? Yo no soy de aquí y me quiero ir. No pertenezco aquí. Quedé atorado, vaya… ¿y ustedes?
—Nosotros… ¿qué?
—Sí, es decir, ¿qué desean, qué buscan?
—Buscamos información.
—Claro que yo los puedo ayudar. Por supuesto, ¿con quién me estoy comunicando?
Michael y Cecilio intercambiaron miradas rápidas. Cecilio continuó:
—Somos agentes, ¿y tú?
—Bueno, pasa que aquí soy yo el que hace las preguntas.
Michael observó con cierta incredulidad que el ser llamado Belux estaba creciendo de manera casi imperceptible. Por un momento temió que pudiera repetirse el episodio de la Bestia Negra. Cecilio se resistía a dar información y parecía reservarse lo más que pudiera. Michael, por su parte, aún y contra su primer impulso de admiración estaba listo para lo que tuviese que pasar.
Cecilio empezó a decir:
—Mira, Belux, quisiéramos… información. Vamos hacia…
El ser llamado Belux, impaciente, interrumpió:
—Claro, donde sea, les daré la información que buscan, pero sí… y sólo sí, me contestan cuáles son las razones reales de su viaje ¿eh?
Michael y Cecilio sólo se miraron con aire de confusión. El ser continuó:
—¿Saben ustedes del Big Crunch? Porque de seguro que sí sabían que ya viene el Big Crunch…, ¿no? ¿Saben del Origen? ¿Saben adónde vamos? ¿Saben de dónde venimos? ¿Ustedes creen…? —cerrando los ojos, hizo una pausa—: ¿Qué les decía…?
Michael siguió sin contestar, aturdido. Cecilio tomó la palabra:
—No lo sabemos, mmmh… ¿deberíamos de saberlo?
—Tal vez sí, y tal vez no. Siento que la vida tiene más de un misterio que hay que descubrir…
Cecilio quedó callado por un segundo, miró una vez más a Michael y finalmente, alcanzó a decir:
—¿Nos permites, Belux?
—Adelante…
Se retiraron a una prudente distancia y comenzaron a dialogar en voz baja.
Michael habló:
—¿Será un virus?
—No, no creo que sea un virus, ya sabes… no hubiera podido llegar hasta aquí, y más aún hasta los niveles superiores del nodo; los agentes de seguridad lo habrían detectado desde el primer nivel. Creo más bien, o tengo la intuición, de que Belux podría ser un compuesto digital de distinta manufactura…
—¿Un knowbot? ¿Ese tipo de agentes robot en busca de información o conocimiento…?
—¿Un agente de información robot…? No, poco probable.
—Entonces… ¿un agente parásito? ¿Un agente simbiótico como Arlene, la acompañante de la Bestia?
—No… esos seres eran distintos. Belux suena muy…
Michael completó:
—¿Humano, tal vez?
—Podría ser, a lo mejor alguien como tú, Michael, una conjunción digito-real-humana que tuviese cierta coherencia.
—Pero me hubiera dado cuenta, ¿no?
—Tal vez no. Entonces queda la no muy tranquilizadora posibilidad de que éste, Belux, sea un agente de seguridad. Un Kerberos latente...
Michael se le quedó viendo, serio e inexpresivo.
Volvieron sobre Belux, el cual parecía estar impaciente.
Cecilio tomo la palabra una vez más:
—Bueno, nosotros sólo queremos saber…
Belux le interrumpió:
—El saber es el sentir de la vida —siguió hablando ahora dirigiéndose a Michael—: Tú, mi estimado amigo, tú debes saber. Yo creo que tú sientes y experimentas… y en este momento sabes de qué te estoy hablando…
Michael agarró valor y tomó el turno de hablar:
—Bueno, queremos saber… sólo saber…
—Sólo defíneme por favor, yo que estoy consciente, y sabiendo que buscas una respues-respues-respuesta… quisiera saber que estás buscando realmente…
Cecilio se aprovechó del momento:
—Sólo queremos saber el lugar en donde estamos.
Belux se miró las manos, acto seguido miró hacia ambos lados y dijo con voz tímida:
—Estás en un lugar que pertenece a las águilas… A las águilas, claro, ¿a quién más puede pertenecer?
Michael, más confundido, dijo casi murmurando:
—¿«Águilas»…? O sea, ¿cómo aves que vuelan muy alto…? ¿O «águilas» en el término de partidarios de la guerra…? No entiendo… ¿militares antipacifistas?
Belux pareció no escucharle.
