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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Friday, January 12, 2007

27. El Nodo



Atracaron en un puerto de comunicaciones del Nodo.
Michael vio que Cecilio llevaba la iniciativa, como sintiendo dónde estaba todo. Quizá era la intuición propia que los seres digitales sentían dentro de su propio medio. Algo que Michael no podía, ni podría, comprender.
—Ven, Michael, sígueme.
Cecilio tocaba las paredes, como si estuviera reconociendo una extraña sensación familiar. De repente se detuvo.
—¡Ya! Cerca de aquí hay un lugar que contiene tablas de destinos…
—¿Destinos? ¿A qué te refieres?
—Direcciones, vaya, posiciones de sitios, de lugares, depósitos y demás. Creo que es un lugar restringido. De hecho todo aquí es restringido. Hay que encontrarlas. Podría ser que hubiera algo.
—Pero, para eso hay que entrar. Me pareció que allá atrás hay una como entrada. Vamos, ¿no?
Cecilio le detuvo.
—Cuidado, Michael, tiene guardias.
—¿Y ahora?
—Recuerda que yo traigo un metapassword universal. La llave a todas partes, bueno, según Poincaré...
—¿Y qué tan universal es?
—No lo sé, lo voy a averiguar en este instante.
Michael se sobresaltó:
—¿Cómo que «en este instante»? ¿Y si no funciona?
—Mala suerte, Michael —al ver la cara de su amigo, sonrió. Agregó rápidamente—: No, no es cierto, sí va a funcionar.
—Pero, ¿cómo sabes? ¿Hiciste alguna comprobación de laboratorio con matemáticas superiores incalculables e incomprensibles para mí?
—No, algo más sencillo, Poincaré me lo dijo.
—Eso es lo que no quería escuchar.
Se acercaron con la naturalidad de alguien que siempre hubiera vivido por ahí. La seguridad que mostraba Michael en realidad distaba mucho de sentirla. Examinar el terreno, bien lo decía Sun-Tzu o alguien similar con nombre chino de dos sílabas: hay que examinar el terreno, pensaba, nervioso.
Observaron la entrada de forma despreocupada, como si nada. Había una gran puerta negra flanqueada por un ser digital que no les dedicó mayor atención. A lo largo y ancho del pasillo había otros paquetes digitales similares a los seres imabinarios, quienes, tal y como solicitantes en oficina de burócrata, parecían esperar, tal vez, por alguna respuesta.
—Michael, tú déjame hablar.
Se pararon enfrente de la gran puerta negra.
—Buenas tardes, vamos a pasar.
El guardia se interpuso visiblemente entre la gran puerta y los visitantes.
—¿De dónde vienen?
Michael y Cecilio se vieron el uno al otro. Cecilio fue el que habló:
—Del sector de los 3200.
—¿A qué vienen?
—Tenemos que pasar.
—¿Adónde van?
Michael se sintió ignorado, situación que por un lado le tranquilizaba y por el otro le comenzaba a impacientar. Michael aún no sabía mucho de la psicología de los seres digitales, pero al haber hablado, y por así decir, «tratado» con Arlene y la Bestia Negra entre otros, ya se estaba formando una idea. Tal vez no era suficiente, pero no había mucho tiempo para más.
Cecilio contestaba de manera firme, pero suave.
—Al sector de los 3400.
—¿Qué clase de permiso traen?
—El universal.
—¿Qué vehículo tienen?
—Un paquete de 128 Kb típico, encapsulado.
—¿Qué es lo que contiene?
Interrumpió Michael:
—Nada, sólo información.
Cecilio lo vio con una cara mezcla de consternación y enojo. El guardia le dedicó a Michael sólo una mirada despreocupada y siguió hablando sólo con Cecilio.
—¿Quién es éste?
—Otro agente como yo, si acaso un poco más primitivo...
—Tengo que examinarlos.
Michael contuvo la respiración. Habló Cecilio:
—No creo que sea posible en este momento señor. Verá, mi amigo está en un estado catatónico controlado. Está infectado con un virus especial, aunque inofensivo y controlado, no quisiéramos que infectara a alguien más...
El agente guardián ni se inmutó. Dijo de manera despectiva:
—Aquí no hay virus, aquí los virus no sobreviven.
—Lo sé, señor, sólo que éste es de un tipo de virus travieso, podríamos decir de los estúpidos —le susurró a Michael, imperceptible—: Michael, rápido: ¡pon cara de estúpido!
Michael puso su mejor esfuerzo al hacerlo, poniéndose laxo y con la mirada perdida, no sin antes dedicarle una de odio rápida a Cecilio.