—Yo siento que ustedes… si buscan tal vez… Pero, háblenme de conciencia ¿cómo es la conciencia?
Ambos se quedaron callados. Belux continuó sin ser interrumpido:
—La conciencia es, en mi humilde opinión, una substancia que se ha repetido inalterable y culpable desde hace muchos ciclos aeternos… ¿Pero quién tiene la conciencia…?
Michael seguía sin entender nada de lo que estaba presenciando. Cecilio estaba absorto.
Si algo, entre Cecilio y el ser existía una afinidad que sólo ellos entendían. Michael, un ser de vida y tiempo real cuya mente había sido acelerada para estar en sincronía con la vida digital, aún así, no dejaba de sentir y percibir de la manera más humana posible lo que estaba delante de sí. Pero eso no quería decir que lo comprendiese del todo. Se sintió muy ajeno a lo que lo rodeaba.
Cecilio se aventuró a decir tratando de ganar tiempo:
—Quien tiene la conciencia, lo debería tener ya todo, ¿no?
—No lo creo. Falta algo, falta algo...
Michael terció:
—Pero yo… más bien, nosotros, quisiéramos otra respuesta…
—¿Qué otra respuesta quieren? ¿Qué eres tú y qué soy yo?
Cecilio preguntó:
—¿Que qué eres tú? ¿Que qué soy yo?
—No lo sé. ¿Son mensajeros… mmmh? ¿Cuál es la pregunta?
Michael se atrevió a interrumpir:
—Sí. Quizá si nos dice dónde queda la ruta hacia el sector de los 3400…
—¿El sector de los 3400?
Cecilio contestó lentamente:
—Sí, los 3400…
El ser llamado Belux entornó los ojos:
—Los 3400. Déjame ver… los 3400.
—Sí, —repitió Michael— los 3400. Tres, cuatro, cero, cero.
Belux se dirigió a Cecilio.
—Si la ruta está… aquí —con la mano izquierda se señaló la derecha—. ¿Sabían que ahí hay fantasmas? Es curioso, ahora que lo pienso, nadie me había preguntado acerca de los 3400. Hace ya tanto tiempo que… Pero ¿qué interés puede tener alguien por eso? Es muy antiguo. Última Data. Ya mucho tiempo atrás… Si llegan hasta allá, quisiera que me saludaran a los Demonios en su Infierno. Si… ¿es necesario que vayan? Los echaré de menos. En serio. Las estructuras… Como tumbas. Los viejos depósitos desconocidos. Dame tu mano, agente. Porque sé que eres un agente… muy diferente… y también sé que no eres de aquí…
Cecilio, vacilando, le dio la mano. Belux siguió hablando con la mano de Cecilio ahora entre las suyas.
—Ah, 1968. México. No, no conozco México. ¿Qué es México? No importa. Cuarta Fila y Tercera posición ¿O será Tercera fila, Cuarta posición? No hay duda. Son datos antiguos. Desde antes de todo esto —miró a su alrededor—. Desde antes… ¡ah, Cecilio! ¿Para qué vas hasta allá cuando aquí podrías tenerlo todo…?
Cecilio quedó sorprendido.
—¿Cómo sabes que soy Ceci…? ¡Ah! —gritó al mismo tiempo que se hincaba en el suelo para luego desplomarse como sufriendo una conmoción.
Michael se quedó petrificado viéndolo caer.
Belux miró el cuerpo de Cecilio en el suelo y emitió una risita.
—Agente, al parecer te faltaron fuerzas. Ya te di la dirección. La querías… ¿o no? —la voz de Belux, queriendo hacer pasar su tono por pena, sonó burlona.
Le siguió diciendo pero ahora en susurros:
—Agente, ¿estás ahí?
Los agentes y cápsulas que estaban ociosas o metidas en sus digitales asuntos a la distancia hasta ese punto, levantaron la vista, algunas incluso volteando hacia la escena. Todos los murmullos de conversaciones cesaron. Ahora sólo se escuchaba el rítmico llegar de los convoys de paquetes y el sonido sordo y mecánico que hacían las compuertas en el proceso de redireccionamiento de los mismos.
Michael vio con alarma creciente cómo un cada vez más nutrido grupo de seres comenzaba a tomar atención sobre lo que les estaba sucediendo. Belux dio varios pasos atrás viendo hacia el cuerpo de Cecilio. Michael lo miró ahora, fascinado de como su capa flotaba en una danza de viento lento, hipnótico.
Detrás, a la distancia, se oyó una voz imperiosa:
—¡Hey! ¡Ustedes! ¡No están permitidos aquí!
Michael despertó. Se inclinó frente a Cecilio repitiendo de manera frenética:
—Cecilio, ¿qué te pasó? ¡Cecilio! ¡Cecilio! ¿Qué paso?
Cecilio abrió los ojos. Habló pero su voz casi no se escuchaba:
—Destrúyelo, Michael, rápido. Me dio la dirección… pero… ¿no has entendido? No es un agente de información común. Es una interfaz. Creo que es una especie de máquina de Turing. Creo que hay alguien humano allá detrás…
—No te entiendo, ¿humano? ¿De que hablas? ¿Cómo sabes?
—¡Michael, no preguntes ahora! ¡Destrúyelo!
El ser digital llamado Belux levantó su puño y con tono amenazante, les dijo:
—No me pueden matar aquí porque yo no existo. —Se dirigió a Michael—: Igual que tú, mensajero…
Michael entró en duda. No tenía idea clara pero sentía que algo estaba mal, muy mal. Belux había cambiado el tono de voz y ahora sonaba peligroso, ominoso.
—Cecilio, ¿qué hago? ¿Cómo lo destruyo?
—¡Michael, usa el metaformato!
—¡No puedo, nos va a delatar!
Se oyó la misma voz autoritaria provenir del pasillo:
—¡Hey ustedes! ¡Repito: deténganse!
—¡Vamos, Michael! ¡Hazlo! ¡¿Qué te pasa?! ¡No dudes!
Michael se le quedaba viendo, indeciso.
Belux habló:
—¡No lo hagas, mensajero Michael! ¡Si lo haces, te arrepentirás, cabrón!
Michael despertó del extraño ensueño.
Al ver la herramienta en los brazos de Michael, la cara de Belux perdió la confianza que pareció poseer desde el principio. Y junto con la confianza perdió también el decoro y la parsimonia que el elegante traje le confería.
Empezó a gemir.
—¡No, Michael, espera! ¡Seré el guía de ustedes! ¡Se como llegar a los lugares que buscan! ¡No me quiten mi interfaz! ¡Me costó mucho llegar hasta aquí…!
Accionó la herramienta cerrando los ojos. Sonó un estallido. Aún con los ojos cerrados y cubriéndose la cara a manera de protección, pudo sentir un fogonazo tan real que sintió arder sus mejillas.
El metaformato hizo lo que en principio y función debía hacer. Su función principal era adecuar compuertas para que el velodeslizador entrara sin problemas por nodos y canales, además de otras funciones relativas a almacenes de datos. Pero contra un ser digital a quemarropa, fue como el disparo de una bazuca contra un pichón a cinco metros.
Michael aún escuchaba en sus oídos un grito desgarrador que, aún estando acostumbrado a lo digital y a sus tonos fríos y azules, le recordó a algo casi humano, estremeciéndolo.
Lo que quedaba de Belux era irreconocible. Una sustancia parecida a materia pegajosa, negra y chamuscada en el piso, emitiendo calor, desmentía el recuerdo del recién ser flamante que acababa de dejar de existir. Restos de su traje de gala se podían suponer regados por ahí y por allá.
Mientras tanto, los amplios pasillos se estaban llenando de seres digitales con caras inexpresivas y en algunos casos, hasta hostiles.
Cecilio abrió los ojos y empezó a incorporarse.
Michael seguía desconcertado. Cecilio, al parecer un poco más repuesto, comenzó a tomar decisiones. Calculó la situación hacia ambos lados, midiendo la distancia que lo separaba de la chusma que se veía venir. Barrió la escena con sus ojos. De inmediato encontró lo que buscaba. Allí entre la estructura. Tenía que ser. El pilar que estaba en medio de la sala entre ellos y la multitud.
—¡Michael, apunta hacia esa columna!
—¿Qué?
—¡No pierdas tiempo, hazme caso, dispárale!
—Pero, ¿qué te pasa, Cecilio? ¡Puede provocarse un derrumbe! ¡No! ¡Esto se puede venir abajo, Cecilio! ¡Nos podría aplastar…!
—¡De eso se trata, Michael! ¿No entiendes? ¡O nos atrapan y nos destruyen, o los aplasta el techo! ¡Tienes que hacerlo! ¡Dispárale ya!
Michael lo pensó un segundo. Disparó.
El fogonazo. La columna ennegrecida con fragmentos de material volando por todas partes.
Michael no pudo verlo. Había cerrado los ojos.