El agente, a su vez, miró a Michael y con un tono de voz ahora con un ligero matiz de suspicacia, preguntó:
—¿Y por qué llevar a un estúpido hacia ese sector? ¿Por qué vale tanto la pena?
—Es un pedido especial, para un examen.
—Lo estoy dudando, muéstrame tu password —ordenó.
Cecilio sacó el metapassword universal y se lo mostró al guardia digital. Éste lo examinó breve, mientras Michael contenía la respiración y Cecilio esperaba. Después de un momento, que a los visitantes se les hizo eterno, el guardia digital dijo:
—Este password es muy raro.
El guardián se acercó más a observarlos, momento que Cecilio aprovechó para accionar el metapassword.
La cara del agente de seguridad pareció congelarse.
—¿Está todo bien? ¿Ya nos puedes dejar pasar?
La voz de Cecilio fue fría y sin expresión. El ser digital le contestó de la misma manera:
—Claro que sí… ahora entiendo… no tengo objeción alguna...
—Gracias, sabía que lo harías… ¿Ahora nos podrías decir como ir al lugar en dónde están los permisos para paquetes y las tablas de direcciones?
—Por ahí —contestó el ser, señalando hacia un pasillo.
—Gracias, señor agente, ¡muy amable! —Tomó a Michael del hombro y le dijo con rapidez—: Ahora sí: ¡vámonos de aquí!
Se alejaron con prontitud dejando al guardia en el mismo estado que aparentó estar Michael. Éste preguntó:
—¿Cuánto tiempo dura eso?
—Un buen rato.
—¿Adónde vamos ahora?
—A la siguiente fase. Ya estamos en un segundo nivel. Aquí no se aparecen los paquetes transbordantes. Fíjate bien en los pasillos y escaleras que estemos tomando, yo llevo un registro de lo que caminamos pero será mejor que no te quedes atrás… No debemos separarnos…
—Claro… Por supuesto, yo mismo te lo iba a sugerir...
Michael corría detrás de Cecilio con una ruta conocida sólo por él. En cada pasillo había un punto de interfaz en el que su guía digital se detenía por varios segundos. A veces hacía que se devolvieran ante la desazón e impaciencia del humano. La cantidad de pasillos, escaleras y frecuentes cambios de ruta sólo lograron confundir a Michael.
Sin detenerse, Michael preguntó, ya mostrando signos de fatiga:
—Cecilio… ¿así son todos los nodos… comunicantes?
—Tu pregunta me parece que es retórica e inútil de momento, pero sí, éste nodo sí es complicado… Me detengo en los puntos de interfaz para ver dónde están los atributos…
—¿Atributos?
—Sí, los atributos, son parte de las propiedades de los objetos en estos ambientes. Si quieres sobrevivir, debes de estar bien provisto de atributos...
—Ajá… —la voz de Michael sonaba a sarcasmo.
Cecilio iba aprisa. Al detenerse éste en cada estación, Michael aprovechaba para descansar aunque fuera los pocos segundos que fueran.
—Sí, Michael, basta con que te diga que no podremos seguir más allá si no tengo los atributos de tránsito correspondientes hacia áreas no comunes. ¡No te detengas, continúa!
—¡Voy…!
—¿Cómo te sientes?
Michael estaba resollando un poco.
—Un poco cansado… Pero voy…
No se habían cruzado con ningún otro ser hasta el momento. Al llegar a lo que era la undécima o duodécima estación, Cecilio dijo:
—Creo que ya lo tengo. Ahora haré interfaz…
—Excelente, Cecilio… ya estaba a punto de cansarme…
La estación en la que se encontraban era presidida por un tubo grueso que iba de manera vertical desde el piso hasta el alto techo y que traía en su extensión ciertos aditamentos donde «hacer interfaz», supuso Michael. Por un rato Cecilio estuvo examinando los signos cambiantes en la superficie del tubo, como si fuera una pantalla. Al terminar dijo volteando hacia Michael:
—Exacto. Ahora tenemos que irnos para…
Cecilio se interrumpió.
—¿Para dónde…? Cecilio, ¿qué te pasa, viste algo…?
De repente, Michael entendió y, girando al mismo tiempo, vio a un ser más alto que él, de apariencia extraña y con mirada más extraña aún:
—Deben dejar de hacer lo que están haciendo, ¡en este momento! —Dijo el ser con una voz suave y con un cierto matiz de desarticulación. Cecilio preguntó:
—¿Quién eres?
—Su guía o su verdugo. Ustedes eligen. Ah, mi nombre es Belux.

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