Cecilio empezó a moverse. Gritó.
—¡Por acá, Michael!
Con la explosión los seres se pararon en seco, confundidos. La columna impactada no cedió. Pero se empezó a percibir un temblor sordo y extraño, totalmente ajeno a lo conocido y familiar. Los ruidos ya no eran sólo los de convoys de información de alta densidad con su atormentadora regularidad y sus sonidos sordos de máquinas de redireccionamiento y amplificación, carga, recarga y descarga… Tampoco eran los sonidos retumbantes de reacomodo. Los pocos agentes en la sala que no quedaron atontados, veían hacia el techo, apenas conscientes de lo que sucedía.
Mientras, Cecilio había tomado de la mano a Michael y le señalaba hacia delante. Éste, entendiendo a duras penas, tomó de inmediato la delantera estirando a su vez a su amigo y guía, retomando la dirección en la que creían que se encontraba el velodeslizador.
En la primera intersección de pasillos gritó Michael:
—¡Por la derecha!
—No, Michael, ¡es por la izquierda!
—¿Seguro?
—¡Claro!
Por más que avanzaban, el temblor los acompañaba. Al fondo ya no se veía venir a la multitud, señal de que los seres seguían desconcertados, presenciando una situación diferente, inesperada.
Michael y Cecilio empezaron a escuchar largos rechinidos como los que haría un puente colgante al estarse doblando los pilares sobre los que está sostenido de manera firme.
El pánico empezó a invadir a Michael al volver a sentirse consciente de que no estaba dentro de un piso sólido o de lo que se suele llamar, «tierra firme».
«Estoy en un nodo comunicante flotando encima de la nada y todo adentro se está desplomando… tiene que ser un sueño», pensó Michael, apresurado, en la carrera.
Cecilio parecía débil pero ahora tomó la delantera. Michael sintió que debía confiar en él. «No lo puedo abandonar y no me puede abandonar», pensó. Otras dos intersecciones más, unas dos escaleras descendentes tomadas a toda prisa, Cecilio no dudó en ningún momento.
Michael, al desconocer los lugares a través de los cuales pasaban, dedujo que en parte lo que estuvo buscando su amigo en las estaciones de interfaz era una salida para la hora de la graciosa huida. De repente, dijo:
—Espera...
—¿Qué pasa? —Preguntó Cecilio con impaciencia.
—¿Qué, ya nos vamos? ¿Ya encontramos lo que queríamos?
—¿Los datos de la Última Data? Sí, ya.
La cara de Michael estaba en choque.
—¿Cuándo?
—Cuando Belux me tocó la mano.
—Pero tú te desvaneciste.
—Sí, pero logré tomarle los datos.
—¿Por qué tuve que destruirlo entonces?
—Porque era posible que fuera un tipo de máquina de Turing.
—No entiendo…
—...qué atrás podía haber estado un ser humano en tiempo real en escucha, o en monitoreo. De rutina, pienso. ¡Mira, ya casi llegamos!
Al dar ambos la vuelta en la última esquina, sabían que ahí debía estar el velodeslizador, todavía atracado.
Y, por supuesto, ahí estaba, esperándolos. Y también, como si nada, entre ellos y su nave estaban dos seres digitales. Michael se aprovechó de la inercia y de su fuerza, atravesando por en medio de ellos y aventándolos hacia los lados, sin ningún miramiento. Estos cayeron al suelo, aturdidos.
Michael subió primero. Se afirmó en el marco de la entrada y le ofreció la mano a Cecilio. Éste la tomó y procedió a abordar, apoyado de la mano del humano.
A continuación se escuchó un estruendo proveniente de sus espaldas. Michael dijo:
—¿Qué fue eso?
—Creo que fue un convoy lleno de información que acaba de estrellarse contra el pleno del nodo comunicante… Alguien que no lo recibió como se debía.
Cecilio marcaba con el índice, mientras escuchaba explosión tras explosión, como si estuviera escuchando una sinfonía señalando los movimientos. A Michael le pareció totalmente irreal. Cecilio se dirigió al control de potencia de la nave e hizo interfaz. El velodeslizador cobró vida y empezó a moverse despacio. Cecilio lo maniobró con su seguridad característica. Michael dijo:
—¿Cómo va?
—Muy bien… El transporte ya cobró fuerza y ya agarró carril.
Confiando en Cecilio y dando por enterado el último comentario de éste, Michael trató de poner sus pensamientos en orden.
«Aquí estoy en medio de la Matriz destruyendo nodos, buscando una información que hasta ahora no estoy seguro de si me ayudará a arrojar un poco de luz sobre una tragedia surgida casi cincuenta años atrás, y que quizá ya no interese a nadie…».
«Esto me tiene conviviendo con un ser que no existe en el sentido estricto de la palabra. Irreal y todo, pero que se ha convertido en alguien muy importante para mí y para mi propia supervivencia, en un ambiente inimaginable y con seres conscientes en su propio universo. Lo peor, puedo quedarme aquí atrapado y tal vez nunca pueda volver al exterior. Y falta más…».
Un fogonazo lo despertó de su ensimismamiento. Miró hacia Cecilio y se maravilló de ver su rostro iluminándose con la irregularidad casual de las explosiones que sólo un caos como el que dejaban atrás podría producir. También notó cómo los ojos de su amigo digital no parecían estar muy interesados en el espectáculo de luz y sonido.
Cecilio le devolvió la mirada a Michael:
—Si te me quedas viendo por lo de las explosiones, no, no me atraen… Pero, ¿qué quieres de mí? Sólo soy un ser digital sin emociones…
El estruendo se multiplicó. En el fondo sólo se veían las grandes explosiones de convoyes sobre los canales volando por los aires. Lo que más le llamó a Michael la atención fue que no había llamas, ni explosiones ni humo, tal como él se lo hubiera imaginado según sus continuas, e inexactas, comparaciones con el mundo real. En lugar de eso lo que había detrás de ellos era una gran luminosidad, producida por magnos destellos que rompían el crepúsculo eterno en el que se encontraban. Cada gran destello, un convoy que ardía en el fuego digital.
Lo que sí sabía distinguir Michael era la destrucción, y eso la estaba atestiguando de manera inequívoca. También descubrió que lo estaba gozando.
¿Y por qué no?
Atrás, el resplandor seguía.
—Cecilio, ¿alguna posibilidad de que nos vayan a descubrir por eso de atrás?
—No te preocupes. El velodeslizador sabe por dónde vamos y por dónde queda el camino de regreso, además, eso —señalando hacia atrás donde se encontraba la destrucción—, se va a volver a crear en menos de quince minutos reales cuando entren en funcionamiento los sistemas de respaldo…
—¿Qué quieres decir con «volver a crear»?
—Que va a quedar tal y como estaba antes de que llegáramos…
—¿Cómo lo sabes?
—Es la manera en que funciona este mundo…
—Y todo ese estruendo de explosiones que aún se alcanza a oír, ¿qué?
—No va a pasar nada.
—¿Crees que tengan nuestros nombres?
—Lo más probable es que no. Vamos tan aprisa hacia lugares de los que nadie sabe, a los que nadie sospecha que vamos, y, que menos sabrán que es lo que buscamos.
—Claro, el problema es que nosotros tampoco lo sabemos… Dijiste que ya tienes la dirección.
—Sí. Es alrededor de las treinta y cuatro, treinta y tantos.
—¿Te suena familiar…? Por lo de tu diagrama.
—No, pero ya registré al velodeslizador la ruta más corta hacia ese punto. Por cierto, Michael, un detalle que quiero saber…
—¿Sí?
—¿Cómo tuviste de repente la decisión de dispararle a Belux? Te vi muy dudoso…
Michael pensó por un segundo. Contestó:
—Supongo que por cómo me insultó.
—¿Qué, la palabra que usó es impropia para un ser digital genuino?
—No, más bien se me hizo… demasiado visceral… como para que un agente de información la tuviera en su vocabulario, es decir, si programas a un ser así para que aprenda vocabulario, en ese proceso éste se queda dentro de los por, digamos, parámetros normales del mismo. La palabra «cabrón» es más bien para decirse en una de dos formas: con hostilidad, y ya he visto que los virus son muy hostiles… y la otra, con una cierta familiaridad especial, que tiene que ver con malicia, digamos, la cual también la puede tener un virus. Pero Belux no era un virus, tú bien lo sabes. No sé… pero siento que si Belux hubiera sido un agente normal no hubiera aprendido ese tipo de palabras por definición. ¿Quién se las habría enseñado…?
—Puede ser… pero, ¿entonces?
Michael se encogió de hombros. Dijo:
—Pues me decidí a dispararle…
—Ahora yo te pregunto a ti, Michael: ¿crees que ya nos detectaron allá afuera?
—¿Quiénes? ¿Los malos? No sabía que los hubiera.
—Los que sean…
—Ni idea, Cecilio, ni idea…

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